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viernes, abril 26, 2024

Se dicen cosas horribles de ti / 11

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ENTREGA XI

Todos los nombres de los personajes son reales.
Todos los enredos de los personajes son ficticios.

 

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El científico húngaro Dennis Gabor, Premio Nobel de Física en 1971, empezó a trabajar en la creación del holograma un Domingo de Pascua de 1947, mientras se preparaba mentalmente para jugar un partido de tenis. Frente a los klōnes 7D de Padilla, Poniatowska y compañía, ese primer holograma era, naturalmente, de lo más rudimentario. En los últimos años de su vida, alejado del barullo y la celebridad que dan los Nobel, Gabor viajó a Oslo, donde dedicó muchos años de su vida al proyecto que transformaría, entre otros, al mundillo cultural. Fue entonces cuando pronunció su célebre frase: “La mejor manera de predecir el futuro es inventarlo”.

Gabor fue fichado por Kongsberg Defence & Aerospace, una de las dos alas del poderoso Kongsberg Gruppen. Kongsberg Defence es un proveedor de productos y sistemas de defensa relacionados con el espacio, principalmente misiles anti buque, comunicaciones militares y sistemas de control de armas para buques de guerra y aplicaciones de defensa aérea. A partir de la llegada de Gabor, se empezaron a construir los hologramas y los klōnes más modernos y sofisticados. Tras su muerte, en 1979, el gigante noruego denominó al klōn Kongsberg con el nombre de su creador.

El escritor Salman Rushdie fue el primer en adquirirlo luego de que la empresa le obsequió un año de prueba gratis. De hecho, el klōn Gabor, de Rushdie, ha sufrido y resistido los más diversos ataques de grupos radicales musulmanes, luego de que el Ayatola Jomeini profieriera en su contra una Fatwa, que es el equivalente, en su caso, de un llamado a la población musulmana para que sean aniquilados él y cualquiera que tuviera que ver con la publicación de su libro Versos Satánicos. Ante esa amenaza, Rushdie, asesorado por una consultora inglesa, aceptó el ofrecimiento de Kongsberg Gruppen.

Una mañana nublada en Londres llegó a su residencia clandestina un paquete con el logo de la empresa. Entre algodones y telas de plástico venía Shaitan, que es como el escritor bautizó a su klōn. Los muchos lectores de Rushdie entenderán el guiño. Y es que en los Versos Satánicos aparece un personaje con ese nombre, que es como en el Islam se le llama a Satán.

Shaitan, enviado por el escritor a dar discursos y a recibir premios en todo el mundo, ha salido inmune de bombas, atentados cuerpo a cuerpo y balas provenientes de clanes musulmanes. Fue tan bueno el resultado que no dudó en comprar un klōn Gabor tras el año de cortesía. Su precio en el mercado es delirante: un millón de dólares.

De hecho, en su visita a la FIL de Guadalajara, en 2016, no llegó Salman Rushdie ni tampoco dictó la conferencia magistral en la recepción del Premio FIL. Tampoco fue él quien conversó largamente, ante un público ansioso, con el escritor Pedro Ángel Palou. Todo, absolutamente todo, lo hizo su fiel Shaitan. Desde la sala de su casa, en Londres, Rushdie siguió el minuto a minuto de las actividades de su klōn, mismo que provocó la envidia y la desazón de Raúl Padilla, cuyo klōn —denominado Trino— es de una calidad sensiblemente inferior.

 

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Jovita Jáuregui es una de las reporteras culturales más longevas entre las que han cubierto la FIL. Tras una temporada en la nota roja de un periódico tijuanense, donde lo mismo escribía efemérides que recetas de cocina, pasó a colaborar para el Noroeste de Culiacán, en 1991, cuando el poeta chileno Nicanor Parra obtuvo el premio Juan Rulfo, mismo que después cambiaría de nombre a Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances debido a un capricho de la viuda del autor de Pedro Páramo. No hay año que no asista a La Feria de las Letras, como bautizó su columna que sólo se publica en esos días. No es una columna cualquiera sino de variados y sobrados chismes literarios.

