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viernes, abril 26, 2024

La impronta de una vanguardia irreverente

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JOSÉ CARLOS BLÁZQUEZ ESPINOSA*

 

I

En julio de 1999, Letras libres incluyó entre sus páginas una desplegable en la que se encuentra “Un árbol hemerográfico de la literatura mexicana”; a la izquierda, una línea del tiempo ascendente arranca en la “prehistoria”, que es el siglo XIX; la Revista Azul, de Manuel Gutiérrez Nájera, y la Revista Moderna, que alimentarían los seguidores del Duque Job, son las raíces sobre las que se levanta un árbol frondoso. En la base, el Ateneo de la Juventud: Alfonso Reyes, Julio Torri, José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán. Se extraña la imagen del dominicano Pedro Henríquez Ureña. Ya en el centro del tronco aparecen, ascendentes y diminutas, portadas de diferentes revistas: Ulises, Contemporáneos, Barandal, Taller, El Hijo pródigo, Revista Mexicana de Literatura (en sus dos etapas), “Diorama de la cultura” (el suplemento de Excélsior), Plural, Vuelta, y en lo más alto de la copa, Letras libres. Esa línea de continuidad sugiere que la revista es heredera única de esa firme tradición.

En las ramas que se despliegan a la izquierda y la derecha, más portadas de otras revistas, igualmente diminutas. Mencionaré tres, las dos primeras cobijadas por la universidad de su estado: La palabra y el hombre, de Xalapa; Crítica, de Puebla, y Nexos, que se hacía en la capital de la República. Y fotos, fotos de los escritores: Salvador Novo, Octavio Paz, Jorge Cuesta, José Gorostiza, Rosario Castellanos, José Emilio Pacheco, Rubén Bonifaz Nuño, y más.

Cerca de Ulises, en la década de los años veinte, una rama se extiende hacia la derecha. Sobre un pequeño recuadro negro la palabra “Estridentistas”. Escrita, eso sí, en mayúsculas a diferencia de las otras que están en altas y bajas, como si hubiera sido colocada a última hora. Ningún nombre acompaña al recuadro, ninguna mención a los manifiestos, ninguna fotografía de los protagonistas. Pudo deberse, es cierto, al limitado espacio de la impresión, pero, también, acaso a la clara filiación política que sus integrantes asumieron en su tiempo. Al despliegue de una literatura y un arte comprometidos con los cambios de ese periodo.

 

II

No es poco lo que debemos a Luis Mario Schneider (1931-1999). Argentino de origen, se avecindó en nuestro país, se nacionalizó mexicano, y aquí desarrolló una carrera literaria que incluyó el rescate de obras y autores que el tiempo había sepultado. Su tesis de doctorado, terminada en 1969, llevó por título El Estridentismo o una literatura de la estrategia. La colección Lecturas mexicanas hará una primera edición en 1997. Será, desde entonces, un libro imprescindible para conocer los alcances de este “ismo” mexicano.

Antes, en 1964, en compañía del veracruzano Miguel Capistrán (1939-2012), prologará, en cuatro volúmenes, la primera edición de los Poemas y ensayos de Jorge Cuesta. Añadirá en 1981, ya en solitario, un quinto tomo al que titularía Poemas, ensayos y testimonios. Otro libro suyo es Ruptura y continuidad. La literatura mexicana en polémica, publicado en la Colección popular del Fondo de Cultura Económica en 1975. Si algo ha caracterizado a la literatura mexicana desde el siglo XIX, desde su origen, es la querella. Ya sea para representar un construido ser nacional (una identidad), ya para disputar un lugar en la República de las letras, ya para criticar, acercarse, combatir o servir al poder.

Luis Mario Schneider advirtió que para poder comprender mejor los avatares de la literatura en México era necesario estudiar a los protagonistas del conflicto. Jorge Cuesta, esa inteligencia en llamas, como le llamó Sergio Pitol, formó parte de Contemporáneos, agrupación más cercana a los ateneístas. Fue primero el rescate de la obra cuestiana y con ello un mayor acercamiento al “Grupo sin grupo”. Luego, dedicaría sus afanes a rescate de la obra de los antípodas: los Estridentistas. Ya en Ruptura y continuidad les había dedicado unas líneas destacando que el “Estridentismo, que inició en México la renovación más drástica y escandalosa que se observa a través de la historia de la literatura mexicana, hizo posible también, directa e indirectamente, la revisión de los valores estéticos generales”.

 

III

Cuatro fueron sus manifiestos: Actual, comprimido Estridentista publicado en Xalapa en 1921. El segundo vio la luz en Puebla el 1 de enero de 1923, para escándalo de las buenas conciencias. El tercero fue publicado en Zacatecas, en 1925. Y el cuarto, denominado Chubasco Estridentista, en 1926 en Ciudad Victoria, Tamaulipas, durante un Congreso Nacional Estudiantil. Cuando Actual ve la luz, Manuel Maples Arce, su autor, tiene 21 años, al igual que Luis Quintanilla (que hacía poco había llegado de París); Arqueles Vela 22, Germán List Arzubide 23, y Salvador Gallardo 28. Juventud le sobra. Ánimos y espíritu de lucha también.

