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domingo, abril 28, 2024

Lluvia y letras

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El 29 de junio del presente año se presentó en la Universidad Tecnológica de Xicotepec de Juárez UTXJ, la quinta antología La lluvia y las letras en Xicotepec, del taller literario de Xicotepec, antes se había presentado en la Universidad de la Sierra, A.C. USAC. 

Los integrantes presumen de un trabajo más avanzado en la tarea de las letras. Previo a estos dos excelentes encuentros acudimos a Pahuatlán a un encuentro de narradores. 

Un breve análisis en estas dos máximas casas de estudio fue compartido por los organizadores y los integrantes la enorme necesidad de promover la lectura y como se ha deformado esta tarea con el uso vertiginoso del celular a través de los cortados y grotescos mensajes de WhatsApp. 

En la UTXJ hubo un planteamiento por demás interesante: conformar un grupo de estudiantes interesados en conformar un taller literario en esta casa de estudios. 

Y para sorpresa de propios y extraños, nos encontramos con una asidua asistente al taller -que no pudo escribir en esta antología, debido a que llegó cuando está ya estaba avanzada la integración de la misma-. Ilsi nos deleitó con un texto que cautivó al público que, hay que decirlo, abarrotó el Aula Magna con cupo para unos 100 alumnos aproximadamente. 

Además, en las presentaciones se han recibido muestras de beneplácito por las lecturas que se inscriben.  

En el marco de la feria de las fiestas patronales de San Cristóbal de la H. Junta Auxiliar Necaxa 2022-2023, el Honorable Ayuntamiento programó para el día 28 de julio a las 5 de la tarde, la presentación de La lluvia y las letras en Xicotepec. 

Sin el afán de ser protagonista, me permití extraer de dicho libro una ficha en la que el presidente del taller me describe y para corroborar lo dicho entrego un texto: 

Leonel Quiroga recurre a la memoria tal vez más que a la imaginación para entregarnos una serie de retratos. Transitan por el lluvioso Villa Juárez o el Xico­ tepec de cambiante clima, los miembros de una hermandad secretan incluso para ellos mismos. El ojo del autor los descubre, casi todos nacidos en la precariedad y la incertidumbre, condenados por la sola condición humana al desencanto, las efímeras victorias, los fracasos parciales y la muerte que tal vez no sea la última desgracia. Pero, mientras cumplen este derrotero viven, habitan el paisaje pro­ vinciano y apuestan al azar cuanto tienen, cuanto son, su existencia que parece tan breve como el instantáneo vuelo de una moneda. Leonel escribe entonces contra el olvido invencible, contra la derrota final. 

 

El desatino de la dama afortunada 

Caminaba con gran garbo. Su cabellera ondulada y su fino perfil la hacía muy interesante. Por los sitios que acudía no pasaba desapercibida nunca. Como nunca tampoco se le vio acompañada por alguna pareja, sin embargo, al paso del tiempo y, sin que tampoco se notara la etapa de su embarazo, tuvo a una hermosa niña, ella la superaba en atributos femeniles. 

Pronto la pequeña creció y emigró a una de las grandes ciudades, algu­nos aseguraban que pudo haber llegado hasta el extranjero, debido sus largas ausencias. 

La vida de Artemisa continuó en su natal pueblo. Tenía además de sus atributos físicos aquellos que le distinguían en la comunidad como una mujer sumamente trabajadora, fotógrafa de profesión, era la que tomaba las mejores placas de los bautizos, primeras comuniones, quince años, bodas. Si bien no era la única en este quehacer sí era la más reconocida y a quien más confianza le tenían en los distintos estratos de la sociedad. Con el paso del tiempo había lo­ grado atesorar bienes muebles e inmuebles. Se comentaba que ya poseía cuatro casas habitación y tres concesiones de transporte colectivo. Todo parecía indicar una vida llena de grandes virtudes, de éxito económico y bonanza que pocos tenían en la localidad. 

Sin embargo, una mancha permeaba sobre su aura. 

Era muy asidua a frecuentar un sitio semioscuro donde se daban cita los tahúres al pardear la tarde. El lugar parecía ser un espacio de juegos de mesa, sin embargo, todo se transformaba al fondo del lugar. Cuando se arribaba al escondido espacio, el humo de los cigarrillos no permitía distinguir a quienes se encontraban en las cuatro mesas. El olor a alcohol y tabaco era imperante. Se presumía que allí, en sus días de suerte, Artemisa logró aumentar su capital producto del trabajo y era una presunción bastante acertada. En una partida de baraja quienes ya tenían habilidades se llevaban una fortuna. Hubo casos en que los parroquia­ nos perdían no solo lo que llevaban en sus bolsillos, sino también sus terrenos o casas. Un juego por cierto prohibido, pero tolerado por parte de las autoridades. Tenía dieciocho años cuando llegó por primera vez a este tugurio, de inmediato empezó a aprender el antiquísimo juego llamado conquián. En él todas las cartas tienen el mismo valor, lo que cuenta son las combinaciones: Las tercias están integradas por tres cartas de idéntico número, las corridas deben estar formadas por tres o más naipes de la misma figura. El corredor reparte nueve cartas por jugador. Quien logre bajar diez cartas a la mesa será el que triunfe. 

Artemisa pronto se volvió una excelente jugadora y en su veloz paso al éxito no percibió que, detrás de cada partida, había manos extrañas y confabulaciones que podían decidir la victoria o derrota de cualquiera. 

Estaba tan enviciada que casi se olvidó de la existencia de su bella hija. Ella en cambio frecuentaba a su madre cada quince días, después —debido a la falta de atención de Artemisa— se fueron espaciando las visitas, una cada mes, para que posteriormente acudiera una vez al año y más tarde cada dos años. Se sabe que la joven se casó y se dedicó a combinar el trabajo con el cuidado de su nueva familia. Se hizo muy raro verla en el pueblo. 

Artemisa pensó que la suerte le acompañaría toda la vida y que el juego había sido su mejor elección para hacer fortuna, craso error; los tradicionales tahúres se pusieron de acuerdo. Un día la dejaban ganar y dos no. Primero perdió una de sus casas. Posteriormente una de sus tres concesiones, la deja­ ban que recuperara una y ganara varias partidas para generarle confianza. Sin embargo, uno de quienes más había perdido en los juegos iniciales en que ella ganaba, se confabuló con otros dos y crearon un plan para arrebatarle todas sus pertenencias. Esa tarde lluviosa en que los rayos frecuentes provocaban fallas en el suministro de energía eléctrica, se asistían con velas. Las sombras formaron un ambiente propicio para llevar a cabo el acorralamiento de Artemisa. El plan se completó proveyéndola de algunos brebajes. La mujer salió en la madrugada. 

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