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viernes, mayo 3, 2024

La policía moral en tiempos de los soplamocos

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Todo es muy confuso: tienes amigos inteligentes que no comparten tu opinión haciéndote repensar eres idiota, y por otro lado están los que tú crees que están idiotas y resulta que comparten tu opinión. No en todo, pero sí en ciertos temas.  

Recuerdo la carta que hicieron una serie de actrices francesas cuando explotó el MeToo, en donde se oponían a ser las Torquemadas de la historia, es decir, asumieron que, en su época, el acoso y el intercambio de favores sexuales por trabajo en el showbuisness era el pan cotidiano, y de alguna manera abonaban a la práctica porque no había de otra.  

Hablaban del puritanismo extremo que reviste a las nuevas actrices y a las personas de la generación Z y Millennials. Su doble discurso y la híper sensibilidad.  

Este es un tema en el que me he embarrado de lodo por cuestionar, por no irme de un solo lado, y sí, oscilar cotejando los debidos contextos.  

Y ahora con ustedes, ¡la polémica de las masculinidades frágiles!, y si se debe o no defender el honor y la dignidad de una esposa a golpes.  

No es “lo de menos” que haya sido un actor de Hollywood en horario estelar y en una ceremonia vista por millones para beneplácito de muchos y escarnio de otros tantos.  

Y como siempre, los bandos se dividen.  

Las columnas de opinión también.  

Hay hombres que escriben y dicen que no quieren ser como Will Smith, y hay mujeres que escriben y que dicen que les gustaría que su pareja sacara la casta así por ellas.  

El caso es que si se defiende a una mujer a madrazos es malo. 

Y si no es peor. 

Y más horrible que el macho de las bromas, el bufón, haga mofa del aspecto de la dama.  

Pero, ¡oh!, también el bufón tiene derecho a hacer su chunga y que las señoras aguanten la carrilla porque es un mundo igualitario.  

Y que quién mató al Bobby, y pues que lo mató porque se lo merecía… por que era un perro rabioso.  

Estas últimas frases son el punto toral de la película Ahí está el detalle y nos regalan una aproximación del cantinfleo en el que se convierte la opinión pública al calificar de bueno o malo un hecho.  

Parte del espectáculo; la prolongación de lo que sucedió en los Óscares más guangos de historia.  

Y para no quedarme atrás entraré al tren.  

Nunca me ha caído bien Will Smith, salvo cuando se sentó frente a su esposa Jada y asumió que le pusieron los cuernos y lo dejó pasar. Porque eso pasa, y realmente no pasa nada (seguimos con el cantinfleo), más que un ego abollado.  

Fuera de eso, sus películas me dan flojera. No he visto la que le dio el Oscar. Ni la veré.  

Por otro lado, a Chris Rock sólo lo ubico presentando premios con un humor de quinta, que la academia perdona por ser políticamente correctos y no ver lo chafa que también puede ser un negro, o perdón, un afroamericano.  

Esto es parte de la deuda que los gringos blancos pagan por haber sido unas bestias en el pasado.  

Por Matar al ruiseñor.  

Pero el ruiseñor no siempre canta bien.  

Es el caso de Chris Rock; un callo como humorista, así como Smith no es la octava maravilla.  

El show no podría haber sido más morboso tomando en cuenta el contexto histórico: dos negros famosos pero infumables haciendo lo que los hombres de su generación solían hacer antes del internet y el Me too: el ridículo con tal de ser el macho alfa.  

¿De lado de quién me quedo? 

Debo confesar que gocé infinitamente el soplamocos que le metió Smith al bufón.  

Lo repetí mil veces. Y dije: si me hubieran hecho pasar por el bochorno que pasó Jada Smith, estoy segura de que mi galán hubiera hecho lo mismo… o algo peor.  

Eso no me hace digna de ir a terapia, como muchos pretenden desde una autoridad moral que no tienen.  

Es una reacción elemental, sí, básica, sí, primitiva, sí.  

Porque pese a las reglas morales y de comportamiento que exige el espíritu de nuestro tiempo, la humillación fue para ella.  

Recordemos que, para haya un humillado, debe haber testigos.  

El testigo cambia todo el panorama.  

Y más que tribunales tuiteros y opiniones como esta, se debería repensar la forma de hacer o no comedia.  

El costo de caer en la provocación con tal de subir los números de la audiencia.  

Es una cuestión de buen o mal gusto.  

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