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viernes, abril 26, 2024

Las amenazas, como los cocodrilos, vuelan

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Todo lo que están haciendo los precandidatos en este país y en los estados en los que habrá elecciones en 2024 está absolutamente fuera de la ley.

La publicidad adelantada, los espectaculares, las pintas callejeras, los actos masivos —los pasivos también—, las organizaciones que súbitamente nacen, crecen y mueren…

Todo, faltaba más, es contrario a Derecho.

México es un país en el que todos violamos la ley todos los días.

Pero los candidatos, o precandidatos, son los que más lo hacen.

Se esmeran en hacerlo.

Quien debe cuidarlos es un guajolote descabezado: el INE.

Los consejeros que tendrían que estarlos auditando están más entretenidos en salvar sus privilegios.

No tienen tiempo para esas bagatelas.

Son un moco de pavo.

En este contexto, no es extraño que el pistolero de un señor involucrado en una precampaña política se sienta con las ínfulas necesarias como para amenazar periodistas.

Es el caso de Álvaro Ramírez, quien grabó al que lo amenazó, y ya hasta lo denunció en la Fiscalía General del Estado.

¿Por qué el pistolero se puso valiente?

La duda no mata.

Hizo lo que hizo porque en este régimen de impunidad electoral las amenazas entran también en un apartado relacionado con las precampañas.

Me ha tocado vivirlo muchas veces.

En el sexenio de Marín, por ejemplo, un pistolero se fue a vivir fuera de mi casa durante dos meses.

Cuando salía a hacer un programa de radio matutino, él llegaba a bordo de su camioneta blanca tipo combi.

A mi regreso, se bajaba del vehículo con ganas de amedrentarme, cosa que lograba con facilidad.

Yo imaginaba que dentro de la combi tenía un sofisticado equipo de espionaje y que desde ahí escuchaba mis conversaciones.

Opté por subir el volumen de un disco de Juan Gabriel, por ejemplo, para hablar libremente de cualquier cosa.

(Eso lo aprendí en las películas gringas).

Eran los tiempos de la crisis de Lydia Cacho, cuando Marín nos echó de una estación de radio y nos intimidaba a través de sus columnistas a modo o de algunos de sus funcionarios.

En 2007, el hostigamiento llegó a tal grado que un periódico me dedicó catorce portadas durante dos semanas seguidas.

No contento con eso, Marín pagó para que un señor apodado El Muerto —hace poco le hizo honor a su sobrenombre y se murió— maquilara un libro en mi contra.

Ya he hablado de cómo la presentación terminó siendo un fracaso pese a que El Muerto metió gente armada a la exlibrería Profética.

Todo eso y más aguanté durante algunos años.

Son cosas que, como en el caso de Álvaro, suceden cuando la impunidad —electoral, en esta trama— no conoce medida ni razón.

Y no es que uno tenga que acostumbrarse a todo esto.

Lo mejor es lo que hizo el amigo y colaborador de Hipócrita Lector: grabar al pistolero, exhibirlo y denunciarlo.

No está de más decirle a la víctima de la indecencia que cuenta con nuestro febril y cariñoso apoyo.

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