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sábado, abril 27, 2024

Una escoba, una carroza… el diablo

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En la literatura fantástica, la escoba ha sido el vehículo en el que la brujas trepan y vuelan por los aires. 

La carroza —por su parte— funge como una metáfora del tiempo que se tiene para disfrutar. 

En Madame Bovary, la escena más erótica y memorable se da cuando León invita a Emma a subir en una carroza. 

Flaubert entonces nos regala uno de los pasajes más enigmáticos, en donde nada y todo pasa, sin tener que dar cuentas de descripciones lúbricas. 

El acto de la entrega amorosa en el que Emma se condena (sin saber) a una muerte solitaria y vergonzosa, se presenta al mismo tiempo en el que el autor va enumerando calles, sugiriendo sonidos y simulando sensaciones adyacentes a las de la acción que se lleva a cabo dentro del vehículo. 

Todos los lectores de Madame Bovary supimos que fue en ese momento, entre la confusión del sonido de las ruedas y el claqueo de espuelas, que nuestra heroína había dado el paso directo hacia la fatalidad. 

Algo similar hizo Bulgakov en El Maestro y Margarita. 

Justo al inicio de la segunda a parte de esta obra maestra, Margarita (una mujer rica, bella, pero aburrida de su vida conyugal) es sonsacada por un extraño personaje (alcahuete de Voland) a embadurnarse de una crema mágica que le devuelve la lisura y las turgencias que la tristeza le han robado, para luego emprender un vuelo desnuda por toda Moscú. 

Margarita, ingrávida, trepa en una escoba como las viejas brujas y se despoja de los males del alma que la aquejan desde el abandono de su amante. 

Al igual que en la carroza de Emma Bovary, la escena está dotada de una potente profundidad: la liberación del yugo impuesto por el dogma, pero siempre a cambio de un castigo que se presiente. 

Margarita, al aterrizar de ese vuelo, llegará a la fiesta de Voland… Y no le importa que el personaje sombrío al que acompañará tenga una milenaria mala reputación, pues ese vuelo (como el paseo en carroza de Emma) habrá valido la pena. 

La panorámica se amplía, evidentemente, a la hora de saldar cuentas. 

Porque la felicidad es una flor que muere rápido y generalmente brota en los jardines del diablo.

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