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viernes, mayo 3, 2024

La Amante Poblana 46

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Capítulo 46

Lo sé todo

Fernando no pudo con la presión de quedarse callado y pidió hacer una llamada.  

Pese a haber dicho que no quería que su mujer se enterara de cómo lo habían aprehendido, reculó en su intento de mantener la calma. Finalmente, Lupe volvía dominar su voluntad sin siquiera estar presente.  

Una vez que Senderos se marchó, un oficial llegó por él para trasladarlo a un separo más digno. 

Jamás había estado en un lugar tan frío y sórdido. Lo más cerca que estuvo de un MP fue cuando tuvo que ir a rendir declaración por la muerte de su hijo y, anteriormente, cuando en una ocasión desafortunada, conduciendo de Atlixco hacia Puebla, un muchacho le salió de la nada corriendo para cruzar a Chalchihuapan y alcanzó a golpearlo con su carro.  

Esa vez Fernando estuvo a punto de darse a la fuga por indicaciones de Lupe, quien literalmente le ordenó que se echara reversa y rematara al joven. 

–Es lo que hay que hacer, Fernando, me lo dijo mi compadre Zamudio cuando estuvo en la federal de caminos: cuando atropelles a alguien asegúrate que esté bien muerto porque sale más caro que viva.  

Fernando no pudo con la culpa y detuvo el carro. Llamó a la Cruz Roja y esperó a que recogieran al herido. Lupe trinaba de coraje: lo insultó y se sitió en su carro a llamarle al tal Zamudio para que mandara a traerla, después de informarle lo ocurrido y exhibir a su esposo como un pendejo que se creía un buen samaritano.  

Ese episodio mantuvo afectado varios meses a Fernando pues, en efecto, las cuentas del hospital y la rehabilitación del joven atropellado le salieron en una verdadera fortuna.  

Fuera de eso, Fernando no estaba familiarizado con pisar oficinas de ministerios públicos, mucho menos estaba preparado para irse a la cárcel. Nadie lo está.  

En el traslado hacia el separo aislado, vio a Concha y pidió hablar con él.  

El MP se acercó con una sonrisa socarrona.  

–Dígame usted.  

–Puedo hacer una llamada, supongo.  

–Puede. De que puede, puede, pero ya es tarde. Mañana va a venir Senderos en el transcurso de la mañana. ¿A quién le va a llamar?  

–A mi esposa.  

Uy, señor Amaro. No me gusta entrometerme, pero es que he visto estos dramas a diario. Lo mejor es agarrar a las mujeres en la mañana. Ahorita se va a dejar venir para acá y no la vamos a dejar verlo.  

–¿Puedo o no?  

Tsss. Bueno, advertido está. No va a poder entrar.  

–No creo que vaya a querer venir, licenciado. Es sólo para darle unas indicaciones.  

Ta bien. Lucas, llévelo a la oficina y que hable ahí. Yo ya me lanzo. Mañana nos estamos viendo.  

Le temblaban las manos mientras marcaba el número de celular de su esposa. Sin embargo, era mejor que él mismo le avisara qué estaba pasando antes de que Senderos se presentara frente a ella y arruinara todo con sus desplantes.  

–¿Qué pasó?, ¿dónde andas que no has llegado? 

–Escúchame bien, Lupe. Ahorita no puedo explicarte todo, pero estoy detenido.  

Quéeeee, ¿qué estás diciendo? ¿Cómo que detenido, en dónde? ¿Por qué? 

–Cálmate y escucha. Me detuvieron por lo de Ruy Castro. Era natural, mujer, una bomba de tiempo y lo sabíamos.  

–Ese imbécil usurero. Le voy a marcar en este momento, quién cree que somos, claro que le vamos a pagar. ¿En dónde te agarraron? 

–En La Estancia.  

Ay no, qué pena, Fernando. No puede ser, ¿y con quién estabas? Voy para allá ahorita mismo con el abogado.  

–No, no y no. Ni puedes venir porque ya es tarde y no vas a traer a nadie. Escúchame bien lo que te voy a decir. 

–No y no. A mí nunca me hubieran detenido, ¿cómo te dejaste? ¿Con quiénes estabas ahí? ¿Quién vio? ¿Estaba lleno el restaurante?  

–Eso es lo de menos. No tengo mucho tiempo para hablar así que cállate por una vez en tu vida y escucha. Mañana temprano va a ir a la casa Manuel Senderos por los papeles que le firmé a Castro. Los tengo en el segundo cajón del escritorio. Se los das y trátalo con amabilidad.  

–¿Qué?, ¿pero tú estás loco? ¿Para qué viene ese demonio acá? ¿Qué carajos hiciste, Fernando? No, no y no. Nosotros tenemos al mejor abogado así que… 

–¡Que te calles, puta madre! Perdón, pero ya guarda silencio. No es opcional. Senderos estaba ahí en el restaurante cuando me agarraron y la verdad se portó muy cuate, y ya decidí que él me va a ayudar.  

–No, no, es increíble. En qué cabeza cabe, si es el abogado de esa golfa, qué digo abogado, es su amante, estoy segura.  

–A ti qué te importa lo que haga o deje de hacer Manuel.  

–No, él me importa un rábano, pero Anais… ahora resulta que le vas a deber algo a la contraparte de mi pleito. Eres un Judas, un traidor. ¿De dónde crees que pensaba sacar dinero para abonarle a Castro? De ese departamento. Pero no, te le acabas de poner de a pechito al enemigo. ¿Cuánto te va a cobrar por sacarte? De verdad que estás mal de la cabeza. Si te saca no sólo le vas a seguir debiendo a Ruy, también a Senderos, es decir, a Anais, y con eso estamos hundidos, ¿qué no lo ves? 

–Ya te dije, Lupe. Yo sé lo que hago.  

–No, no sabes. Nunca has sabido. Toda la vida has tomado pésimas decisiones: dejar a Juancho con los muebles fue una de esas estupideces.  

–Mira, Guadalupe, de Juancho no hables. Crees que soy pendejo y que no supe lo que pasó entre él y tú. Pues lo sé, pero ya estoy viejo para armar dramas por eso. Así que no creas que soy el pusilánime que le has querido vender a la gente. Te callas, mañana recibes a Senderos de buena gana y sin joder, y no te aparezcas por aquí, ¡me oyes! 

Lupe enmudeció después de oír las acusaciones de su marido. Se colapsó sobre el sillón y encendió un cigarro. Dudó un momento, quería colgarle, pero tomó aire y aplicó la estrategia de hacerse la ofendida.  

–Oye, oye, oye. ¿Estás drogado o qué? ¿Cómo te atreves a acusarme de algo así? Juancho… es incapaz y yo menos. Me queda claro que estás ya completamente trastornado y esta ofensa no te la voy a perdonar nunca.  

–Guadalupe, lo que te estoy intentando decir es que o tratas bien a Senderos y sigues sus instrucciones, o tus hijos se enteran de tu desliz.  

–¿Me estás chantajeando con una mentira?  

–Tengo fotos, Lupe. A estas alturas del partido me importa un bledo lo que hiciste. Lo que no voy a permitir es que me acabe de podrir en la cárcel por tus necedades. Así que ya sabes: quieta con Manuel, o se te cae la máscara frente a todo Puebla.  

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