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viernes, mayo 3, 2024

La sociedad sobreinformada

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Cuando se escriba la crónica de largo aliento, necesaria de estos días, podremos contar con algún conjunto de explicaciones mínimas sobre los años de la pandemia por Covid-19. La intensidad de los acontecimientos y la rapidez con la que se presentan fácilmente, supera el trabajo de cualquier medio de comunicación.  

La propia dinámica de los medios para reproducir imágenes, difundir declaraciones o reproducir los fragmentos de los actores del poder como verdades inmutables, ha transformado muchas veces a los lectores en receptores escépticos de la información mediática.  

Quizás el peor lugar para informarse en estos días son las cadenas de WhatsApp. Entre memes, videos y audios, los grupos de WhatsApp se han vuelto una especie de mal necesario. Una patología de la sobreinformación que incluyen fake news y opiniones desorbitadas.  

Algunos sobreviven a esta saturación de memes y videos; de vez en cuando se asoman a los grupos o renuncian a ellos.  

Es notable que en los momentos en que contamos con distintas herramientas para estar comunicados, la calidad de nuestra comunicación sea más frágil.  

La propia estructura de las redes sociales o de los grupos de WhatsApp es la de polarizar. 

La de ubicar a un contrario y etiquetarlo mentalmente.  

Polarizar vende, genera tráficos en las redes y les facilita a los políticos posicionar sus mensajes en momentos electorales.  

Lo que hoy sucede es que la única conversación prevaleciente es la de la polarización. Una campaña permanente del uno contra el otro, y del otro contra el uno que no acepta matices, análisis, revisiones o puntos intermedios.  

Esta conversación polarizante exacerbada por los algoritmos. 

Las conversaciones del pasado se han transformado en airadas discusiones, muchas de ellas, carentes de argumentos centradas en la descalificación o el etiquetamiento del otro.  

Lo que aparece en las redes sociales es la burla o la exaltación del prejuicio, en muchas ocasiones.  

El difícil camino hacia una sociedad más participativa y democrática está atravesando por distintas trampas.  

Fosos en los que fácilmente uno puede tropezar.  

La ingenuidad de que, en las redes sociales por su inmediatez, uno va a hallar contenidos veraces y fidedignos es un sueño del pasado. 

De ese pasado que idealizaba todo. Que maldecía a los medios tradicionales, que condenaba a los periodistas como agentes del poder en turno, o que maldecía que los periódicos de papel mancharan de tintas los dedos de sus lectores. De ese pasado que idealizó el que sería en internet donde los lectores, ahora sí, encontrarían paraísos informativos y donde cada uno de los usuarios sería un productor-consumidor de información.  

Poco a poco esos paraísos han mostrado más nuestros deseos. los cuales han sido descripciones de nuestros entornos informativos.  

La diversidad mediática es una condición para la existencia de una mejor sociedad. Por lo menos si es una creencia difícil de demostrar, más bien parece un principio mínimo para la convivencia pacífica en una sociedad compleja. En sus difíciles dinámicas, muchas veces precarias, los medios de comunicación han sorteado con relativo éxito la tentación de la voz única.  

Mejores lectores o auditorios serán, estimo, mejores ciudadanos. Y viceversa, sólo puede existir una ciudanía participativa cuando existen debates en los que los medios participan y propician el entendimiento de lo qué sucede en las ciudades.  

Hay quienes estipulan que la política es un campo de guerra y que, por tanto, esta metáfora belicista es una realidad por sí misma que describe el campo político.  

Pero, aunque la lucha por el poder es una lucha desencarnada donde se exacerban pasiones e intereses, en los sistemas democráticos ni hay triunfos eternos ni perdedores para siempre. El cambio y el viraje de rumbo es lo único permanente.  

 

La información que nos satura 

Otro lugar donde cualquier lector o usuario de redes sociales recibirá mucha información, en el sentido más amplio del término, será en Facebook, pero informarse en Facebook es como si uno se informara en los cortos preliminares de las películas que pasaban en los cines durante la segunda guerra mundial.  

La fantasía de ingresar a las redes sociales, obtener reconocimiento y obtener información sobre lo que sucede en el mundo, es una de las fantasías mejor estructuradas de la globalización y del mundo de la post-pandemia, o de la nueva normalidad sin plazo de retorno.  

Nos sumergimos en Netflix para ampliar las perspectivas de lo que pasa alrededor nuestro o recurrimos a los videos pegajosos de tik-tok para consumir, desde recetas de cocina hasta tips de salud mental o el último gol del Chicharito en el Galaxy de los Ángeles.  

Quienes aprendieron a leer entre líneas en la prensa oficialista del partido de Estado, hoy deben reutilizar toda su energía, para leer entre bits, todas las apariencias de verdad en las redes sociales, detectar fallas en las notas o reportajes de la prensa oficialista del pasado, hoy transformada en prensa crítica, y en encontrar en las tendencias de twitter el uso de ingeniería social para inducir posicionamientos artificiales.  

La capacidad de lectura para este mundo exige una alfabetización digital y mediática.  

Desde el payaso tenebroso que se presenta como informador, o el youtuber que comenta noticias políticas, hasta el columnista o reportero político que redacta un reportaje, saltándose reglas mínimas de la verificación de fuentes.  

Vivimos en un tiempo muy rapaz. 

Se nos exige saber de todo y opinar de muy poco.  

Se nos exige una ubicuidad y consumimos información en todos sus empaques.   

El conocimiento es un insumo para sobrevivir en días aciagos. Poseer información sobre cuestiones muy elementales hasta temas muy complejos, es una demanda en una sociedad de consumidores y en una democracia. Eso sí es un gran logro que no se le debe a ningún partido político, ni a ningún personaje  

Nadie sabe lo que viene.  

A dos años del primer caso de Covid-19, existen muchas incertidumbres. 

Por supuesto, que el futuro siempre es incierto.  

Es tan incierto como cualquiera otra de nuestras creencias no justificadas pero que nos dan cierta seguridad.  

Por eso, creo que poco a poco, la historia de nuestros días, al estilo de las crónicas de largo aliento va a encontrar sus lectores; porque los lectores mesurados, aquellos que saben reconocer en el horizonte del tiempo la propia sustancia de su finitud, porque somos, diría el clásico puro tiempo encarnado, buscarán como lo hacemos desde este presente, explicaciones, respuestas, un poco de racionalidad en medio de esta vorágine de sucesos, que no son acontecimientos, información y datos. 

Quienes sobrevivan al futuro no serán aquellos que hayan duplicado o quintuplicado su capacidad de recordar, sino que como un anti-Funes el memorioso, sepan recordar selectivamente, y sepan deshacerse de todo aquello que entorpece el funcionamiento de la memoria. 

Ahí es donde, creo yo, se apuntalan las crónicas de largo aliento, como esos espacios para recordar selectivamente, darle un poco de orden a los sucesos y darnos un poco de distancia y esperanza para estos días aciagos en los que vivimos y respiramos.  

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