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domingo, abril 28, 2024

La Tercera Voz 23

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La semana coquetea con los febriles aleteos hormonales

 

Lunes:

Ella, esmerada que es en el cuidado de las manos, va a hacerse el manicure. Escoge de color un tono frío, ávido de la mirada. Ella recibe en su celular un mensaje de aquel amigo asesor de su logística existencial cotidiana:

–Y, sólo por curiosidad, ¿qué tal se ve el color de tus uñas hoy?

–Azul turquesa intenso cógeme despaciiiiiiiiiiiitoooooooooooooooo. Así amanecieron hoy lunes. Ya serán otras mañana.

Fin de los mensajes.

Dotadas de voz están ya las uñas de Ella.

 

Martes:

(Tono de las uñas: azul turquesa intenso recorro tu piel con mi terneza).

El erotismo de Ella está amenazado. Ese frágil erotismo que vacila ente cualquier mínima provocación está, por así decirlo, apabullado. El cuerpo todo habitado de un brote de urticaria tras haber ingerido medio chile en nogada. Empezó a manifestarse la erupción en el derriere y ha descendido, atrevida, hasta el empeine del pie izquierdo, ese centro del erotismo. Trece ronchas, hinchadas, inflamadas, rojas, agresivas y sonrientes. Hético está su erotismo.

 

Miércoles:

(Tono de las uñas: azul turquesa intenso lame cada uno de mis dedos).

Anuncia el Kili su inminente llegada. Ella trata de no llenarse de la habitual zozobra ante el seguro desencuentro. Si alguna certeza, si algún leit-motiv prevalece en esa “relación” es precisamente el desencuentro. El entramado con el Kilimanjaro cada vez se aproxima más a una perenne historia del pasado. Sí, sí del pasado de cada día.

Asiduamente Ella se prepara para la visita. Para el minucioso ritual de la espera. Igual que siempre con tres días de anticipación. En esta ocasión acude ansiosa a una clínica-spa de soluciones para la piel, y así hacer uso de las técnicas cosmetológicas más avant-garde. Allí le sugieren entintar la piel en tono cobrizo-dorado con air brush, proceso que demora casi 50 minutos más otra media hora de secado, y de esta manera disimular someramente, en esa blanca desnudez, el brote arrogante de equimosis. Ella se pinta toda. Al grado que parece recién arribada de algunas islas del caribe.

 

Jueves:

(Tono de las uñas: azul turquesa intenso transita con tu lengua cada intersticio de mi piel).

Hay que aprovechar que el progenitor de los críos está en disposición de respetar los acuerdos de las visitas con los hijos. Los críos van a pasar toda la tarde y la noche con él. ¡Cuánta libertad para Ella! El universo de posibilidades derramado en una tarde con su respectiva noche eterna. Con esa libertad a cuestas Ella se disfraza de mujer y huye a Tonantzintla a casa del amigo asesor de logística existencial. Él le invita un tequila “Siete Leguas”, en taza, por cierto. Pero Ella opta por otra opción más relajante y cannabística. Se aloja en su ser el sosiego de una pausada-tarde enmarcada por la belleza natural de los volcanes. La inquieta hormona, sin embargo, se resiste, ajena se comporta a la pacificadora sustancia, fiel que es a las suyas propias la hormona se opone a la sumisión de la materia. Inútil la lucha por la serenidad. La hormona es la hormona. Indómita. Insubordinada. Ella se enreda entonces en un frenético texteo celular. ¿Con quién?, con una J. Mayúscula extraviada por ahí en la reciente trama de su vida. Algo sucede con esa J. que Ella no logra configurar al personaje dentro de su relato. Es una J. esquiva. Es una J. incógnita. Ni el relato imaginario la adivina.

–¿Hasta qué hora estarás en tu chamba? Necesito pasar por los documentos –escribe Ella.

–Hasta las 9:00pm mujer. Aquí está afuera tu ex.

–Qué horror. ¿A tí qué demonios te habitan? –pregunta Ella como para eludir el tema de la insoportable presencia del “ex” en la trama. Esa espina incómoda y aun dolorosa.

–Últimamente ni ángeles ni demonios me habitan.

–Mañana viene el Kili, ¿nos alcanzas por un trago? quiero presentártelo.

–A todo mi respuesta es . Ella se demora en esta réplica. La cabeza se vuelca en un vertiginoso estado de pérdida ante tal afirmación. Y Ella responde con tal enjundia el mensaje que el aparatejo telefónico cambia de color a un verde fluorescente, por la intensidad del calor, claro está.

–Por favor especifica ese “”, que me da vueltas la cabeza, ya ves las NO fronteras de la imaginación. ¿Cuáles son tus voces, qué te susurran, cómo son?

–Esas “No fronteras” se toman con alcohol en la sangre. No puedo responder a tus preguntas por celular.

–¿Qué otra opción hay cuando las distancias afanosamente se imponen? Tú eres J. Mayúscula. ¿Qué voces te habitan, cómo es su tesitura?

–Imposible responder por celular –escribe lacónico el hombre.

Fin del intenso texteo. Procul Harum entona Whiter Shade of Pale:

We skipped the light fandango
turned cartwheels ‘cross the floor
I was feeling kinda seasick
but the crowd called out for more
The room was humming harder
as the ceiling flew away
When we called out for another drink
the waiter brought a tray
And so it was that later
as the miller told his tale
that her face, at first just ghostly,
turned a whiter shade of pale
She said, ‘There is no reason
and the truth is plain to see.’

Ella se eclipsa en: “There is no reason, and the truth is plain to see”. Y así Ella permanece suspendida en la tarde a punto de desvanecer. A la espera. Así, simplemente, a la espera. Nada pasa, todo queda.

