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viernes, mayo 3, 2024

Alejandro y Juan

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Para Mercedes Oteyza y Olbeth Hansberg

 

Alejandro Rossi nació el 22 de septiembre de 1932, en Florencia, de padre italiano y madre venezolana. Estudió filosofía. Su libro Lenguaje y significado es un referente de la filosofía analítica. Amigo de Octavio Paz, comenzó a escribir para Vuelta pequeños textos que se convertirían con el tiempo en Manual del Distraído, iniciando así su escritura literaria. Al nacionalizarse mexicano, ingresó a El colegio nacional. Su discurso de ingreso da cuenta de manera brillante de la relación entre filosofía y literatura.

En 1994 decidió dar un curso de creación literaria. Eligió a 4 jóvenes que habíamos ganado la beca del INBA: Fabio Morábito, Saúl Millán, Mauricio Carrera y yo. Fabio era y sigue siendo el mejor. Saúl es un reconocido profesor investigador de la ENAH y acaba de publicar su primer libro de cuentos; Mauricio ha escrito medio centenar de libros…

Seguimos siendo amigos y nos vemos seguido, para recordarlo y conversar. Alejandro era un maestro de la conversación inteligente.

Rossi me distinguió con su amistad. Una vez o dos al año me invitaba a su casa para ver cómo iba. Recomendaciones que surgieron de su iniciativa definieron mi vida profesional como escritor de discursos.

Al final de su vida le mandé mi libro Resonancias. Me contestó con un mail que fue su despedida. Escribió: “apenas ahora le doy las gracias por las bondadosas e inteligentes páginas que me dedica al iniciar usted ese mágico viaje hacia los libros que iluminan la tierra. Una obra notable que habla a la vez del escritor y del apasionado lector”.

Este jueves cumpliría 90 años. Gracias, Alejandro; gracias, Maestro Rossi.

Juan García Ponce nació el 22 de septiembre de 1932, en Mérida.

Escribió 14 novelas, cuyos motivos principales fueron las relaciones amorosas, la contemplación y posesión del cuerpo de la mujer, la creación artística, la enfermedad y la muerte. El 5 de febrero de 1981 me convertí en su escribano durante varios años, tiempo durante el cual me dictó la novela Inmaculada o los placeres de la inocencia y los ensayos contenidos en Imágenes y visiones.

Como crítico literario, en una época en que no había muchas traducciones ni tanta circulación de libros de autores extranjeros, difundió, a través de una pedagogía amable, las obras de autores como Henry Miller, Vladimir Nabokov, Pierre Klossowski, Robert Musil y Heimito von Doderer. Fue uno de los mejores críticos literarios de su generación.

Fue también un crítico de arte excepcional. En palabras de Ilse Gradhwol, era capaz de describir lo que pasaba al interior de una pintura. Así lo hizo con las obras de los pintores de la Generación de la Ruptura (Felguérez, Rojo, su hermano Fernando García Ponce, Von Gunten, entre otros), así como de las generaciones que siguen (los Castro Leñero, Irma Palacios). Sus libros Nueve pintores mexicanos y La aparición de lo invisible fueron fundamentales para crear un nuevo público que pudiera gozar y comprender el arte abstracto.

Sobre su obra escribí un libro La inocente perversión: mirada y palabra en Juan García Ponce (Conaculta, 2006), una novela inédita y un libro sobre sus ensayos de pintura que no he terminado.

El último día que trabajé con él tuvimos el siguiente diálogo:

– Hasta aquí llegó Colón. Hasta aquí sus carabelas.

– Hoy es mi último día contigo. Gracias, Maestro.

– El agradecido soy yo. Ojalá llegues a la Presidencia.

– No voy a llegar y no me interesa.

– Lo sé. Aunque no quieras, sólo vas a ser un vil escritor.

Nos despedimos con lágrimas en los ojos.

Este jueves cumpliría 90 años. Gracias, Juan; gracias, Maestro García Ponce.

Alejandro Rossi y Juan García Ponce fueron y seguirán siendo determinantes en mi vida personal y profesional. Los dos me enseñaron a apreciar el rigor de la inteligencia y a admirar su infinita capacidad de lectura y comprensión. Compartieron conmigo su amor infinito por el pensamiento, por la literatura, por la belleza. Han sido, por tanto, antídotos infalibles contra el ruido de lo fácil, el estruendo de los lugares comunes, la estulticia y la estupidez.

Me regalaron con generosidad un marco de referencia. Sobre ese marco he construido lo que he podido. Gratitud infinita a los dos y ¡feliz cumpleaños 90!

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