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viernes, abril 26, 2024

La amiga Annie

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Este título no es un plagio, pero sí está muy, pero muy inspirado en un texto de Savater. De hecho, lo que sigue a continuación también huele a don Fernando. La nuez de este texto es la misma que la que nos pone él a pelar.

No es un plagio, pero me robo la idea central: el autor que leemos como figura a la que en verdad se llega a querer.

En su libro de ensayos La música en las letras habla, por supuesto, de sus lecturas favoritas, y evidentemente que en este compilado aparece Michel de Montaigne.

Savater dice que leer a Montaigne es como estar escuchando a un amigo sabio, y vaya que decir eso son palabras mayores… ¡qué más quisiéramos los simples mortales haber podido entablar una conversación discreta o mínimo estar sentado en la misma mesa de uno de los filósofos más importantes de la historia!

En lo particular, creo conocer bastante a Montaigne. Ensayos, su obra culmen, está colocada en la mesa de centro de mi casa como quien pone una biblia en el Salmo 91, sólo que yo no leo Ciencia Ficción, sino preguntas que generan más preguntas: ¿qué no de eso se trata la filosofía?

Me metí a estudiar sus famosos ensayos al notar todas las referencias y la idolatría que le profesaba Thomas Bernhard, quien va un poco más allá que Savater y se apropia del personaje, pues el austriaco siempre anteponía el determinante posesivo “mi” antes de mencionar a Montaigne; es decir, el trato de Bernhard era invasivo e íntimo, rayando en lo abusivo: “Estaba yo en mi sillón de orejas en la casa de los Lampersberg pensando en mi Montaigne”, por ejemplo. Debo confesar que he utilizado varias de sus frases como epígrafes de cuentos y artículos, y, claro, siempre que pongo punto final a mis ideas me percato que esa pequeña cita borra, aniquila por completo todo lo que yo he escrito con denuedo. Por eso es mejor no ser pretencioso al echar mano de los genios para abrir un modesto cuento de principiante, ya que corres el riesgo de que cinco palabras del autor citado te hagan quedar como un idiota novato con graves veleidades intelectuales.

Pero no estoy escribiendo esto para hablar de Montaigne, sino de Annie Ernaux, la autora francesa que ganó el Nobel el año pasado.

Me sucede igual que a Savater con Montaigne, pues la prístina, y sobre todo honesta y valiente escritura de Ernaux, hace sentir al lector confortado y seguro. Exactamente como si estuvieras sentada en un café (de preferencia de Saint Germain) con Annie.

Cuando veo mi librero me preocupa que la gran mayoría de los libros que tengo y que he leído son de hombres. No sé, pero siento una gran inclinación por los autores y por los músicos, más que por las autoras y las músicos (no me gusta llamarles músicas). Sin embargo, y sin querer, este año arranqué con el firme propósito de recobrar el ritmo habitual de lecturas que conseguí hace varios años y del cual me sentía orgullosa. Leía al menos dos libros por semana, según el volumen de páginas y el interés que despertara en mí, así que en la pasada FIL de Guadalajara me descubrí a mí misma pagando un bonche de libros en los cuales sólo figuraban dos caballeros en contra de los otros ocho escritos por mujeres, entre ellas, Annie.

Me embebí en la lectura de dos de sus novelas más aplaudidas Pura Pasión y El Acontecimiento: la primera es una bellísima radiografía que exhibe las tripas y los movimientos telúricos del cuerpo y la mente de las mujeres que se meten a ser amantes de hombres que jamás serán suyos. Conforme pasaban las páginas me vi retratada y me ruborizaba al darme cuenta cómo todo eso que describe Annie formaba parte de mi historial amoroso. En fin, la sensación fue exactamente como ser la recipiendaria de un secreto contado, no por una autora que me leva cuarenta años y que vive al otro lado del mundo, sino por una amiga, una confidente.

Lo mismo pasa con El Acontecimiento: crónica realista y sin tejidos morales de un aborto en los años sesenta. El aborto de Annie, escrito a cuarenta años de distancia, no era nada alejado a lo que me platicaban mis amigas que sucedía en las escuelas de monjas cuando una compañera salía preñada y se veía obligada a abortar en una clínica nauseabunda poniendo en peligro su vida.

Así pues, Ernaux me tiene encantada.

Su uso del sujeto, verbo y complemento es lo que más me fascina: escribe con la sinceridad y la primera intención con la que alguien cercano se abre en canal, no para la que lo comparezcas ni le aplaudas, solo para que lo escuches.

Por eso digo que, si Savater tenía de amigo a Montaigne, yo hoy puedo afirmar que me siento muy a gusto recostándome sobre el regazo de ella, de la amiga Annie.

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