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viernes, abril 26, 2024

En defensa de las mentadas de madre

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En el país de las mentadas de madre, una senadora de Morena buscó incrementar las penas a las injurias en contra del presidente de la República.

Enterado en La Mañanera de esa acción, López Obrador dijo que estaba en desacuerdo y que buscaría derogar ese artículo metido con corsé a la muy caduca Ley de Imprenta.

El insulto en contra de los presidentes es más antiguo que los tlacos que usaban los caimanes para comprar las caricias de una alegradora en la época de los aztecas.

Jesús Martínez “Palillo” fue en su momento un alivio para el alma cuando en las viejas carpas le mentaba la madre al presidente en turno.

La mamá de Miguel Alemán Valdés fue la recipendiaria cotidiana de esos insultos.

Después de la mentada, de inmediato aparecían dos cuicos —emparentados seguramente con los antepasados de Genaro García Luna— y se llevaban a “Palillo” unas horas a la sombra.

La mentada es el único patrimonio intangible que les queda a muchos mexicanos.

Es un refugio para la víctima que enfrenta la injusticia.

Es una hostia para las almas en pena.

Quitar la posibilidad de injuriar —al presidente en turno, en este caso— es un atentado gravísimo a la libertad de expresión.

Además, faltaba menos, nadie sensato va y chinga su madre.

El verbo chingar —lo dice Octavio Paz en el también caduco Laberinto de la Soledad— está ligado a la violación sexual.

Chingar a la madre es violar a la progenitora.

¿Quién en su sano juicio mental —cada vez más escaso— obedece a quien profiere la mentada y se va a buscar a la madrecita santa para violarla?

Algunos monstruos lo han hecho sin necesidad de una mentada.

(Eso lo supe en la adolescencia leyendo la revista Alarma!).

Qué bueno que la senadora de Morena se quedó sola en su intentona de elevar la pena de las injurias.

Acabar con el único deporte nacional que no requiere cancha o pista es una locura.

Por lo demás, es muy bonito —y hasta elegante— mirar los ojos del interlocutor —un examigo, un chofer de taxi, un policía encajoso—, respirar profundamente para agarrar fuerzas, y decirle con voz de tenor (a media voz y despacito): “Anda, ve y chin-ga-a-tu-ma-dre”.

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