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viernes, abril 26, 2024

El Monstruo posa con sus hijas

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El papá de Lucero se llamaba Mario García Márquez. Su hermano Gabriel, de oficio carpintero, era homónimo del escritor y se daba unos aires de grandeza que ni el autor de Noticias de un secuestro.
Los García Márquez eran originarios de la colonia Obrera, en el Distrito Federal. Mario García se casó con doña Tifo y engendraron varias niñas: Lucero, la Chata, Laurita, Gemita y Rosita. Todos se fueron a vivir por Indios Verdes, donde el papá de Lucero compró una casa a 240 meses sin intereses. 

Mario era muy callado y no le gustaban las fiestas. Tampoco bebía ni fumaba. Su único vicio eran sus hijas. Las celaba mucho y cada vez que podía alejaba a los zopilotes que las acechaban. A Lucero la tocó por primera vez cuando ella tenía doce años. Fue una madrugada en la que doña Tifo se fue a dormir con doña Lupita, su mamá. Mario García se acercó a la cama de Lucero cuando ésta ya dormía, metió la mano, sintió un seno redondo y apretó el pezón. Ella despertó de inmediato, pero él no cedió. Al otro día, la niña no le dijo nada a su mamá. Su papá la amenazó con echarla de la casa si lo hacía. 

Mario García no se alejó de Lucero. Cada vez que podía, atacaba de nuevo. Así lo hizo hasta que la penetró. Un día, ella narró entre lágrimas lo que vivía. Fue inútil. Doña Tifo no la bajó de mentirosa. Y se le fue a los golpes hasta sangrarla. 

Mario García siguió abusando de ella. Lucero aprovechó una fiesta familiar para denunciarlo. No le creyeron. Y algo peor: doña Tifo la acusó de puta y de querer robarle a su marido. Lucero tuvo que irse a vivir con Lupita, su abuela, que tenía un puesto de memelas en el Mercado de la colonia Obrera. Cada vez que iba de visita, su papá la violaba. Ella se volvió cínica y empezó a dejar libremente que la usara como quisiera.
La siguiente víctima fue la Chata. Lucero se solidarizó con ella y denunció los hechos ante su madre. “¡Par de putas! ¡Lo que ustedes quieren es quitarme a mi hombre!”, les dijo. Y también corrió a la Chata de la casa.
Muchos años han pasado desde entonces. Mario García abusó de sus otras hijas con el consentimiento pleno de su esposa. Un día, Laurita, la tercera, resultó embarazada. 

La última vez que supe de ellas, Mario García ya había hecho suyas a Gemita y a Rosita. Todos en la familia sabían de esa situación, y la consentían. Era otro país. Jean Succar Kuri no había surgido todavía y nadie se escandalizaba por esos actos de depredación sexual. 

Incluso en las fiestas familiares, Gabriel García Márquez le dedicaba canciones a su hermano porque era un macho de a de veras, y no una piltrafa humana como muchos. 

Una noche, en Facebook, encontré una foto de los  García. Todas las hijas posan con sus padres y sus tíos. Ahí está el falso escritor con muchos años encima. También figuran, serios, amargados, los papás de Lucero y la Chata. Ellas están pasadas de peso y abrazan a sus maridos. Las hijas menores cargan niños pequeños. Los ojos de Mario García guardan un orgullo enfermo. Doña Tifo, en tanto, lo ve con devoción. 

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