21.9 C
Puebla
lunes, abril 29, 2024

¿Proyecto de Nación o Reforma del Estado?

Más leídas

*Dedico este artículo, principalmente, a mis amigos arquitectos. También, a los que no lo son.  

 Porque todos son forjadores de sueños y creadores de realidades. 

 

 

Imagina en dónde estarás y así será 

General Maximus Décimus Meridius, película Gladiador 

La arquitectura es una de las profesiones que mayor admiración me generan.  

La historia de la arquitectura está ligada irremediablemente, a la historia de la humanidad. Es significativo y notable de esta profesión, que sus obras pueden llegar a trascender a los autores y al paso de los años. 

El gran sabio chino Lao Tsé expresó: “La Arquitectura no son cuatro paredes y un tejado, sino el espacio y el espíritu que se genera dentro”.  

Plasmar un sueño en realidad, materializar un deseo, comprender una aspiración, asimilar las emociones del cliente… es definitivamente un procedimiento profundo. Emotivo y racional a la vez. 

Es un proceso que se basa en la ciencia tanto como en la intuición, afirmaría el arquitecto danés Jørn Utzon, autor del proyecto de la ópera de Sídney. 

El sistema creativo del arquitecto asume y debe sumergirse en la alteridad de su cliente para lograr que el sueño de este pueda verse materializado algún día. 

La prospectiva y la planeación son herramientas metodológicas y promotoras de la creatividad que invitan a la construcción de ese futuro partiendo de la base de que nada está decidido y todo está por crearse.  

La empatía del arquitecto es fundamental. También lo es su creatividad y asertividad para lograr expresar y darle forma a lo que el cliente quiere o presume tener en mente.  

Steve Jobs, cofundador de Apple, lo expresó maravillosamente cuando dijo: “Muchas veces la gente no sabe lo que quiere hasta que se lo enseñas”. 

El diseño y la ingeniería deben trabajar en simbiosis y ninguno es más importante que el otro. 

Sin embargo, está claro que, en el proceso de creación e invención del ser humano, la actividad primigenia es…  soñar e imagina. 

Merecemos lo que soñamos. Y solamente aquellos que se atreven a soñar, pueden volver sus sueños realidad. Sin sueños, viviríamos la futilidad de una existencia sin sentido, rodeados por un estéril vacío. 

Por esa razón, la primera tarea a la que el arquitecto debe dedicar su tiempo con pasión y dedicación, rodeado de su equipo, es al trazo de las primeras líneas que van a buscar plasmar en papel, la aspiración de su cliente. 

Acto seguido, se le presentará un anteproyecto, a través de imágenes o renders, que constituirían el primer esbozo de la interpretación de las ideas y sueños del interesado. 

A partir de aquí, el dilema es encontrar el justo medio, entre las propuestas del diseño y la marca que el arquitecto quiera imprimir a su proyecto y la armonización con los particulares gustos de quien será el usuario del inmueble en cuestión. 

No es sino hasta que existe un acuerdo de ideas, una consonancia que resuene en el corazón de ambas partes, que el proyecto transita a la siguiente etapa. 

El despacho o taller de arquitectura envía a los ingenieros el proyecto arquitectónico consensado, a fin de desarrollar los proyectos siguientes: el estructural; el hidráulico; el sanitario; el eléctrico; el del gas y varios más.  

Se establecen tiempos, costos, materiales, contrataciones, permisos… en fin, todo lo que tenga que ver con la construcción del inmueble. 

Son los proyectos técnicos que forman parte del proyecto ejecutivo arquitectónico.  

¿Cuál es mi punto en todo esto? ¿En dónde podemos encontrarle sentido a la analogía del desarrollo y construcción de un proyecto arquitectónico, con la visión de construir un proyecto de nación?  

La metodología o el procedimiento para construir la idea, la visión o el sueño de un país, de una nación… debería de pasar por una evolución muy similar.  

Es un ejercicio intelectual, amplio y dedicado. También brutal.  

