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viernes, abril 26, 2024

El espejo bostoniano

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El otoño se ha abierto camino. El gozo que me produce la sensación de una fresca y fría brisa acariciando mi rostro es vivificante. Hablo de esa frescura que tanto me recuerda a mi madre. Ambas hemos de haber nacido con alguna carga genética que nos permite disfrutar el frío de esta manera. Ese frío que te hace sentir vivo y despierto. Y que permite ataviarte con la exquisita ropa de temporada. 

Me encantan las sensaciones que despiertan las finas prendas. Cuando extraes del armario un delicado abrigo de gamuza o de visón, la textura aterciopelada de la piel es reconfortante, tan suave que quisiera llevarla siempre conmigo. Y su olor… ese olor de la piel…imposible que no te traslade a alguna experiencia o recuerdo. Me encantaría que el otoño fuera más largo… pero todo lleva su proceso y tiempo. Y el otoño es tiempo de reflexión. 

El emperifollamiento apenas empieza. Realmente me complace, cual regalos de Navidad, ir desenvolviendo y redescubriendo, otras prendas igual de “exquisitas”. La placentera textura de una bufanda y un suéter de cashmere; el terso y acogedor pantalón de pana; la adorable suavidad de unos guantes de piel de venado; el delicioso gorro de alpaca y por supuesto, un cómodo, tibio y buen calzado, son desde mi óptica, piezas indispensables para salir a dar un paseo otoñal e incluso invernal. 

Boston es la ciudad de EE.UU. que más disfruto visitar. Si bien, tiene el aire de una ciudad europea, nació con una personalidad propia y ha evolucionado con un estilo muy particular, distinguiéndose de cualquier otra ciudad norteamericana. Hay quien dice que es “una ciudad inglesa en América” y no por algo se ha ganado los sobrenombres que tiene. 

Además de ser la capital del estado de Massachusetts, se ostenta también como la capital de Nueva Inglaterra, la única región de EE.UU. que tiene un nombre histórico. Aquí se mantiene un fuerte sentido de identidad cultural, un tema que vale la pena ahondar en él y que es algo que la distingue del resto de la nación.  

Mi madre, era una mujer que, aunque educada de forma muy tradicional, poseía una fina educación y una amplia cultura. Ella, de manera recurrente, nos hacía énfasis en la importancia de aprender otros idiomas y cuando se refería al idioma de Shakespeare, nos comentaba que, si queríamos aprender un “buen inglés”, buscáramos la oportunidad de viajar a New England o a la propia Inglaterra.  

Hemos llegado. Elegimos almorzar en uno de los más típicos restaurantes bostonianos donde se sirven deliciosos platillos regionales, principalmente pescado y mariscos. Sobre una de las avenidas más comerciales y bulliciosas de la ciudad, Boylston Street, se localiza Atlantic Fish Co. Al cruzar la puerta, la atmósfera del lugar se hace presente. Remos, un timón, nudos marineros, un velero a escala, un telescopio, …son algunos de los elementos decorativos… Todo hace referencia al océano, a la pesca y al oficio marítimo.  

De entrada, nos decidimos por unos ostiones en su concha. Su frescura es absoluta y gratificante. Para continuar, mi marido ha ordenado la New England Clam Chowder, una sopa muy tradicional de la región, como su nombre lo indica. Es muy apetecible en época de frío ya que se sirve muy caliente. A su base cremosa, de leche o nata, se le agregan almejas y patatas. Su historia data del S. XVIII y al parecer su origen se relaciona con pescadores franceses que atracaban ocasionalmente en los puertos de Providence, Nantucket o Boston. Como segundo platillo, un filete de pez espada del Atlántico de Norte al grill. Aunque vaya contra el protocolo, le he robado un par de bocadillos de ambos platillos. Su elección…vaya que ha valido la pena. 

Por mi parte he seleccionado como primer tiempo, una crema de langosta, la Lobster Bisque. Cada vez que venimos a este lugar, ordeno esta sopa. Su sabor es tan delicado que pareciera saber acariciar todas y cada una de mis papilas gustativas. Es una delicia. La elección de mi segundo platillo pudiera parecer repetitivo. Pero no dudo, ya que la ocasión lo amerita. Me decanto por un Lobster Risotto. Otro manjar para mi paladar… en pocos lugares del mundo se comen mariscos, pescados y ostras de tan buena calidad.  

El mar, el océano, la pesca…siempre han estado ligados a la cultura de Nueva Inglaterra. Herman Melville, escribió su novela de Moby Dick en estas costas. No por algo, la gente local, se siente muy orgullosa de su cocina ligada a la actividad náutica. Y con justificación plena. 