Ahí, entre líneas, exhibió el supuesto romance entre Alberto Ruy Sánchez y Marie Jo Tremini, esposa de Octavio Paz. Con una saña inaudita reveló que el entonces joven narrador sedujo a la mujer del poeta una vez que regresó a vivir a México tras una estancia en Mogador y París. Ruy Sánchez, notablemente furioso, amenazó con denunciarla por difamación y calumnias, pero la reportera respondió en otra columna que sus fuentes provenían de la revista Letras Libres y sugirió que éstas tenían que ver con un personaje denominado “el ingeniero”. Luego trascendió que así es como sus empleados llaman a Enrique Krauze.

Ruy Sánchez interpuso una denuncia penal en la Procuraduría del estado de Jalisco, misma que procedió de inmediato. (El propio Krauze ya había presentado otra vía internet). Jovita Jáuregui fue aprehendida saliendo de su hotel —Holliday Inn Express—, a dos cuadras de la Expo. Temeraria como es, dejó escrita una columna en la que acusaba a Raúl Padilla de mover sus influencias para que el proceso judicial se ejecutara burlando los trámites de ley. En esa misma entrega, dio más detalles del escandaloso idilio. Relató que Krauze descubrió la infidelidad de Marie Jo y la compartió con el poeta, quien, víctima de varios males, cayó en cama sumido en una doble depresión: el entonces reciente incendio de su biblioteca y la deslealtad de quien consideraba uno de sus más notables pupilos. La pluma de la reportera se dio el lujo de relatar que Krauze y Ruy estuvieron a punto de llegar a los golpes. La salida de este último de la revista fue fulminante.

Se dicen cosas terribles de Jovita Jáuregui.

 

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Marie Jo Tremini se enteró por su sirvienta que una periodista había dicho cosas horribles de ella y del señor, o sea el poeta, y que entre esas cosas horribles había salido a colación el ingeniero, o sea Enrique Krauze, pero que éste había demandando a la periodista, o sea a Jovita Jáuregui, a quien caracterizó como una mujer sin escrúpulos y cordialmente odiada por sus colegas, o sea los reporteros culturales que cubren la FIL.

Marie Jo no entendió bien lo dicho por la sirvienta y quiso marcarle a Enrique Krauze, pero recordó que su relación estaba rota o parcialmente rota debido a un tema de derechos de autor que el ingeniero le había quedado a deber.

Descubrió en ese momento que tras la muerte de Octavio Paz se había ido quedando poco a poco sin amigos, sobre todo porque ella consideraba injusto que todos se colgaran del nombre de su marido, y que además lucraran con él y su gran obra.

A partir de esas circunstancia, inevitables en cualquier país del mundo, Marie Jo empezó a ver cómo los amigos de antes se alejaban hablando pestes de ella, pestes que no escupirían si el poeta viviera y siguiera gobernando el cenáculo cultural como lo hizo en los últimos cuarenta años.

La sirvienta recordó horas después, y así se lo dijo a Marie Jo, que en la trama montada por la periodista en la FIL de Guadalajara también había sido mencionado el joven aquel que hace años, antes de que muriera el señor, los visitaba tan seguido. El joven ese que hablaba como si estuviera diciendo poesía, y que caminaba como si flotara en un aire muy delgado, un aire como el que se respira en los pueblos de México, como el aire de Oaxaca, tierra natal de la señora de servicio.

Los recuerdos se agolparon en la mente de Marie Jo y buscó sin éxito en el clóset el klōn del poeta, llamado Kostas. Luego buscó debajo de la cama y en los armarios, y en la vitrina. Buscó en la bodeguita de los alimentos y en la cava, y en la biblioteca. Entonces vino a su memoria que el último que cargó el klōn fue Enrique Krauze, y recordó una conversación que tuvo con Isabel Turrent en el sentido de que se había divorciado del ingeniero porque prefería dormir con dos klōnes: el suyo propio (llamado Octavio) y el de Octavio Paz.

Eso hacía en las noches en lugar de dormir con ella como lo hacen todos los esposos con sus esposas.

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