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jueves, mayo 2, 2024

Los traseros rubios  

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De niños —cercanos a la adolescencia— teníamos un juego: alerta roja. Consistía en ver el mayor número posible de pantaletas. Vivíamos en unos condominios propiedad de Bancomer en la colonia Sevilla, cerca del Mercado de Jamaica, en el Distrito Federal. 

Para ejecutar el plan, teníamos que subir por unos tabiques, y luego mirar el maravilloso espectáculo que algunas mujeres hermosas nos dejaban ver. 

A veces estábamos jugando el-que-mete-su-gol-para, cuando una voz nos gritaba “¡alerta roja!”. Eso era suficiente para salir corriendo al lugar de los éxitos. Subíamos dos metros y husmeábamos. Entonces aparecían las famosas “chinas”, llamadas así por qué eran las hijas —rubias y esculturales— de un matrimonio de origen chino. Cecilia y Carmela eran aeromozas de Mexicana de Aviación y provocaban los sueños húmedos de muchos de nosotros. Ambas, por cierto, tenían cuerpos perfectos, entrepiernas rubias y una ropa interior llena de encajes. Sus intimidades creaban una imagen lubrica y lasciva con la que nos íbamos a nuestros departamentos. Adolescentes como éramos, terminábamos metidos en los baños practicando uno de los más antiguos deportes del mundo: el onanismo. 

Carmela era mayor que Cecilia y, en consecuencia, dueña de formas más maduras. Sus redondeces eran cultivadas con el ballet folclórico. (Ambas integraban el grupo de Amalia Hernández). Ella solía usar pantaletas negras. El término braga no estaba de moda por entonces. Todo en esa época eran pantaletas y brassiers. Las pantaletas de Carmela, pues, eran lo suficientemente cortas como para ver sus enormes nalgas y el dibujo apretado de su vulva.  

Siempre creí que Carmela sabía que la espiábamos. De ahí que cuando subía los escalones lo hiciera con un contoneo brutal. En ese vaivén de las nalgas teníamos acceso a un espectáculo reservado sólo para su novio: un piloto maduro y casado que a veces la acompañaba a su casa. 

Los muslos de Cecilia, en cambio, también eran lo que se dice interesantes, aunque vivían en lo que creíamos era un sueño virginal: ser penetrada por un actor de Hollywood o un cantante de moda, tipo El Pirulí o Johnny Dínamo. Cuando subían las dos, mi mirada ignoraba las piernas de Cecilia para instalarse en el maravilloso trasero de Carmela. 

¿Qué habrá sido de esas dos mujeres que se adueñaron de nuestras primeras poluciones? ¿Murieron, se casaron, fueron felices? Eso nunca lo sabré. Lo que sí sé es que gracias a ellas nuestro pase a la adolescencia tuvo tonos felices y morbosos. 

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