Al terminar de degustar una taza de té, emprendemos el regreso al hotel. La caminata nos lleva a los dos parques localizados en el corazón del “Viejo Boston”, y más emblemáticos de la ciudad, el Boston Common y el Public Garden. Solo separados por una calle, cada parque tiene su historia. El Common se convirtió en el centro de la actividad al aire libre de los bostonianos. El Public Garden es más formal y detenta un estilo de jardín inglés, magnífico, elegante…  te deja embelesado. Los árboles centenarios, el apacible lago, las esculturas…, todo el conjunto es como un óleo de Constable o Turner, pintores románticos ingleses. 

Me deleito vivamente con los detalles que se manifiestan en esta temporada, como los follajes de los árboles en colores otoñales; el suelo tapizado de una ocre hojarasca; la gente, vestida elegantemente. Los bostonianos no desentonan en este aspecto. Son, sin lugar a duda, los norteamericanos con una mejor cultura. Su acento inglés es más puro y claro. Aunque otros estadounidenses hagan, en ocasiones, mofa de él.  

Al sentarnos en una fría banca a un costado del lindo lago perteneciente al Public Garden y sumergida en este ambiente semi-impresionista, observo el idílico escenario. Unos vigilantes sauces llorones; alegres arces resplandecientes, robles fornidos y frondosos, flores multicolores; majestuosos y elegantes cisnes; una simpática familia de patos que se contornea; barcas transportando a curiosos y complacidos turistas que admiran el puente ornamental de 1869 y modernos edificios en el fondo, coronan el sublime paisaje. 

 Todo se refleja en el agua del lago, construyendo un ondulante espejo. Reflejo que me lleva a recordar una absorta reflexión sobre las historias paralelas de Boston y Puebla. Existen similitudes que pudieran considerarse pasmosas, empezando porque las dos palabras, se forman por seis letras.  

  • Ambas fueron fundadas por europeos, en sitios donde hubo algunos asentamientos de nativos americanos. Boston en 1630 por puritanos ingleses y Puebla en 1531 por franciscanos y dominicos. Ambas son ciudades con arquitectura colonial. Una, estilo inglés, la otra, hispánica. Aunque fundada por puritanos, Boston es considerada la ciudad importante, con mayor población católica, proporcionalmente, en los E.U.. Puebla… no digamos más. 
  • Ambas se han visto envueltas en inicios de sucesos que cambiarían la historia de sus respectivos países. En Puebla, inicia el movimiento armado de la Revolución Mexicana el 18 de noviembre de 1910, con los Serdán. En Boston, tiene lugar la primera gran batalla de la Revolutionary War, conocida igualmente como la Guerra de la Independencia de EE.UU., la Batalla de Bunker Hill, el 17 de junio de 1775. 
  • Las dos son polos universitarios regionales y sedes muy importantes de universidades en sus respectivos países.  
  • Ambas son sedes de algunas de las bibliotecas históricas más antiguas e importantes de América. Puebla, de la Biblioteca Palafoxiana y la Biblioteca José María Lafragua. Boston, de la Harvard Library y la Boston Public Library. 
  • Los términos de su identidad son habitualmente muy contrastados, pues combinan puritanismo o conservadurismo con liberalismo; la vida agraria con la industria, y el aislamiento con la inmigración. 
  • Las dos metrópolis son conocidas porque han sido y son centros culturales. Son ciudades aburguesadas. Apreciadas y en algunos casos, menospreciadas por lo mismo.  

Existe también una similitud muy importante entre el poblano y el bostoniano. El orgullo, la estima y el reconocimiento a la historia y cultura de sus respectivas ciudades. Hablo del poblano que se ha cultivado, ha leído y ha llegado a apreciar el valor de la Heroica Puebla de Zaragoza. Aquél que, con dignidad y orgullo, ha puesto o busca poner en alto el nombre de Puebla. Ejemplos los hay en todas las épocas y en desiguales profesiones y sectores. 

No hablo de poblano que prefiere lo extranjero. Para quien todo lo que viene de fuera, siempre es mejor y superior. Aquel a quien es mejor nombrarlo y distinguirlo como apoblanado. Y es sumamente importante hacerlo. Penosamente, pululan. En diversos y heterogéneos ámbitos. Tantos, que en múltiples ocasiones compatriotas de otros estados de la República, lo primero que te dicen es: ¿Ah, eres Pipope?, expresión que para algunos es ofensiva, y para otros, solo es una muestra de falta de cultura y proclive a devolver una respuesta irónica. 

Si algo podemos afirmar, es que los bostonianos son decididamente orgullosos de su cultura y sus tradiciones. Tal vez carezcan de la riqueza histórica mexicana y el mestizaje no haya sido tan profundo. Sin embargo y probablemente por lo mismo, sean tan animados y atesoren los logros de su historia.  

El originario de Puebla se debate entre el apoblanado y el poblano; ignorancia y conocimiento; insolencia y urbanidad; mamonería y cortesía; desprecio y orgullo… siempre la Puebla de las dos Historias. 

Así es la Puebla de los Ángeles. Una Puebla que se ha mirado solo de reojo al espejo bostoniano. Aún no logramos o no queremos salir de nuestro rebuscado marasmo de identidad. 

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