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domingo, abril 28, 2024

Lectores sensibles, censura y autocensura

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I. “Sensitivity readers”

Los “lectores sensibles” son aquellos que leen la obra de un autor antes de publicarla para detectar si contiene “alguna ofensa a minorías raciales o sexuales que puedan arruinar la reputación de un autor o de una editorial”. La polémica ha salido a la luz en días recientes porque un autor de Québec, Kevin Lambert, autor de la novela Que nuestra alegría permanezca, quedó como finalista del Premio Gouncourt, el más prestigiado galardón para la novela francesa y confesó que su libro había pasado por la lupa de un “lector sensible”. El autor defiende la intervención del lector sensible de su obra, afirmando: “Chloé se ha asegurado de que yo no diga demasiadas tonterías, que no caiga en algunas trampas de la representación de las personas negras por autores blancos”.

 

II. La opinión de otro premio Gouncourt y de jurados.

Nicolas Mathieu, ganador en 1918 con su novela Sus hijos después de ellos, comentó: “Convertir en la brújula de nuestro trabajo a profesionales de las sensibilidades, a expertos en estereotipos, a especialistas en lo que se acepta o se osa en un momento dado, he aquí algo que, como mínimo, nos deja circunspectos. Que uno se jacte de ello, he aquí algo que, a lo mejor, es divertido, pero en verdad lamentable”. El jurado y gran autor Tahar Ben Jelloun afirma: “las lecturas sensibles son buenas para las cartas diplomáticas, pero no son posibles para crear literatura”. Otro jurado, Pierre Assouline (autor, por cierto de una estupenda biografía de Simenon, el creador del inspector Maigret) señala: “Un autor que necesita este tipo de censura para mí no es un escritor. Jamás en la historia de la literatura escritores se han comportado así”.

 

III. La autora argentina Ariana Harwicz

En su libro más reciente, El ruido de una época, la autora señala: “Lo políticamente correcto es la gangrena del arte en este siglo”. Ariana denuncia una literatura cuyo mandato es crear “obras en las que estén cancelados el odio, la discriminación y la ofensa”. A pregunta expresa, abunda: “No veo un gran deseo de ir contra la corriente. Lo interesante es preguntarse por qué. Yo lo atribuyo al miedo a equivocarse en algo y que te destierren, te aniquilen, te anulen. En otros siglos, los autores no eran asesinaods públicamente como ahora. Sí, algunos acabaron en la cárcel, como Cervantes, Wilde o Dostoievski. Pero no creo que sus contemporáneos se dedicaran a juzgarlos. Hoy un solo paso en falso puede tener consecuencias feroces y arruinarte”.

 

IV. ¿Dejará de ser la literatura una provocación?

El autor francés vivo más provocador es Michel Houllebecq. Sus novelas provocan repulsión, como para algunos las del marqués de Sade, D.H. Lawrence, Henry Miller, Bukowski, Bataille y Juan García Ponce. ¡Que Orfeo bendiga a los provocadores! Me temo que las novelas de Mario Alberto Mejía, amigo entrañable y director de Hipócrita lector y el libro de cuentos y la novela de quien esto escribe no serían aprobadas por un “lector sensible”.

Ahora bien, el problema va más allá de lo que opine un tipo así. ¿Cuántos autores, antes de pasar por esa prueba, mejor se autocensuran de una vez, pensando en no desagradar a un sector de sus posibles lectores?

Si seguimos así, la literatura del futuro será ñoña. Puro Mujercitas de Louise May Alcott… Como la leche y los quesos, que de tanto deslactosarlos ya no son quesos, son sueros nada más. ¡Que vivan los quesos franceses! ¡Que viva la libertad de provocar desde la inteligencia! ¡Que viva la literatura que explora las fronteras y las mueve más allá de la corrección política! (Este fue mi grito de septiembre).

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