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viernes, abril 26, 2024

Una cierta idea de mundo

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Quizá sí. Para entender a alguien y su manera de habitar el planeta es importante conocer su biblioteca personal. Las páginas que perviven en la memoria, indisociables de instantes de lucidez, placer y plenitud. Las obras que la persona en cuestión rescataría en caso de una hipotética catástrofe. Pienso en esto mientras reviso Una cierta idea de mundo de Alessandro Baricco, una publicación añeja que aguardaba nuestro encuentro paciente en el librero. 

Y con este pensamiento no sugiero que las personas que leen poco o no coinciden con los libros en la cotidianidad sean, de suyo, incomprensibles. Sin duda, su microcosmos responde a una lógica que les provee del sentido necesario para la faena de cada día. Habrá que aproximarse a esa perspectiva por otras vías. 

Lo que sí, para el lector, biblioteca es biografía. 

En este libro, el autor de Seda y de Bárbaros resume una década de lectura, dedicando un artículo a cada uno de los cincuenta libros que considera de mayor valía y que pasaron por sus manos en ese periodo. Los comentarios inician –tras los datos de identificación: título y autor– con los más variados motivos para la adquisición de cada volumen: “Lo compré porque me lo aconsejaron dos amigos”; “lo compré porque me interesaba el tema pero sin saber exactamente lo que estaba comprando”; “me obligó a comprarlo una amiga que en cuestión de ensayos no se equivoca nunca”; “el azar y una solapa bien escrita me llevaron ante esta historia que nunca más he podido olvidar”; “un libro con un título como éste se compra y punto”; “lo compré porque me gustó la portada”; “un clásico de la filosofía al año”. 

Después indaga y presenta en qué consiste la magnificencia de las obras señaladas, ya sea en relación con el sentido de la vida o la aproximación a los esquemas mentales configurados por una estética dominante en un determinado siglo o la ideología que de ella se deriva, el realismo y la fantasía, la narración intensa o la epifanía en el poema, los personajes entrañables o la maestría del autor en géneros desafiantes y difíciles. 

Y es que las obras referidas tratan lo mismo de la filosofía cuando consistía en “meditar, caminar, leer, cumplir con las propias obligaciones, saber gobernarse dentro del laberinto de los sentimientos, escuchar, cultivar amistades, dialogar”, hasta la actual revolución cultural en la que se impondrán los bárbaros “y lo harán equivocándose, pero lo harán, por la invencible fuerza de la juventud, del talento y de la locura”. 

Pondera novelas como Anatomía de un instante de Javier Cercas en relación con el acontecimiento histórico que la inspira, o La princesa prometida de Goldman porque “devuelve el encantamiento de los primeros libros que uno lee”. Resalta la versatilidad de Truman Capote para escribir, por un lado, A sangre fría y, por otro, Desayuno en Tiffany’s. El estilo, en los casos de Coetzee y de McEwan. A propósito de 2666 de Bolaño cuenta que cuando comenzaba a leerlo alguien le preguntó de qué trataba, a lo que respondió “no lo sé, no es importante”. Y es que para Baricco está claro que la literatura es más que la historia narrada y que se lee para habitar en el libro viendo pasar la trama (no tanto para conocer el final). 

Abundan notas autobiográficas sobre las razones del autor para la lectura y referencias a su propia teoría literaria. Hay obras que “se pueden escribir sólo si has vivido lo más oscuro de la derrota”; hay novelas que te hacen reír “de una manera que solo conoce quien lee libros, te ríes por dentro”. “Se lee no tanto para aprender, ni para poder uno entenderse de modo inteligente, se hace para dejar que la prosa impregne un cansancio, un fracaso o una derrota personales, aliviando el resquemor y limpiando la herida”. 

Si bien es cierto que nos aproximamos a la literatura “por el simple placer de la lectura, y para salvarnos”, también es cierto que leyendo uno aprende, relaciona y entiende cómo funciona lo que nos atrae y lo que nos duele, lo que nos aproxima y lo que nos aleja, lo visible y lo invisible. 

Al terminar el libro queda el deseo de más libros, de más lecturas, de más páginas inolvidables.  

Y quizá sea un buen momento, ya que del 1 al 10 de abril de este año se celebra la 35ª Feria Nacional del Libro, en el edificio Carolino, organizada por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. El programa incluye la presencia de escritores como Pedro Ángel Palou, Elena Poniatowska, Juan Villoro y Ángeles Mastretta, Víctor Roura, Laura Baeza y Víctor Toledo, Gerardo Horacio Porcayo, José Luis Zárate, Ricardo Cartas y José Luis Prado, entre otros. Mi felicitación desde aquí y desde ahora a la Rectora, Dra. Lilia Cedillo, y al Vicerrector de Extensión y Difusión de la Cultura, Mtro. José Carlos Bernal, así como a todos los colaboradores, por el éxito de este encuentro entre autores, libros y lectores. 

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