El ser humano no parece haber aprendido las lecciones de la historia. Si el siglo XX unió una guerra con una pandemia; este XXI comenzó con una pandemia y es ahora el escenario de una guerra absurda, inmoral e injusta.
Vladimir Putin, tras 22 años en el poder (tiempo que le bastó para amasar una cuantiosa fortuna personal, silenciar o envenenar a los opositores y crear una cleptocracia brutal) ha decidido que el sueño imperial de una Rusia enorme es un sueño posible.
Ha atacado e invadido un país aduciendo que eliminará el neonazismo. Curioso que Ucrania tenga fuera de Israel al único líder judío en el poder. Dice que el país es una amenaza para la seguridad de Rusia y por eso activa las ojivas nucleares.
Mientras tanto se ha terminado el periodo sin la llamada Guerra Fría y el orden mundial se ha resquebrajado del todo. La ONU se ve impotente (la ironía es que su Consejo de Seguridad esté presidido por Rusia en este momento), las potencias temerosas de escalar y ya casi ochocientos mil refugiados huyendo del país que está siendo bombardeado inmisericordemente. La resistencia de David frente a Goliat y el carisma del Presidente de Ucrania han hecho que el mundo entero le dé la espalda a Rusia (con excepciones nada honrosas).
El país de Joseph Roth y Paul Celan, o al menos su tierra, Kiev y Odessa, Gogol y sus almas muertas. Mientras la población se refugia en los túneles del metro, pienso en el siglo XX y sus guerras atroces, la Civil Española por ejemplo, trajo a mi madre y su familia a estas tierras. Allá se quedaron sus muertos.
Hoy, mientras miro a una mujer cruzar con su hija en brazos a Polonia, me digo que, lamentablemente, no hemos aprendido nada. La historia se repite, la primera vez como tragedia y la segunda como algo aún más trágico y estúpido. El mal no es banal, es cruel y sus efectos son devastadores. Ojalá el sinsentido termine, pero no puedo ser optimista.
