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lunes, abril 29, 2024

Elogio de la pipitilla

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Uno de los candidatos a la elección a gobernador del bello estado de Puebla acusó a los miembros desertores de su partido de ser “cascajo” y “pipitilla”.

El diccionario de la Real Academia Española no tiene en sus entradas la palabra “pipitilla”.

Sin embargo, en distintos espacios de comunicación y de expresión política se ocupa la palabra “pipitilla”.

Así que saltan varias dudas geográfico-políticas.

¿Si alguien vive en la Vista o en Angelópolis no es parte de la “pipitilla”?, pero si alguien vive, en Amalucan, Bosques de San Sebastián o Balcones del sur, ¿es integrante de la “pipitilla”?

¿Si alguien tiene guardaespaldas ya no es de la “pipitilla”?

¿Pero un guardaespaldas si es “pipitilla”?

¿Si alguien es miembro de una “cámara empresarial” no es “pipitilla”?

¿Pero si alguien es un trabajador afiliado a un sindicato sí es “pipitilla”?

¿Si alguien estudia en la UDLAP, en el Tec de Monterrey, en la Anáhuac, o en la Ibero, no es “pipitilla”? ¿Pero si alguien estudia en la BUAP, entonces, es “pipitilla”?

¿Si alguien chatea con el góber o la góber en turno, no es “pipitilla”?

¿Pero si el góber o la góber lo deja en visto, entonces, es “pipitilla”?

***

El desprecio a las clases populares es típico de los sectores conservadores, de los oligarcas y de las clases medias.

(Y los conservadores, también pueden traer un chalequito guinda, tomarse fotos con la gente pobre de la ciudad, pero jamás aprobarán alguna iniciativa que vaya en contra de sus intereses de clase, como una reforma fiscal progresiva.)

Para los conservadores, existe por derecho natural una brecha entre la “alcurnia” y la “pipitilla”.

Algo insalvable los divide.

En años pasados, el partido de la derecha, partid fundado por Manuel Gómez Morín, intelectual y rector de la universidad nacional, estableció una diferencia entre los adherentes y los miembros activos.

(Es la misma diferencia que existe en las iglesias cristianas y demás).

La afiliación debía ser autorizada por el partido.

Lo cual no sería nada ilegal ni insensato.

Solamente que las afiliaciones al partido de la derecha se reservaban para la prosapia o para las familias custodias del Yunque. Así, había una larga y eterna lista de adherentes.

Paradójicamente, un partido, que se ostenta ligado al pensamiento católico, ocupa posiciones sectarias.

(Algo muy alejado a los ideales de Gómez Morín.)

Cuando fue el propio catolicismo el que postuló la universalidad de la creencia religiosa.

Al menos, etimológicamente, así se piensa lo católico, como lo universal.

En términos teológicos, la salvación es “universal”.

Esa fue la discusión que Pablo, el apóstol, tuvo con los miembros de las sinagogas judías, para difundir el cristianismo en los primeros siglos.

Si el Partido de la derecha blue quiere ser un partido moderno, o por lo menos contemporáneo, debe saltar de la prescripción sectaria a una visión universal.

La expresión del candidato que calificó a sus correligionarios de “pipitilla”, sin duda, fue un artefacto retórico para minimizar a quienes dejaron de apoyarlo en su partido.

Ciertamente, minimizar a quienes defeccionaron de las filas de su partido es una salida en una campaña electoral.

Ahí no está el inconveniente.

Los partidos políticos son instituciones de interés público para participar en la vida democrática y electoral de un país, son el modelo para obtener cargos de elección popular.

Por lo tanto, que un militante o simpatizante alcance un cargo de elección popular y sea electo en una elección democrática, es un derecho político.

En una elección democrática, el voto de un obrero, un campesino, un colono y el de un empresario, valen lo mismo.

La democracia se sustenta en el principio de que “una persona, un voto”.

El voto de la “pipitilla” vale tanto como el voto de una persona con cuentas en las Islas Caimán o que el voto, si así fuera, del mismísimo Agustín de Iturbide.

Un candidato o aspirante a un puesto de elección popular no debería minimizar o discriminar a los votantes, militantes o simpatizantes, que carezcan de recursos económicos o de un capital político elevado.

Si “pipitilla” se entiende como alguien con un “capital político menor” pues entonces la mayoría de los votantes es “pipitilla”.

