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jueves, mayo 16, 2024

Las manos llenas de sangre y las batallas de los aspirantes a la gubernatura de Puebla

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Juan Sabines, el viejo, el hermano del poeta Jaime Sabines, fue autor de mil historias de la política mexicana.

No era un político moderno, sin embargo fue un operador eficaz y un gobernante querido por su pueblo.

Todo mundo lo citaba en Chiapas:

“Como dijo Juan Sabines: no me chingues”.

Su hijo, del mismo nombre, llegó a la gubernatura de ese estado gracias a que su mentor, Pablo Salazar Mendiguchía, lo fue arropando durante varios años.

En agradecimiento, Sabines encarceló a Salazar y le provocó mil enfermedades.

Es la historia no sólo de la política mexicana.

La deslealtad es el pan de todos los días entre nosotros.

Don Melquiades Morales suele decir cuando se entera que alguien habla mal de él:

“Ah, caray: ¿qué favor le habré hecho?”.

 Juan Sabines, el joven, ahora ex gobernador de Chiapas, es recordado desde ya como un hombre desleal y traicionero.

Su mala sangre es comentada en los bares y en los cafés de Chiapas.

Mil historias se cuentan sobre él.

Todas terribles.

Las más cómicas tienen que ver con el ex gobernador de Chiapas que a través de una tercera persona volverá a gobernar: Manuel Velasco.

Juran que cuando el entonces novio de la cantante Anahí iba a ver a Sabines a Casa Chiapas, el gobernador daba instrucciones de soltar a los feroces perros que tenía.

Y es que le divertía ver a su sucesor, presa de pánico, corriendo por los jardines de la residencia.

Al final de su gobierno trascendió que Sabines pidió su último oneroso préstamo dizque para enfrentar los gastos de la transición.

Velasco, ya convertido en gobernador electo, le reclamó airadamente.

La respuesta no se hizo esperar.

Dos bofetadas estallaron en el rostro de Velasco, quien salió furioso de la residencia oficial.

Semanas después, Sabines le entregó el bastón de mando a su sucesor.

La política mexicana es así.

Ha crecido entre golpes, mentadas y traiciones.

Hoy que estamos en la antesala de la sucesión gubernamental en Puebla, los aspirantes sueltan artillería todos los días.

Los cuchillos y los machetes están sobre la mesa.

A veces se usan los primeros (a la sombra de la negra noche) y a veces los segundos.

Alguien me dijo hace años —durante un proceso de sucesión— que me cuidara de no quedarme con las manos manchadas de sangre.

No le hice caso.

Hoy, a la distancia, entiendo el valor de esas palabras.

Cruzar las líneas amarillas es lo más fácil del mundo.

El problema real es asumir el costo de la cachetada.

La que Sabines le propinó a Velasco tuvo su costo: el sobrino del poeta prácticamente se tuvo que exiliar seis años.

Y aunque hoy extrañamente es cónsul de México en Orlando, los fantasmas de Salazar Mendiguchía y Velasco le jalan los pies en las negras noches del alma.

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