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jueves, mayo 2, 2024

Milán Kundera (1929-2023)

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I. Las novelas de Milán Kundera 

Para mi generación, el gran escritor checo es un objeto de culto y sus obras formaron parte de nuestra educación sentimental. En la contraportada de El libro de la risa y el olvido, el autor de ese fragmento crítico señala con precisión: “El humor aparece teñido de profunda tristeza: asombro ante la fragilidad y vulnerabilidad del erotismo, que en cualquier momento puede degenerar en risible pantomima; vértigo ante la Historia, cuya progresión es, al propio tiempo, una carrera hacia su fin; reflexión sobre el destino del escritor y el de su país, amenazado por la aniquilación y el olvido”. Estupendas líneas que aplican a sus demás novelas. Me gusta mucho “El vals de los adioses”, que fue traducido al español como La despedida, y que cuenta la historia de un médico especialista en fertilidad que, sin que sus pacientes lo sepan, las insemina con su propio semen, en medio, como siempre, de amores e infidelidades, en la eterna búsqueda de todos los personajes de encontrarse a sí mismos a través del amor y el erotismo. Y, claro, La insoportable ligereza del ser, donde Tomás y Teresa, Sabina y Franz, desde su fragilidad y desde la gran apuesta que es un beso -siempre el comienzo de una historia-, buscan respuesta a preguntas imposibles.  

 

II. La concepción de la novela de Kundera.

En su discurso al recibir el Premio Jerusalem, Kundera dijo: “¿Qué es la novela? Hay un admirable proverbio judío que dice: El hombre piensa, Dios ríe. Inspirándome en esta sentencia, me gusta imaginar que François Rabelais oyó un día la risa de Dios y que fue así como nació la primera gran novela europea. Me complace pensar que el arte de la novela ha llegado al mundo como eco de la risa de Dios. ¿Por qué ríe Dios al observar al hombre que piensa? Porque el hombre piensa y la verdad se le escapa”. Decía también que la novela es un tesoro, porque en ella no importa quién tenga la verdad, sino que dentro de su trama puedan convivir argumentos y visiones del mundo contrarias entre sí. 

Mucho le debe Kundera a Diderot y a Santiago el fatalista, su gran novela, que comienza así: ¿Cómo se habían encontrado? Por casualidad, como todo el mundo. ¿Cómo se llamaban? ¿Qué os importa? ¿De dónde venían? Del lugar más cercano. ¿A dónde iban? ¿Es que uno sabe a dónde va?”. Kundera reivindica a la novela como una exploración para que los personajes encuentren su verdad -o cuando menos el autor, el escritor, encuentre la suya, a sabiendas, quizá, de que es una tarea imposible. Lo contrario de un novelista que desde el principio sabe lo que quiere. 

 

III. La Mittleeuropa 

En alguna entrevista, el gran novelista checo menciona una idea de capital importancia. En el Imperio Austro-Húngaro coexistían parte de Alemania, Austra, Moldavia -parte de Rumania-, Hungría y Bohemia -donde está ahora la República Checa-. Fue el proyecto de la Europa central. No fueron capaces de mantener esa ensalada cultural unida y el resultado fue que Europa se partió en dos: la del Este y la del Oeste -lo que luego cobró una realidad de tabiques con el muro de Berlín-. Y esa división le otorgó a los rusos una hegemonía, cuyas consecuencias hoy paga Ucrania, como la pagó en su tiempo la República Checa. La muerte de la Mittleeuropa fue una tragedia para la historia cultural y política del siglo XX. 

 

IV. Irse o quedarse

Mijáil Bulgakov se quedó en Rusia, mientras que Vladimir Nabokov emigró de país y de lengua; Vlácav Havel se quedó, escribió desde prisión sus Cartas a Olga y llegó a Presidente, mientras que su compañero y amigo Milán Kundera emigró junto con Vera a París y en un principio vivió de leer cartas astrales. Vivió en Rennes como profesor invitado y luego en París, junto a lo que queda del teatro romano de Lutecia. Nunca fue francés y sin embargo escribió algunas obras en ese idioma, abandonando temporalmente el checo. Se reconcilió con su patria, pero murió en la capital francesa.  

 

V. Gratitud

Gracias, Milán Kundera, por despertar en mí y en miles de jóvenes mexicanos como los que fuimos la sensación de “urgencia de apropiación” cuando salía un nuevo libro tuyo y por habernos reflejado en las preguntas e indecisiones eróticas y existenciales de tus personajes. Fuiste un gran escritor, un gran novelista, un gran dramaturgo, hijo de Diderot y de Flaubert. Ya no habrá una nueva obra tuya, pero nos queda, no la risa y el olvido, sino la gratitud y la memoria.  

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