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lunes, abril 29, 2024

El señor del costal

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De niño me asustaban con el robachicos o el señor del costal. “Si te portas mal y no te comes la sopa, el hombre del costal vendrá por ti”, me decían mis papás, mis tías y las vecinas. Yo trataba de imaginar los motivos que tendría ese señor para llevarme. Y algo más: buscaba en mis pesadillas posibles recovecos a donde me llevaría. 

Una tía juraba que me pondría a vender chicles y me azotaría varias veces al día. Extrañaría mi hogar, extrañaría mis juguetes, extrañaría a mis padres. Ese ambiente propicio para el terror llenó mis sueños infantiles, pero también me generó las ganas de contar historias. No estuvo tan mal que me asustaran con el petate del muerto para obligarme a comer una sopa que hoy me encanta: la sopa de fideos con higaditos de pollo. 

En esos años, cómo olvidarlo, supimos de una niña que desapareció en la colonia Lorenzo Boturini, en el ya desaparecido Distrito Federal. La historia salió en la revista Alarma!. Sus padres, llorosos, juraban que no tenían idea de quién había sido. Pensé, de inmediato, en dos posibles sospechosos: el hombre del costal y el robachicos. Hoy que escribo estas líneas me lleno de incertidumbre. Y es que posiblemente la niña fue hurtada por algún depravado, de los muchos que hay, para saciar sus más bajos apetitos. 

Alguna vez, ya en la adolescencia, supe de un joven poeta que de la noche a la mañana se había hecho humo. Sus amigos empezaron a dedicarle poemas. (Es lo primero que hace un poeta cuando otro desaparece). Unos más escribieron en el Unomásuno que el poeta joven se había incorporado a la guerrilla. No faltó quien dijera que el Estado lo había sacrificado. Eran tiempos en que los narcos no existían. O sí, pero carecían de visibilidad. 

Nadie de mi entorno ha sido privado de su vida o de su libertad hasta el momento. Ése no es un seguro para tragedias. Lo sé y a veces me asusto. Cuando veo los casos como el de Debanhi, generó una solidaridad espontánea que no requiere tuits amarillistas para demostrarla. 

En silencio, y en mis pensamientos, de alguna manera —laica y anti religiosa— oro por ella y por sus padres. Sé que lo peor que le pueda ocurrir a alguien es que un día llegue el señor del costal o el robachicos y se lleve lo que uno más ama y más aprecia. 

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