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viernes, abril 26, 2024

Acmeístas del mundo, ¡uníos!

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Para Mario Alberto Mejía en el primer año de HL

 

Los sentidos son la vía de comunicación de nuestro yo interior, de nuestra mente, con el mundo externo. Ya en el siglo I antes de nuestra era Tito Lucrecio advertía en La naturaleza de las cosas:

Sabe que no solo tu juicio sufrirá un fracaso,
Sino que tu propia vida perecerá inevitablemente
Si en tus sentidos a confiar no te atreves.

Poseer sentidos nos muestra a cada paso que somos seres conscientes, incluso de nosotros mismos. Según el neurocientífico José Luis Díaz, una de las características más notorias de este fenómeno que llamamos conciencia es que sus estados y contenidos son cambiantes; están inmersos en un devenir y, por tanto, se asemejan a un teatro, donde rige la corriente de eventos, fruto de la experiencia.

Consideremos el viaje de Dante por espacios fantásticos como son el infierno, el purgatorio y el cielo. En su Comedia, el tiempo parece congelarse y, no obstante, fluye sin cesar, lo cual representa un cambio en la manera de hacer poesía y de concebir el tejido espacio-temporal en ese movimiento oscilante entre el mundo interior y la realidad externa. Escrita entre 1306 y 1321, este largo texto de tercetos endecasílabos en rimas entrelazadas invita a explorar cómo el poeta trata el espacio en el infierno, el tiempo en el purgatorio, la luz en el cielo.

Para Dante el infierno está lejos de ser ficción. Se trata de un lugar físico, esto es, de una distancia que habrá que recorrer, palmo a palmo, guiado no por alguien, sino por un estado mental. El averno se convierte en un sitio y en un estado mental. A los ojos del poeta toscano el purgatorio, en su calidad de zona de transferencia, de cambio, de transmutación, no se limita a ser el ámbito donde purgamos los pecados perdonables; más bien es un espacio para deshacernos de todo aquello que nos impide conocer, aquello que nos aleja de convertirnos en espíritus libres. Dante concibe el purgatorio como una montaña, la de la ignorancia, la cual debe conquistarse, so pena de deambular embrutecido el resto de la vida eterna. Nos transporta al monte de lo improbable.

El mismo Sísifo tiene la oportunidad de redimirse si comprende que lo suyo es aprender las infinitas maneras de subir rocas, de acuerdo con la interpretación del autor ruso Osip Emilyevich Mandelstam, uno de los notables escritores del acmeísmo, movimiento de principios del siglo XX opuesto al simbolismo y el romanticismo místico. Los escritores acmeístas, entre ellos Anna Ajmátova, Nikolai Gumiliov, Vladimir Maiakovski y Boris Pasternak, instaban a retornar al realismo y la pureza enarbolados por Alexander Pushkin. El nombre de su movimiento deriva del griego “akmé”, que significa la cima, la perfección, el momento de álgida intensidad, siempre anclado a la realidad.

La unidad de luz, sonido y materia constituye la naturaleza íntima de la poesía dantesca, según Mandelstam. Es una poesía acmeísta que celebra el caminar humano, el ritmo del andar y el paso imparables, el pie y su forma. A lo largo de su Comedia, Dante nunca interviene la materia sin haber dispuesto un órgano para percibirla, sin haberse provisto de un instrumento adecuado para medir el tiempo concreto que, en palabras de Mandelstam, “gotea o se desvanece”. Para el escritor ruso, la dimensión ética de la sensibilidad poética y una estética organicista ya están manifiestas en Dante. “Solo lo real puede convocar lo real”, asevera en el manifiesto Utro akmeizma (La mañana del acmeísmo) publicado en 1919. Ahí, Mandelstam afirma que el acto poético es arquitectura sonora.

Quizá el mayor valor del poema de Dante, escrito en el siglo XIV, es habernos convencido precisamente de su sonoridad. El sentido, el orden de las palabras en los versos no es una simple fuente de imágenes simbólicas, sino un estrategia de transformaciones, de cruces en el espacio y el tiempo de seres luminosos y oscuros a la vez. Según Mandelstam, Dante no roba el tiempo de sus lectores, lo estira, como si se tratara de una ejecución musical. Mandelstam recurre a una analogía con el mundo mineral a fin de caracterizar la esencia poética del florentino: no debemos atender el aspecto “escultórico”, en todo caso pongamos atención a la estructura del material con que se ha erigido esa escultura. Esto significa que las comparaciones de Dante nunca son descriptivas, es decir, puramente representativas. Siempre persiguen el objetivo concreto de ofrecer una imagen interna de la estructura, o de la tensión, haciendo creíble su epopeya mental.

Dado que los sentidos nos conectan con el mundo, nos ayudan a degustar obras de una manera imprevista si sabemos leer entre líneas. Dante conoció a Giotto, entendía de pintura y la función del color en las imágenes. El paisaje que nos pinta el poeta florentino en el Canto XVII es un ejemplo de ello. Entre líneas se sumerge en el meollo de la conciencia, donde es imperante referirse a un espacio, ya sea infernal, purgatorio o celestial. El lienzo dantesco está constituido por un mundo purificado a través de la realidad, y por un ojo, el de Virgilio que lo guía y observa.

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