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sábado, abril 27, 2024

Un Periódico y un Barco Camaronero

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Por: Mario Alberto Mejía

A mis once años de edad maquilé —en el sentido más primitivo del verbo— mi primer periódico.

Se llamó El Pájaro Madrugador.

Mi hermano Ofir y otros muchachos del condominio en el que vivíamos en la Ciudad de México participaron en la aventura.

Incluso mi papá fue un espontáneo corresponsal al entrevistar —vía un cuestionario que redacté— a un boxeador retirado que trabajaba en la Compañía de Luz y Fuerza: Jorge Ceja.

Sólo llegamos al #1.

Tras repartirlo, mi hermano y yo nos fuimos a jugar “el que mete su gol, para”.

Me olvidé del “periodismo” algunos años, aunque leía el Excélsior de Julio Scherer y, sobre todo, al Jorge Ibargüengoitia de la página editorial.

Tras leerlo una vez a la semana, andaba como sonámbulo repitiendo en voz alta párrafos enteros de sus artículos.

Para entonces yo quería ser Ángel Fernández: Ángel Fernández narrando partidos del mundial de futbol.

Al leer a Ibargüengoitia me fue ganando algo que en su momento ignoraba: la ironía.

Buen radioescucha de la XEX y de la XEW, sólo conocía los chistes de un programa que conducía Pepe Ruiz Vélez.

Pero el humor de Ibargüengoitia era otra cosa.

Al principio lo tomé muy en serio.

Luego empecé a tomarle sentido.

México era un país ingenuo gobernado por unos señores muy serios: Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría.

En la televisión reinaban Gutierritos, Chabelo, Jacobo Zabludovski, las Hermanitas Núñez y dos bailarines: Josefina y Joaquín.

Ibargüengoitia fue —lo supe después de muchos años— un golpe en la cabeza en medio de tanta miel.

Cuando por primera vez entendí su brutal ironía supe que algo en mí había cambiado.

Tras descubrir la poesía y codirigir El Oso Hormiguero —una revista literaria en el México de finales de los setenta—, regresé una temporada al pueblo donde nací: Huauchinango.

Ahí, quién lo iba a decir, me reencontré con mi vocación infantil.

Primero hice un noticiero radiofónico y luego dirigí Cambio de la Sierra.

También empecé a escribir una columna política a la sombra de Ibargüengoitia y Salvador Novo.

Lo demás es silencio.

O ruido.

Mucho ruido.

Hoy, con Hipócrita Lector, llego a dirigir mi décimo periódico.

Será el último, me digo.

Aquí me quedo.

En esta aventura me acompaña, como en los últimos tres medios, Nacho Juárez: un periodista y gran amigo que es puro corazón.

Con él, sé que el barco camaronero tendrá buena pesca.

Como publirrelacionista va mi entrañable Gerardo Tapia.

Viajan con nosotros amigos generosos que escribirán columnas de manera regular: Alejandra Gómez Macchia, Carlo Pini, Olimpia Coral Melo, Zeus Munive, Mario Martell, El Chelís, Marianna Mendívil, Lucrecia Hoffmann, Alfredo Victoria, Pepe Hanan, Delia Domínguez, Juan Manuel Mecinas, Miguel Maldonado, Tatiana Méndez, Fredo Godínez, Claudia Luna, Celina Peña, Toño Peniche, Toño Hernández y Genis, Princesa Hernández, Carlos Alatriste, Stephany Aguirre, Gerardo Mejía, Emmanuel Coutolenc, Crescencio González Prada, Christian Gómez Román…

(Mi querida Grace Palomares escribirá artículos regularmente al igual que otro amigo talentoso: Jorge Estefan Chidiac).

En esta embarcación también viajan otros cercanos camaradas: Benjamín Benji Paz —quien desarrolló la página web—, Pablo Martínez —gran amigo e impresor de cabecera—, Óscar Cote, Isart García Cano, Osvaldo Valencia, Óscar Rojas, Iván Rivera, Martha Cotoret, Daniela Portillo y el notable dibujante y artista Elmer Sosa.

Todos juntos somos Hipócrita Lector.

Gracias por subirse usted a este barco camaronero.

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