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domingo, abril 28, 2024

El caos de Proceso (del gran Scherer a la conspiración de los mediocres)

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El caso de la revista Proceso es sintomático.

Cuando las buenas plumas se fueron, el caos inició.

Y esto no es reciente.

Una vez que Julio Scherer y Vicente Leñero dejaron el mando de la revista en manos de un grupo de ambiciosos, todo lo ganado entró en la brecha de la mediocridad.

Lo primero que ocurrió fue la disputa por el botín.

Así como sucede en la política, el poder se puso por encima de todo, incluso del periodismo, factor central de la aventura Scherer-Leñero.

Un grupo de mediocres apoyó a un mediocre que terminó quitándole el poder a otro mediocre.

Tras el viraje, Proceso entró en la ruta de la decepción y de la mala prosa.

Sus lectores asiduos, entre los que me incluyo, dejamos de leer la revista poco a poco.

Casi nada había quedado del edificio construido por don Julio.

Recuerdo los días brutales en que iba por la revista a primera hora del domingo —antes de que abrieran el puesto de periódicos— y pedía Proceso como si fuese una dosis de fentanilo o cocaína.

(Tembloroso, desmañanado, pálido).

Una vez que la recibía, abandonaba el local paso a paso.

Hubo ocasiones inolvidables en que me quedaba parado a la mitad de la calle leyendo línea tras línea como si estuviese siendo parte de una trama inolvidable.

Nunca me volvió a pasar lo mismo.

Antes de las tres de la tarde ya había leído los grandes reportajes de Carlos Ramírez, Elías Chávez, José Gil Olmos y otros más de esa generación.

Y qué decir del Inventario, de José Emilio Pacheco, o alguna crónica de Carlos Monsiváis.

O la columna de Miguel Ángel Granados Chapa.

O la sección cultural de Armando Ponce.

O alguna entrevista del propio Scherer con personajes como Octavio Paz.

Tras la salida de don Julio y Leñero, el avión empezó a venirse a pique.

Las buenas plumas iniciaron el éxodo.

Y llegó la generación de los mediocres.

En lugar de Monsiváis y de Pacheco arribaron sus malos imitadores.

De la buena prosa escrita con prisa sólo quedó un mazacote.

Scherer, estoy seguro, entró en depresión al ver que lo que había creado con tanta pasión por el lenguaje —base de la pasión periodística— había entrado en crisis.

Bien lo había dicho a su modo: Proceso tiene fecha de caducidad.

Y es cierto.

Pero la debacle se adelantó.

Todos los sábados llega a mi WhatsApp desde hace varios años una versión pirata —en pdf— de Proceso.

Y es pirata porque desde hace mucho dejó de ser la revista que marcaba mis domingos.

Y, además, porque esta versión es absolutamente gratuita.

La hojeo —metafóricamente hablando— con cierto sentimiento de culpa, pues los dueños de la revista ven mermados sus ingresos por culpa de lectores como yo.

Pero termino por abandonarla a los diez minutos porque el material ofrecido es inicuo, sí, e inocuo.

Nada que ver con la revista que me quitaba el sueño y era devorada de principio a fin.

Que el último lector cierre la puerta.

No le digo que apague la luz, pues ésta la cortaron cuando esa época brutal desapareció gracias a la conspiración de los mediocres.

Descanse en paz quien nos dio tanto.

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