 

Viernes:

(Tono de las uñas: azul turquesa intenso todo mi cuerpo te celebra).

La llegada del Kilimanjaro y el eterno desencuentro.

El Kili llama temprano a Ella y le garantiza que tomará el autobús que sale rumbo a la Mega en punto de las 10:00am. Al 15 para las doce Ella se traslada al sitio de encuentro. Llega el autobús. Llega sin el Kili. Ella empieza a hervir de la furia cuando no lo ve descender del camión, no espera ni un segundo y se arranca hecha un bólido. Quién sabe a dónde. Ni un minuto más de espera. No hay piedad. El Kili llega para variar a otro punto de encuentro que no es el acordado. El Kili la llama de un celular, ahora resulta que no está tan peleado con la tecnología:

–Oye llegué a otro lado y ya estoy en el bar La Lunita esperándote con unos brothers –espeta como si nada.

–Pero si habíamos quedado en El Amoxtli, voy a tardar en llegar– esgrime Ella conteniendo su explosivo carácter.

Los encuentros con el Kilimanjaro son siempre una disyunción lógica. Ella demora cuarenta minutos en llegar al bar. Allí está el Kili muy quitado de la pena y ya con un séquito de adoradores. Posicionado de la elocuente palabra. Ese don SE-DUC-TOR. Todos lo escuchan. Empieza el copeo. El Kili le obsequia a Ella el disco Skeletons from the closet de Grateful Dead y un par de libros de su autoría, calientitos, recién salidos de prensa, con el olor de la tinta fresco aún. Horas después llegan también a ver al Kili la “Jiraffe” y la “Caracolita”. Continúa el copeo. Borracho que se estima no come. Pagan la cuenta y se traslada toda la fauna a Profética a celebrar el cumpleaños de la “Jiraffe” y de paso el del mismísimo Kili. Allí hay más de siete personas esperando al vulcanólogo periodista. De pronto la mesa reúne a 17 personas. Cuánta algarabía y cuanta bohemia. Ella conversa con su amiga Betty Blue y se reconforta con tan sustanciosa charla. Ese escote de Betty Blue al borde de un escándalo que distrae todas las miradas de la mesa. Toooodas sin importar el género. Desorientado, todo Profética amaitina ese escote evocador.

Ella mira a un hombre. Va y se sienta a conversar con él. El Kili le envía una copa a los dos y le escribe al hombre: “Me enamoro de Ella y la sigo hasta siempre”. El hombre abandona la mesa. Ella retorna con el Kili. Casi de inmediato Ella se desplaza con la “Caracolita” y la “Jiraffe” a otra mesa. El Kili las observa.

 

Sábado madrugada:

(Tono de las uñas: azul turquesa intenso, intemperante, implacable. TEMPESTAD)

A las 4:00 de la mañana abandonan Profética Ella, la “Jiraffe”, la “Caracolita” y el Kili, entregado en su totalidad al delirio etílico. Van en coche. Aúllan de hambre. Se detienen a comer tacos en el Puentecito. Picosísimos. El Kili está enojado porque las tres mujeres lo abandonaron y se sentaron en otra mesa. La “Jiraffe” enchiladísima con ese tenue acento británico comenta: –Estos tacos son la prueba a la nacionalidad mexicana – y abraza al Kili e intenta confortarlo por el notorio berrinche de niño de 53 años.

Después de dejar a las mujeres en sus respectivas casas el Kili y Ella van al hotel a pasar lo que resta de noche. Y el Kili pretende cogerla a ella con qué bríos, con qué vigor, bueno es que Conan the Barbarian se quedaría mudo ante tan brusco y rudo performance sexual. Ella lo aparta de inmediato y le espeta harto alterada:

–¿Acaso es mucho pedir que se asome en el acto la bondad, vamos algo de delicadeza y suavidad? El sólo la mira, ¡qué va a entender ese ego y ese desmesurado YO que cuando la mujer está rota, ya rota desde siempre, la furia y la cogida salvaje búfalo-mastodonte permanece fuera de la ciencia de los goces. ¿No puede acaso deshabitarse de su yo-voraz-sexual y por momentos complacerla a ella? Eso y sólo eso. Antes de caer en un agotador sueño el Kili le responde:

–Acaso tú no te das cuenta que le hago una oración a tu cuerpo. Quiero tenerte toda.

–Francamente parece más bien una oración africana con transe, convulsiones y toda la acrimonia del aborigen numerito. Hazte para allá – clama Ella ofuscada. Una hora después Ella despierta. El Kili se ha marchado y le ha dejado un mensaje escrito:

Ella:
Eres una mujer desconcertante. Voy a poner el amor
en otro sitio porque ya no me cabe en el cuerpo. Ni
puedo depositarlo en tu blanca desnudez. Tal vez
una tarde lo deje en el olvido en los brazos de una
mujer desconocida. Ahora me doy cuenta que mi
amor no sirve de nada. Quizá de ornato en una tenue alcoba apagada, sin luz, quizá de nostalgia en
una madrugada de llanto inexplicable.

Allí en ese Hotel sin nombre, sin ubicación, reposa el impasible escrito. Ese sábado 25 de julio “fuera del tiempo”, según indica el Calendario Maya.

… Esa sexualidad áspera, egoísta, masturbatoria que cosifica al otro. Ese tu sexo tosco, asfixiante. Esa tu sexualidad solitaria y hedonista. Azul turquesa intenso que habla y ahora grita. El grito de la indignidad. El rastro de la ira latiente. Una J. Mayúscula que elude el encuentro. Un SA-PO-E-TA que elude el encuentro. El anacoluto.

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