En una sociedad democrática, donde a todos se nos reconocen los mismos derechos, no hay “ciudadanos de primera y de tercera”.

Por supuesto que, en la práctica, y al interior de una sociedad de clases, existe una desigualdad económica.

***

Recurrir al concepto “pipitilla” en las campañas electorales es despreciar el voto de los ciudadanos.

Durante la interna de Morena, los seguidores de uno de los aspirantes a coordinador del partido izquierdista descalificaron a Alejandro Armenta con el concepto de “pipitilla”.

Afirmaban los seguidores del fallido prospecto, que al senador Alejandro Armenta sólo lo acompañaba la “pipitilla”, y que no estaban con él los empresarios, ni la clase política ni nadie importante, que no tenía ni una foto con Andrés Manuel López Obrador, y que, por eso, no iba a ser candidato a gobernador por Morena.

Como se advierte, en esa pieza retórica-propagandística, se trataba de sembrar la narrativa poblana de que nadie puede ser gobernador si no es o tiene prosapia, linaje, estirpe o abolengo.

Esa narrativa explota la creencia monárquica, o sea conservadora, que el poder se transmite entre familias fundadoras u originarias de una sociedad.

(Algo que existe en el AND del conservadurismo y la clase media poblana wannabe).

La alcurnia, pues.

Hoy, ya sabemos que las elecciones se ganan con la gente.

Que las encuestas se ganan con la gente.

Que el posicionamiento en las redes sociales se gana cuando los políticos tienen posicionamiento orgánico.

Que los bots son costosos, como las risas grabadas de los programas de Paco Malgesto.

Que la Revolución Mexicana la hizo “la bola”.

O sea, la “pipitilla” de la época.

Que quienes siguieron a Miguel Hidalgo en el grito de Dolores fueron la “pipitilla” de la época.

Que los independentistas que tomaron la Alhóndiga de Granadita, también eran “pipitilla”

Quico, en el clásico televisivo latinoamericano, escuchaba a su mamá, Doña Florinda, quien delimitaba la frontera de la clase media en la vecindad de

El Chavo:

“No te juntes con esa chusma”.

En realidad, Doña Florida es una impulsora del clasismo, y su traducción del consejo a

Quico es:

“No te juntes con la pipitilla”.

La derecha, el conservadurismo y un sector de la izquierda, mediatizados por la clase media, esa clase que establece ficticiamente una frontera entre burgueses y proletarios, imaginan un mundo donde los proletarios, pasan de ser lumpenproletarios y se vuelven “chusma” o “pipitilla”.

Esa franja intermedia aspiracional de la inexistente clase media se distingue por su wannabinismo, y sus prejuicios en contra de lo popular, los pobres, los sin voz, los invisibilizados y lo proletario.

Aspiran al ascenso social, sin importarles mucho lo que les suceda a sus compañeros de clase. Es el ascenso individualista inspirado en la ideología de la meritocracia.

En la Revolución Mexicana, las adelitas, los zapatistas y los villistas formaban parte de la “pipitilla”.

Los estudiantes masacrados en la Plaza de las

Tres Culturas en el 68, eran, para el presidente Gustavo Díaz Ordaz, la “pipitilla”. En realidad, la “pipitilla” somos todos.

Los vendedores ambulantes y las personas que ocupamos el RUTA.

Las personas que cruzamos a pie las calles, con el riesgo de volvernos una estadística de accidentes viales o de aparecer en la página roja de algún periódico impreso, al ser, eventualmente atropellados.

Si revisamos los datos de CONEVAL, un 58.9 por ciento de la población de Puebla, hasta el 2018, vive en situación de pobreza.

Esto es, cerca de 3 millones 763 mil 700 personas pertenecen a la “pipitilla”, según el léxico de los políticos.

En la lógica del político clasista, solamente de Virrey de la Nueva España para abajo, ya no eres parte de la “pipitilla”.

La connotación monárquica de la palabra “pipitilla” establece el poder del emisor de ese vocablo.

Pero en una sociedad republicana, todos los emisores valen lo mismo.

***

Posdata: si algún candidato o candidata quiere ganar una elección, no debe esperarse a que una estructura mágica, de esas que se ocupaban en el viejo Partido de Estado, venga a hacerle la chamba al candidato. Mejor que se vuelva “pipitilla” y que haga política con la “pipitilla”, que fue la política que Andrés Manuel López Obrador hizo durante más de 30 años hasta que llegó a la Presidencia de la República.

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