Niños o adolescentes, los futuros estridentistas vivirán los festejos del Centenario del inicio de la Independencia, las elecciones de 1910, el triunfo de Madero, el inicio de la Revolución, la renuncia de Díaz, su posterior exilio, el cuartelazo de Huerta, el inicio de la lucha armada que, con su vértigo, sacudirá al país. Serán testigos de la invasión estadounidense de 1914, de cómo la Revolución devorará a sus hijos: Zapata primero, Carranza después. El triunfo del obregonismo, y el asesinato de Francisco Villa en 1923. El arribo del ateneísta Vasconcelos a la recién creada Secretaría de Educación Pública y desde donde se forjará el nacionalismo en el arte, la música, la pintura. Al otro lado del mundo Europa se debate en la guerra de trincheras más cruenta hasta entonces vivida. La utopía formulada científicamente por Marx y Engels en el XIX parece volverse realidad. Los bolcheviques, encabezados por Lenin y Trotsky, derrocan al gobierno provisional de Kérenski y toman el poder en octubre de 1917. El mundo cambia apresuradamente. La de México fue, escribió Adolfo Gilly, la revolución de la madrugada, su eco resonará en América Latina, Europa y pondrá en alerta a los Estados Unidos de Norteamérica. La rusa será la primera con el carácter socialista y su influjo en el siglo XX será enorme y determinante. La década de los años veinte, luego de terminada la Primera Guerra Mundial, será de recuperación económica, de fasto, de derroche. Años locos en los que el jazz irrumpirá en escena, al igual que las flappers, el charleston. Si ya entrado el mundo en la Modernidad se vivían tiempos vertiginosos, ahora su velocidad se incrementaba. Ford inventa la cadena de montaje y con ello la estrecha relación del trabajador con su materia prima desaparece. Chaplin dará cuenta de ello en “Tiempos modernos”, como dará cuenta de la aparición de esa clase social llamada a acabar con las desigualdades sociales: el proletariado. Es el tiempo en el que el fascismo se plantea como una alternativa al comunismo. Su triunfo desencadenará otra conflagración. Pero en esos años, las revoluciones rusa y mexicana tienden vasos comunicantes. De ello darán cuenta los Estridentistas. En ese tiempo descoyuntado todo parece estar permitido.

 

IV

Desacralizadores, portadores de una sensibilidad que festejaba la velocidad, el mundo materialista y moderno, los Estridentistas se muestran irreverentes: “Muera el cura Hidalgo”, se lee en Actual, número 1, en el que, Maples Arce, su autor, se revela parricida. “Caguémonos […] en la estatua del Gral. Zaragoza, bravucón insolente de zarzuela”, escribe, desafiante, List Arzubide en la Puebla que defendiera el general frente a la intervención francesa de 1862, al tiempo que la emprende en contra de profesores del Colegio del Estado. El tercero, igualmente irreverente, caracteriza a López Velarde, autor de la Suave Patria y muerto unos años antes, de gambusino; claman por la muerte “de la reacción intelectual y momificada”. Firma, entre otros más, Salvador Gallardo. El cuarto manifiesto, “Chubasco estridentista”, invita a llevar Chopin a la silla eléctrica. Lo firman los delegados asistentes al Tercer Congreso Nacional de Estudiantes.

Dos años antes, Manuel Maples Arce había dado a la imprenta su poemario Urbe, super-poema bolchevique en cinco cantos. Allí el protagonista es la ciudad. La ciudad moderna, cambiante, un horizonte en el que se van desplegando, hasta invadirla, los cables telefónicos, los postes que sostienen ese tendido nervioso y eléctrico que alimenta a sus habitantes. Ese espacio en el cual las masas obreras se manifiestan. Escribe Maples Arce:

“He aquí mi poema / brutal / y multánime /
a la nueva ciudad. / Oh ciudad toda tensa / de
cables y de esfuerzos / sonora toda / de motores
y de alas”. Y más adelante: “Oh ciudad fuerte /
y múltiple / hecha toda de hierro y de acero. /
Los muelles. Las dársenas. / Las grúas / Y la fiebre sexual / de las fábricas”. Más adelante un guiño
al todopoderoso presidente: “La muchedumbre
sonora / hoy rebasa las plazas comunales / y los
hurras triunfales / del obregonismo / reverberan al sol de las fachadas”.

El Estridentismo, la vanguardia comprometida, querrá llevar más allá el rumbo de la revolución mexicana.

Al menos en la literatura. Otros debates sacudirán en lo inmediato a la República de las Letras que advierte la narrativa surgida durante la revolución, pero la impronta de estos jóvenes irreverentes quedará registrada para sorpresa de los habitantes del futuro.

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