Soñar el país que se quiere, implica, sobre todo, tener la capacidad de escuchar. Y por supuesto tener la claridad de mente y de espíritu de establecer como objetivo supremo, la finalidad del sueño.  

Unidos en el objetivo, respetando la diversidad de opiniones debería volverse la perspectiva fundamental para definir y lograr la nueva visión del país. 

Estoy seguro de esto. Ninguna buena persona que se considere mexicano respondería negativamente a una pregunta tan sencilla como: “¿Desea usted el bienestar y la prosperidad para México?” 

Es posible generar unidad en torno al sueño. Pero es estéril, esperar que todo mundo piense en la misma manera en como lograrlo. Por eso, primero tenemos que sentarnos a la mesa y ponernos de acuerdo que país queremos. 

El cómo, viene después.  Y será primordial, escuchar a todos los actores sociales. 

Como consecuencia, generar la colaboración de personas e instituciones. No importa su origen pero que carezcan de la miope visión del egoísmo estúpido en su alma.  

Que aporten experiencia, sabiduría; que gocen de sensibilidad social y conciencia de la trascendencia humana; con capacidades intelectuales y técnicas.  

Y con la magna y hermosa misión de concebir un proyecto de nación libre, equitativa, incluyente, civilizada; respetuosa de su diversidad y unida en su misión.  

Proyecto para construirse en el largo plazo, durante los próximos treinta a cuarenta años. Es un tema complejo por naturaleza. 

A la complejidad del mundo actual habrá que abordarla, necesariamente, con una disciplina y visión, si no integradora, porque la propia complejidad lleva en si misma la paradoja de una imposibilidad de unificar, sí con una estrategia multidisciplinaria e interinstitucional. 

No podemos resignarnos a un saber parcelarizado; no podemos aislar un objeto del estudio de su contexto, de sus antecedentes, de su devenir, anota Edgar Morin. 

      Y la actitud de cómo afrontar el futuro conlleva a comprender que las verdades profundas, antagonistas unas de las otras, deben de ser complementarias, sin dejar de ser antagonistas. “No se puede reducir la fuerza de la incertidumbre y la ambigüedad”, complementa Morin. 

Muchos considerarán una quimera esto. No obstante, en el mundo abundan “lecciones del espíritu quimérico”: 

Charles de Gaulle fue un gran estadista y logró crear la 5ª. República en Francia. Churchill se convirtió en pilar en la Inglaterra de la Segunda Guerra Mundial cuando casi todos los ingleses dudaban de él. Los padres de la Nación Estadounidense soñaron con la Independencia y un nuevo país; José María Morelos y Pavón vislumbró en sus “Sentimientos de la Nación” la esencia de México…. 

Steve Jobs tiene una estupenda frase dirigida a inventores, a empresarios, a líderes que piensan más allá de lo convencional:  

“Las personas que están suficientemente locas para pensar que pueden cambiar el mundo, son las que lo hacen”. 

Pareciera que es una sugerencia “utópica” impulsar a “soñar el país que se quiere”, valga la redundancia. 

Estoy seguro de que, para cualquier arquitecto, al menos terrícola, es prácticamente ineludible, y me atrevería a decir que es un proceso axiomático, el que se sigue para desarrollar un proyecto arquitectónico ejecutivo. 

Se debe soñar para crear. Una vez, el esbozo del sueño plasmado, se procede a elaborar y a tomar decisiones con respecto a todo aquello que será material y tangible. 

Alguien, en algún momento, se adentró en el etéreo y sublime mundo de los sueños con el fin de concebir, idear, maquinar esculpir y construir algo… que pertenece al concreto mundo de lo tangible y material. 

Y no solo es en la arquitectura. Es lo natural, lo obvio en cualquier proceso creativo. Así funcionamos humanamente. 

Para el diseño y producción de un automóvil; de una computadora; de un lápiz. El escritor de una novela; el emprendedor; el escultor… El maestro, ante un lienzo en blanco, se imagina antes de dar el primer trazo, como quedará su obra al final… 

Cuestionémosle a un arquitecto que pensaría si alguien le pide elaborar primero los planos estructurales, hidráulicos, sanitarios, eléctricos y la propuesta de diseño de interiores…antes de tener listo el proyecto arquitectónico. 

