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lunes, abril 29, 2024

Dos Malvados

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Creía ser mujer (lectora) de un solo amor, hasta que conocí a Emil Cioran. 

Antes sólo idolatraba a Thomas Bernhard. 

Leerlo agudizó mis trastornos del alma, pero, ¿no es eso lo que siempre he buscado en la lectura? 

Antes de Bernhard, pocos libros me trastocaron. 

Leía por travesura, por rebeldía. También para salirme de la realidad. 

La cosa era encontrar la pasión. Y la pasión, ya se sabe, es generalmente dolorosa. 

Luego llegué a Cioran como una dócil rehén. 

Bernhard, mi gran héroe, es también mi gran verdugo. 

Me dejó sin cabeza. 

La hizo rodar por el suelo como una pesada bola de boliche. 

Como a todo amante memorable, he llegado a odiarlo por robarme la capacidad de amar a otro. 

Siempre he dicho: “por más que uno quiera, nuestro verdugo jamás será el que nos devuelva la cabeza”. 

Entonces tocó a mi puerta Cioran para azotarme. Sacando de su bolso el látigo. 

Ahora me acuesto y despierto con él y no con Bernhard. 

Aun así, me considero una mujer fiel. 

Mis dos santos patronos son egoístas. 

Escribieron para sí mismos. Para no tomar una soga y colgarse en las montañas austriacas y en los Cárpatos respectivamente. 

A los dos les pido que me golpeen en la cara. Que me estrangulen y me arrastren por el piso. Y lo hacen. 

No entiendo a quienes los llaman “pesimistas”. 

Bernhard no es pesimista; es en esencia un humorista. 

Y Emil.. 

Cioran tampoco es pesimista. Es más preciso decir que es un hombre violento. 

Cada uno de sus libros es una herida. 

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