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domingo, abril 28, 2024

De erratas tipográficas, orales y metafísicas

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I. Las erratas, errores que tienen “fe”

¿Acaso no se dice -al final de ciertos libros- “fe de erratas”? Y es que no hay texto que no esté amenazado por estas pifias, gazapos, manchas en “el honor editorial”.  

Sí, como dice Irene Vallejo, los primeros libros fueron la unión de tabletas de arcilla… Imagínense… se metían a cocer al horno y si encontraban que algo estaba mal, seguro la rompían, ya no podían cambiar el error. 

Los lectores más jóvenes no me entenderán, pero los de mi rodada, sí. Hace 4 décadas, había un papel blanco -el “korex” sobre el cual uno escribía la letra correcta sobre la letra equivocada y así no había necesidad de mecanografiar todo otra vez. Después llegó el bendito Word y uno corrige -y se equivoca- en la computadora.  

Es famoso el colofón de tres famosos escritores mexicanos que en él pusieron: “este libro se terminó de imprimir… y no contiene una sola “erata”. El ego los mató.  

Mi amigo Saúl Millán, brillante etnólogo, trabajó con el presidente López Portillo. En uno de sus informes, el texto debía decir: “la enseñanza pública para la niñez…”. En los 50 mil ejemplares salió impreso: “la enseñanza púbica para la niñez”. Tuvieron que pegar 50 mil etiquetas. Un infierno.   

 

II. Las “erratas orales”

Trabajaba yo con el doctor Pedro Aspe cuando dijo, en el ITAM, que la pobreza era un “mito genial”. No estaba equivocado, pero no explicaron el contexto. Lo que decía es que el FMI o el Banco Mundial, determinan que la pobreza es ganar menos de dos dólares diarios, por ejemplo ¿y los que ganan tres dólares, no son pobres? Es decir, es una convención, pero no quiere decir que los que están arriba de ese número no estén en terribles condiciones. Salinas dijo: “ni los veo, ni los oigo”. Luis Echeverría: “ni esto ni lo otro (no recuerdo exactamente) sino todo lo contrario”. El presidente Fox necesitaba a mi amigo Rubén Aguilar para que dijera: “Lo que quiso decir el señor presidente”. 

¿Quién no ha metido la pata? Lo hemos hecho con novias, con amigos, en todas partes. Y hoy, que todo mundo está buscando que demos un traspié, hay que andar con pies de plomo, porque en las redes sociales queda grabado todo y una errata oral que sea o parezca ser misógina, homófoba o políticamente incorrecta, hará que nos quemen en leña verde.  

 

III. Las erratas metafísicas 

Hay situaciones terribles en la que cometemos una errata fatal. Muchos, después de cometerla, se suicidan. Quedan atrapados en su fatal equivocación. Quien maneja alcoholizado y mata a la persona que viene a su lado como copiloto; quien destruye su felicidad -poderosa fuerza el autosabotaje-.  

Emma Bovary y Anna Karenina, por ejemplo, hicieron de su vida una errata, cuando tenían todo. Al final se quitaron la vida. Raskólnikov no debió matar a la vieja usurera que no le quiso prestar unos rublos; su destino se selló en ese momento. 

Todos nos equivocamos, es parte del aprendizaje. Pero hay errores que pueden cambiar para mal nuestra vida y la de los demás. Vivir con esa “errata metafísica” a cuestas puede ser insoportable. 

 

IV. Un poco de esperanza

¡No se agobien, lectores de Hipócrita Lector! Platiqué con Mario Alberto Mejía, el director de este periódico, sobre las erratas y me sugirió que tratara este tema. Equivocarse es humano y se vale de vez en vez. Equivocarse muy seguido, eso ya no es una errata, tiene otro nombre. Su imaginación ya entendió.  

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