Respondería, sin duda, que es una locura. Sería de hecho, un tremendo desatino. Un completo desacierto.  

Tristemente, es lo que se ha estado sucediendo en México desde hace al menos 50 años. 

En todos los sexenios han existido impulso a reformas y enmiendas de todo tipo. La fiscal, la judicial, la social, la energética, la penal y un largo etcétera… 

Regresando a mi analogía. Hemos estado trabajando en los planos técnicos… pero sin tener un Proyecto de Nación para saber y comprender hacia dónde nos dirigimos. 

Aunque pudiera parecer innecesario decirlo, dada la obviedad del tema, no es que este país no necesite reformas. Son muy necesarias para construir al nuevo México. 

 No obstante, el meollo del asunto, el cimiento de nuestra problemática actual es que el país no sabe a donde se dirige. 

Ortega y Gasset menciona: “Una nación se constituye no solamente por un pasado que pasivamente la determina, sino por la validez de un proyecto histórico capaz de mover las voluntades dispersas y dar unidad y trascendencia al esfuerzo solitario”. 

Ir tras nuestros sueños es un tema de actitud. La perseverancia que debemos mostrar para lograr algo deseado, nos obliga a estar atentos para identificar las oportunidades que se presenten para hacerlo realidad. 

Nadie conduce un carro por una ruta apoyándose exclusivamente en los espejos retrovisores. Y entonces ¿por qué procedemos de esa manera con nosotros y con nuestras organizaciones… y con la nación? 

El gran arquitecto tiende a fundirse en la interpretación de la luz y los espacios. El hombre de estado, o pudiera decirse mejor, el estadista… tiende a fundirse con los ideales y objetivos de la patria en el largo plazo. 

Tenemos que construir nuestra historia con un nuevo sueño y con emociones que nos hagan vibrar. Tenemos la oportunidad de construir nuestra “nueva casa”. Tenemos la obligación de crear nuestro futuro, antes que padecerlo.  

Tenemos y debemos dejar a un lado las ideologías, los apegos a pensamientos radicales y extremistas. Tenemos que prescindir de los pensamientos “partidos, quebrados” que emanan de las instituciones partidistas. 

México es grande y grande puede ser su destino. Debemos tomar conciencia y poner manos a la obra para construir una gran identidad nacional. Y sin duda alguna, podremos aportar mucho en el inmenso y complejo mundo de nuestra Tierra-Patria. 

Octavio Paz, apunta y expresa magistralmente en El Laberinto de la Soledad, que el mayor problema de México es su falta de identidad.  

Encontrar acuerdos alrededor de nuestra profunda, diversa, magnífica y compleja identidad mexicana, se rebela como un objetivo primordial, ineluctable… 

Tenemos que construir acuerdos que vayan más allá de los propios y personales. Debemos centrarnos en establecer la empatía y la alteridad como cimientos de ese sueño. 

Entendamos la alteridad como el principio filosófico de “alternar” o cambiar la propia perspectiva por la del “otro”, considerando y teniendo en cuenta el punto de vista, la concepción del mundo, los intereses, la ideología del otro. Y no dando por viable, que la “de uno”, es la única posible. 

Reyes Heroles proclamó siempre: “Primero el proyecto y luego el hombre”.  

El mayor desafío de nuestra apesumbrada realidad es construir el futuro actuando desde el presente. Asumiendo nuestros derechos, y por supuesto, también nuestras obligaciones. La nación nos llama… 

Es vital, fundamental, imprescindible… que los mexicanos tomemos el destino de nuestro país en nuestras propias manos. No podemos, no debemos… seguir flotando en el mar de nuestra desgraciada autocomplacencia. 

Artículo anterior
Artículo siguiente

Notas relacionadas

Últimas noticias

spot_img
PHP Code Snippets Powered By : XYZScripts.com