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lunes, abril 29, 2024

El cuerpo no existe

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Lo que llamamos cuerpo, esa masa informe de tejidos, no existe. 

La cabeza, los brazos, las piernas, los pies… las vísceras y los músculos son una ilusión. Un rumor que de tanto repetirse se volvió carne. 

Aunque estos miembros sean lo que confirman nuestra existencia (tangible), los órganos que hacen posible la vida solo existen en un momento específico: la enfermedad. 

Mientras estamos sanos, no atendemos los ruidos, no palpamos con curiosidad las texturas, pasamos por alto la intensidad de los colores, nos oponemos a la temperatura y ninguneamos las maravillosas posibilidades de expansión, contracción y quiebre. 

El cuerpo solo se revela cuando se rebela; entonces adquiere su volumen real, se resuelve en caos tridimensional con una magnitud superlativa; en el instante en el que algo falla y pierde el equilibrio, el cuerpo aparece: pletórico, enorme, apabullante. 

Solo en la primera infancia existe el cuerpo. Cuando uno puede chuparse el dedo del pie o tocar sin concupiscencia el genital. 

El cuerpo adulto deja de ser y estar por la cálida inercia que da del presente. 

El cuerpo regresa del olvido cotidiano cuando se manifiesta el dolor; cuando algún desajuste enciende la señal de alarma. 

Huimos del cuerpo todo el tiempo porque ahí está, a la mano, puesto como una pijama de franela. 

Dúctil, húmedo, increíblemente vivo (y vívido). 

No sabemos ni sabremos nunca habitarlo con el respeto o el temor que nos merece. Es una máquina tan misteriosa que ninguna ciencia lo ha terminado de descifrar. 

No conversamos con él en el mismo idioma: solo lo vislumbramos entre las sombras, y cuando ya ha dado el salto encima de nosotros, grita. Y luego calla profundamente para despistar. 

El cuerpo es esclavo de la mente; el pensamiento es el verdugo que lo mantiene entretenido en las mazmorras del placer. 

Uno (en el día a día zombi) puede ser idiota, lego, descuidado, soberbio, brillante… pero el cuerpo es invariablemente más sabio, actúa con paciencia sobre nuestra sustancia. 

Una persona goza de otra en el acto amoroso sin detenerse a pensar que, hasta la experiencia más primitiva (la sexualidad) utiliza al cuerpo como médium, cuando el fin ulterior de la pulsión que da la vida, es puramente espiritual. 

Así, mientras el estómago es el segundo corazón, la matriz es la parte oscura de la luna que llevamos inserta en la cavidad craneal. 

El cuerpo, corrijo, no solo existe en la enfermedad; también aparece, trémulo, a hurtadillas, cuando lo invade el amor. 

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