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sábado, abril 27, 2024

Se dicen cosas horribles de ti / 08

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ENTREGA VIII

Todos los nombres de los personajes son reales.
Todos los enredos de los personajes son ficticios.

 

28

El klōn de Elena Poniatowska tiene una característica peculiar: su pelo encanece a la par del de ella. Raúl Padilla, por ejemplo, tiene que utilizar varios enjuagues para el cabello del suyo, pues la parte cana —la más abundante— tiende a ennegrecer, y viceversa. La autora de La Noche de Tlatelolco observa a la distancia, no sin cierta nostalgia, cómo la cabellera blanca de su klōn va adquiriendo los tonos marfilinos de su verdadera cabellera.

Tras la entrega del Premio Cervantes en Madrid, cuando en una de las tantas recepciones la escritora envió al klōn en su representación, se produjo un penoso
incidente: el rey Felipe VI, que no tenía contemplado asistir, pidió al Salón de las Cortes que enviara a su klōn adquirido en Noruega (tiene tres, por lo que se pueda ofrecer). Enterada por su hijo Felipe Haro, quien vía celular le dijo que en la fiesta estaba el rey, la escritora se dio una ducha, y se metió en un vestido de la región tarasca y en sus chancletas Gucci. Con el pelo aún húmedo llegó al Ritz en un UberPop. En ese momento no recordaba que su oficina de Relaciones Públicas había enviado a la recepción a su klōn vestido con traje de tehuana. Se acordó cuando lo tuvo a diez metros.

La escena fue así: el klōn del rey conversaba con el expresidente José María Aznar, a quien le daba abiertamente la espalda el presidente Mariano Rajoy. Éste se reía a carcajadas con la vicepresidenta Mari Bárbola. A veinte centímetros de éstos se hallaba el klōn de Elena Poniatowska platicando con su hijo Felipe. Se veían muy animados. Él más que ella.

Cuando Elena Poniatowska vio a su klōn recordó que no debía estar ahí. Era demasiado tarde. Los fotógrafos de Hola le tomaban fotos y los reporteros de Antena 3 le preguntaban cuál de las dos era la verdadera. Las dos Elenas salieron corriendo.

 

29

Felipe Haro Poniatowski se había bebido ocho copas de Grandes Pagos de España cuando vio pasar a su lado a Mariano Rajoy. Así se lo dijo a su mamá. O al klōn de su mamá.

—Es el presidente de España, Elena. Es gallego. Imagínate un presidente gallego. ¿Te acuerdas de los chistes de gallegos que nos cuenta a cada rato Mane?

—Muy interesante el comentario. Andrés Manuel será un gran presidente. Nuestro Benito Juárez —respondió el klōn de su mamá.

—(Risas). Se me olvida que eres un pinche klōn.

Felipe Haro no dejaba de comentarle todo lo que veía. Ahí está Felipe González. Ahí está Penelope Cruz. Ahí anda Pablo Iglesias. Ahí va Iñaki Urdangarín. Ah, no, ése está en la cárcel. O en las Cortes. El rey no lo puede ver ni en pintura.

Al noveno cava detuvo su mirada en Rajoy, que no saludaba ni por equivocación a Aznar. Prefería a Mari Bárbola, su fiel vicepresidenta. Es casi enana, pensó Felipe Haro cuando estuvo a su lado. Sonrió una vez. Sonrió dos veces. El presidente y la vicepresidenta lo ignoraron. Por un momento pasó por su cabeza hacerle una pregunta a Rajoy. Un mesero le ofreció el décimo cava. Le dio un trago. Tomó impulso:

—Perdone, presidente Rajoy, ¿dónde compró su klōn?

 

30

Los hijos de los intelectuales, todos se conocen. Las hijas de Salvador Elizondo jugaban de niñas con los hijos de la Poniatowska y los de García Ponce, aunque su papá detestaba al papá de éstos. Las hijas de José Luis Cuevas se llevaban con todo mundo. Ellas fueron quienes sacaron un cigarro de mariguana la primera vez que los hijos de los intelectuales conocieron la hierba verde. Antes de que las drogas llegaran a sus fiestas, los hijos de los intelectuales sólo bebían vino tinto, cerveza y tequila. Cuando la mariguana irrumpió en sus fiestas sólo tuvieron ojos para fumar desaforadamente y hablar de los nuevos poemas de Octavio Paz, a quien le decían simplemente Octavio, porque era como un tío que llegaba con su esposa francesa y sus sacos de tweed a las mesas familiares. Siempre iba con ella. Nunca llevaba a Helena Paz. La Chatita.

Los hijos de los intelectuales nunca trataron a Helena Paz porque ella vivía con Elena Garro. Su madre. Sólo hablaban de ella cuando las Cuevas llegaban con Acapulco Golden y todos se ponían a fumar como locos. De Helena Paz decían las cosas más extravagantes: está loca como su madre, es alcohólica, es drogadicta, toma ansiolíticos, vive con veinte gatos, ha viajado por todo el mundo. Una de las Cuevas, Bernarda, la había visto una vez en París del brazo de un hippie de San Francisco. La escuchó hablar en francés como si hablara en zapoteco. Todos se rieron mucho y pidieron nuevas dosis de Acapulco Golden. Una de las hijas de los intelectuales se puso a hablar entonces de los cogollos de la hierba y del tono dorado de las hojas de la planta.

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