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sábado, abril 27, 2024

Parejas felices (un pensamiento mágico)

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Si me pidieran la fórmula para el triunfo del amor sobre el desgaste natural de la vida diría sería esta: tú + yo = nosotros separados, es decir, sin los dos cuerpos habitando la misma casa, compartiendo el espacio en donde uno se levanta despeinado, malhumorado y tarde (o demasiado temprano), mientras el otro lo observa con desgano y complacencia forzada. Encontrándose en un cuadro delimitado por paredes y una cama común en donde todo lo que se antoja a sorpresa y espontaneidad, a misterio y revelación, se convierte en la sucesión de movimientos mecánicos y premeditados.  

La vida en pareja se desmorona (tal vez no siempre físicamente, pero sí moralmente) por ubicar a los participantes en la misma casita soñada.  

Es una fantasía romántica alimentada por el pensamiento mágico que se nos enseña desde que somos niños; cuando curiosamente somos partícipes mudos de ese juego en donde, por lo general, abundan los secretos, el hartazgo, la conveniencia, y como consecuencia, algún tipo de violencia.  

El problema radica esencialmente en la idea que se tiene de familia; que de alguna u otra manera funciona para fines mercantiles y de organización; para asignar tareas entre los miembros y, claro, para resaltar un tipo de jerarquía.  

Hasta hace no mucho tiempo, el varón corría con la “suerte” (vaya rifa del tigre) de ser el que velara por el bienestar básico de la manada: ser proveedor, mantener y llevar dinero a casa, lo cual, evidentemente, lo ponía en la posición de líder. Y en donde hay un líder naturalmente hay súbditos, personas no necesariamente sometidas, pero sí acotadas en el poder.  

La pareja es un constructo social, una utopía, un concepto sumamente abstracto, que medio funciona o va sobreviviendo a partir de que los integrantes se esfuerzan en insuflarle vida. Pero ¿no debería ser algo que generara gozo, algo que nos ponga creativos en aras de sorprender y sentirse admirados, más que una actividad que se tiene que sortear con tretas, mañas y negociaciones poco convenientes para las partes? 

Creo firmemente que todos esos problemas se aminoran cuando cada uno tiene su propio espacio, y no es por el temor a ser descubiertos tal cual somos; pero en parte sí que lo es.  

Porque la pareja no es un estado natural: nadie nace pegado al ser que va a escoger como amante o compañero de vida.  

Lo que es encomiable y funcional es tener una relación y apuntalarla desde la libertad.  

Porque el amor no es, sino va siendo.  

Nosotros no somos nosotros todos los días, vamos siendo y al día siguiente puede que nos transformemos en otros.  

De otra manera, el experimento social de la familia unida fracasa sin necesariamente disgregarse.  

Las parejas que viven bajo el mismo techo empiezan, curiosamente, a encontrar el conflicto en lo que antes los unía, lo cual es una verdadera tragedia; y todo esto se da por la falta de visión del futuro próximo, ese futuro en donde odiarás las virtudes del otro porque ser pareja (en el ideal romántico) está estrechamente ligado al concepto de posesión, y ¿cuándo creemos que la persona es “mía”? Cuando descubres sus más profundas debilidades y es incapaz de ocultar su vulnerabilidad.  

Y eso se da, recurrentemente, cuando se comparte mesa, baño, cocina, vestidor, televisión y cama. 

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