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sábado, mayo 4, 2024

El Presidente y doña Rosario (un Daguerrotipo)

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Emocionado, con los ojos brillantes, el presidente López Obrador le dio un énfasis especial a su discurso a la hora de hablar de doña Rosario Orozco:

“Estamos aquí, rindiéndole un homenaje (al gobernador Barbosa), apoyando a Rosario: su compañera de siempre, su consejera, su gran aliada”.

Una ovación surgió en el patio de Casa Aguayo, y la transmisión se detuvo en los ojos llorosos de la esposa de don Miguel.

Minutos antes, el presidente improvisó un retrato del gobernador fallecido la tarde del martes.

Y en esos trazos dibujó a un hombre comprometido con las causas sociales con el que transitó las más diversas carreteras políticas.

Narró cómo fue él quien le dio la idea de la monumental marcha del 27 de noviembre, y cómo, apoyado por doña Rosario, recorrió los cuatro kilómetros que van del Ángel de la Independencia al zócalo.

Fue un momento crucial en los funerales del gobernador.

Antes, doña Rosario también había improvisado unas palabras en las que destacó dos cosas: la lucha del gobernador en contra de la corrupción y su convicción lopezobradorista.

Él la veía con una mirada emocionada, y luego la abrazó en varias ocasiones.

Juntos entraron al corazón de Casa Aguayo.

Juntos abandonaron la escena.

Conversaron.

Claro que conversaron.

(Sólo ellos saben lo que se dijeron).

Lo cierto es que cuando regresó, ya sin el presidente, se veía tranquila dentro de su dolor.

La orquesta que tantas veces acompañó al gobernador en sus actos públicos tocaba un aria de Verdi cuando ella volvió al patio: ¡Libiamo, libiamo…!

Los abrazos continuaron.

Los más sentidos pésames.

Adán Augusto López, secretario de Gobernación, le dijo algo al oído.

Ella asintió y le dio un abrazo.

Se veía ahora descansada, lejos de la tensión que genera la muerte del compañero de vida.

Y hasta sonrió por momentos después de tantas lágrimas derramadas desde la tarde del martes.

En un momento, Sergio Salomón y Gaby, su esposa, subieron a hacer una guardia de honor junto con el fiscal Gilberto Higuera Bernal y Javier Pacheco Pensado, el mejor amigo poblano del gobernador.

Gaby invitó a subir a doña Rosario, y ésta se sumó al ritual funerario.

Ya que bajaron, ella le dijo algo al oído a Sergio Salomón.

¿Cuántos segundos transcurrieron?

¿Cincuenta, sesenta?

El presidente de la Junta de Gobierno del Congreso asentía.

“Sí, sí, sí”, movía la cabeza.

El aria de Verdi no dejó de sonar a lo largo de esta escena.

Minutos después, acompañada de su hermano, subió a las oficinas que en vida ocupó el gobernador Barbosa.

*

Llegó Manuel Bartlett con Rodrigo Abdala, su sobrino político.

También lo hicieron: Claudia Sheinbaum, Adán Augusto, Marcelo Ebrard, Mario Delgado…

Y varios gobernadores.

Y varios miembros del gabinete federal.

Los buscadores de claves veían quién era él o la más abrazada.

Querían interpretar señales.

Las buscaron, faltaba más, en las palabras del presidente, pero éste sólo tuvo expresiones para el gobernador y doña Rosario.

*

Una noche antes, en la capilla funeraria Camino al Cielo, la esposa del gobernador recibió centenas de abrazos y de sentidos pésames en un ambiente profundamente triste.

Pocas horas después, acudió con sus hijos —Rosario y Miguel— a los homenajes en el Congreso y en el Tribunal Superior de Justicia.

Casi sin dormir, se dirigió a Casa Aguayo a recibir al presidente.

Y sucedió lo que ya sabemos.

*

Javier Pacheco estaba metido en su dolor en Camino al Cielo.

De vez en cuando, unas lágrimas resbalaban por sus mejillas.

Lo mismo le pasó cuando hizo la guardia de honor en Casa Aguayo.

Araceli Morales, su esposa, lo veía con ternura.

Y algo dulce le dijo mientras Javier estaba metido en su dolor.

Fue el mejor amigo poblano del gobernador.

El que comía con él una o dos veces por semana.

El que hizo reír al matrimonio Barbosa Orozco con sus comentarios bañados de ironía.

“Mi Javo”, le decía el gobernador.

Una vez, en una de nuestras maratónicas entrevistas, don Miguel me contó que los dos matrimonios eran inseparables y se querían muchísimo.

Javier le lloró en ésta horas terribles al gran amigo perdido.

*

José Luis Nájera acompaña al gobernador desde hace varios años.

Y lo ha hecho con una lealtad brutal.

Él es quien lo ayudaba a levantarse en los actos públicos o lo llevaba del brazo a la tribuna.

No se despegó nunca en estos años.

En Camino al Cielo, doña Rosario lo incorporó al grupo familiar.

Y ahí estuvo: sintiendo el dolor de perder a quien siempre lo consideró un hijo.

—Tanto te quiso el gobernador que te hizo senador— le dije en un momento.

Y, emocionado, me dijo cuánto lo iba a extrañar.

*

La noche cayó en Camino al Cielo.

En las redes, las urracas y los zopilotes entonaban sus cánticos.

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