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martes, abril 30, 2024

La belleza que fue, no será

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Volví a ver el documental Bellas de Noche y me dejó con un nudo en el estómago. 

A veces no es necesario mostrar la brutalidad de la guerra o seguir las pistas de una red de trata o escarbar en la mente de un asesino serial para acabar con el corazón contrito. 

La belleza, cuando se tiene, es un arma caliente. Pero cuando se acaba deja más estragos que las bombas de hidrógeno. 

¿Qué tenían de especial Lyn May, Princesa Yamal, Wanda Seux, Olga Breeskin y Rosy Mendoza? 

Todas tenían un cuerpo de ensueño. Cuerpos rotundos y lúbricos que exhibían en desafortunadas coreografías. Y digo desafortunadas porque no había una que tuviera la fuerza y la precisión de las bailarinas profesionales. Acaso Lyn May con su contoneo Tahitiano y sus pasos cercanos al afro moderno de Nigeria, pero lejanísimo a las secuencias de las danzas rituales del south west. 

En su respectiva época, las rumberas cubanas tuvieron muchas más dotes dancísticas, pero con sus debidas reservas. Quizás Ninón Sevilla y Rita Montaner eran más bailarinas que Meche Barba y María Antonieta Pons… 

Entre las rumberas y las Bellas de Noche hubo una verdadera maestra: Tongolele. Ella no entra en el grupo de rumberas. Tongolele fue considerada como una bailarina exótica. 

Las rumberas envejecieron con más decoro que las Bellas de Noche, o por lo menos padecieron menos los estragos del tiempo. La decadencia de las rumberas consistió más en el veto que se tiene en la televisión mexicana a las mujeres que pasan de los 45 años, es decir, la mayor humillación que enfrentaron fue ser condenadas a papeles menores dentro de telenovelas lamentables. Así lo vivieron Ninón y Meche Barba, quienes terminaron sus días haciendo papeles de sirvientas de actrices mediocres como Thalía. 

El caso de las vedettes setenteras es todavía más triste y María José Cuevas (hija del pintor José Luis Cuevas) lo retrata en toda su crudeza. 

¿En dónde quedaron los días de vino y rosas? 

¿Dónde los collares de diamantes, los ríos de champaña? 

Estas mujeres que un día fueron arquetipos de las diosas, hoy viven una realidad espeluznante. 

A pesar de que todas conservan cierto aire de vampiresas, sus miradas revelan el trauma que es transitar del paraíso al infierno. 

La piel que otrora era firme, hoy sufre los efectos de la gravedad; entre las tiras apretadas de un vestido de Mitzy, viejo y roído. 

¿En qué momento se desvanecen los sueños de una mujer que construyó toda su historia sobre los frágiles cimientos de un cuerpo que traiciona? 

¿Cómo es el día a día de esas aves nocturnas? 

¿A qué hora las abandonó la sensualidad? ¿Qué terremotos las derrumbaron? 

A Wanda Seux la hicieron pedazos. Un cáncer se la llevó no sin antes vender su miseria a las páginas amarillistas de TvNotas. 

Princesa Yamal se acabó el día que un mal amante la arrastró a la cárcel por robar piezas arqueológicas. 

Rosy Mendoza es la Penélope que llena sus ojitos de ayer mientras escribe un mamotreto de máximas metafísicas dentro de una habitación tan modesta como la gente que todavía va a mirarla en espectáculos marginales. 

Cuando yo nací, escuchaba siempre en la televisión: ¡Todos queremos ver a Olga! Ahora sólo la sigue una horda de fanáticos cristianos que la miran como si fuera la Puta Babilonia redimida. El alcohol se llevó su cintura de avispa. Las drogas y la depresión le desaparecieron el cuello. Hoy nadie quiere ver a Olga. 

Y Lyn… ¡Ay, de Lyn! 

¿De qué vale ser la rica entre las pobres, el tuerto entre los ciegos? Viviendo la zozobra de la viudez, desfigurada por un carnicero que merece la pena capital y prestándose para hacer el papel de freak en videos de estrellas efímeras del rockcito mexicano. 

¡Qué injusto es el Dios que se han creado los hombres justos! 

Si la vejez es en sí misma decadencia, morbosidad y pena, arrebatarle el candor a la rosa, ¿no es sadismo puro y duro? 

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