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viernes, abril 26, 2024

Mensaje del troglodita en el 8M

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Conozco tipos que tratan a las mujeres como objetos sexuales no identificados, como amas de casa un poco tristes, como seres absolutamente inferiores.

Cada vez que un auto comete alguna imprudencia, suelen comentar: “De seguro es vieja”.

Y si lo es, escupen: “Te lo dije: es una pinche vieja”.

Estos personajes suelen llevar una doble vida.

Es decir: tienen esposa, amante y lo que se junte en el camino.

Conocí a un delegado del PRI en los años noventa que en cuanto llegaba a la región en la que despacharía le pasaba revista al personal femenino.

De inmediato contrataba a chicas guapas y jóvenes, y les pedía que a partir de ese día usaran minifaldas o pantalones ajustados.

En lugar de llamarles por sus nombres, las mamaceaba.

Es decir: “¿Quién me ha buscado, mamacita?”.

Era el primer volantazo hacia una carretera conocida: el hotel de paso.

Ese delegado no ha muerto.

Sigue haciendo lo mismo cada vez que puede.

Las campañas electorales son tierra fértil para hacerse de novias.

Les prometen cargos importantes, dinero, pero antes que otra cosa: conocer al candidato.

La palabra candidato es mágica.

Y sirve para obtener favores sexuales:

“Te voy a presentar al candidato, mi reina, pero antes presta”.

Durante años hemos normalizado todo esto.

Y hay quienes lo siguen haciendo.

Reinventarse no es fácil.

Cuesta trabajo.

Lleva su tiempo matar al macho que hay en uno.

Durante años fui un estúpido misógino, un machito de barrio, un gandul como los que abundan en las redes.

Durante años reproduje los estereotipos inoculados en el día a día por una educación sentimental que tiene su origen en La Biblia.

No hay libro más misógino que el antiguo testamento.

Todos venimos de ahí.

A La Biblia, a la familia y a la educación pública les debemos ese cáncer social que lleva a los hombres a abusar de las mujeres.

Reinventarse en un contexto tan miserable como éste tiene su mérito.

Mucho les debo en este proceso decodificador a las mujeres que he conocido en mi vida.

Ellas me han enseñado cosas brutales que me han servido para transformarme en una mejor persona: en alguien que no abusa, que no humilla, que no chantajea, que no violenta.

No sé si he cambiado lo suficiente.

Lo que sí sé es que todos los días me empeño en no reproducir los estereotipos cansinos, estúpidos, mofletudos.

Es un trabajo arduo que tiene que ver con reeducar hasta la mirada.

Sólo en algo persevero, pese a que mis amigas feministas insisten en modificarlo: en la zona del lenguaje.

Me niego a usar el llamado lenguaje inclusivo.

Siento que hacerlo me parecería a uno de los personajes más estúpidos que han nacido en México: Vicente Fox.

Digamos que mi rechazo al lenguaje inclusivo será el único clavo ardiente que conservaré de mi época cavernícola ligada al machismo y a la misoginia.

Por lo demás, estoy absolutamente de acuerdo en todo aquello que tenga que ver con la defensa de los derechos de las mujeres.

Con éstas me identifico hasta la ignominia y defenderé hasta la muerte las luchas que todos los días enarbolan.

No están solas.

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