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lunes, abril 29, 2024

La venganza del Caca Grande

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Una síntesis apretada del Gato en el Tejado anterior: Marcela, estudiante de tercer año de la secundaria 76, empezó a tener un romance con Roberto, modesto prefecto de la escuela, cabeza de una familia que vivía en la Candelaria de los Patos. Lo inexplicable es que Marcela era hija de un Caca Grande que auxiliaba a un líder charro convertido en diputado y senador cada vez que podía. Y podía mucho. 

En la escena anterior, encontré a Roberto, de 20 años, y a Marcela, de 14, en pleno faje técnico en los baños de hombres de la secundaria, por lo que terminé convertido en su cómplice involuntario. En ese momento histórico nadie se planteaba en este país conflicto alguno por el hecho de que un adulto de 20 años tuviera relaciones sexuales con una adolescente de 14. Vivíamos en el México de la “cancha reglamentaria”. Me explico: cuando una niña empezaba a tener senos y le crecían las nalgas se convertía en “cancha reglamentaria”. Es decir: en carnada para los adultos panzones. Y eso lo decían los tíos de todos en las mesas familiares. Marcela —nalgona y tetona a sus 14— era algo más que cancha reglamentaria. Por eso el prefecto de la secundaria empezó a tener sexo con ella en el baño de hombres de la planta baja. 

Todo iba bien en el romance del año hasta que apareció Patricia, una chica de trece años de edad que iba en segundo de secundaria. Menos robusta que Marcela, Paty tenía lo suyo: la cintura más breve de la escuela, unos senos firmes, una cadera de ensueño y una cabellera rubia y ensortijada que empataba sensualmente con sus ojos verdes. Además, no caminaba: flotaba. Y tenía una voz muy sexy. Marcela, en cambio, poseía una voz añiñada que contrastaba con su tremendo cuerpo. 

Roberto y Patricia empezaron a flirtear a espaldas de Marcela. El romance empezó a crecer en el taller de electricidad. Cuando el maestro no iba, Roberto metía a Patricia al área en la que mi generación y yo aprendimos a hacer la célebre “cola de rata”. Cualquier electricista sabe lo que es eso. 

El drama de Roberto empezó cuando Marcela salió embarazada. Toda la escuela supo que el niño sería suyo porque el papá de ella —el Caca Grande— llegó con unos pistoleros a buscar a Roberto. Lo encontraron escondido y llorando en el taller de electricidad. Fue de tal tamaño el escándalo que Roberto terminó en el hospital y Marcela dejó de ir a la escuela. ¿Qué hizo el Caca Grande con el embarazo de su hija? Un aborto clandestino cabe en cualquier escenario. 

Roberto fue despedido fulminantemente. La directora de la secundaria no lo dudó un instante. ¿Y qué fue de la dulce Patricia?, se preguntará el hipócrita lector. A los quince días también resultó embarazada. Aquí no hubo Caca Grande con guaruras violentos. Nada de eso. Paty aprendió a llevar su embarazo con dignidad. Eso significa que empezó a usar un suéter verde olivo de una talla más grande para tapar el vientre abultado. Y cuando todos nos habíamos dado cuenta de lo que ocurría, nuestra heroína dejó de ir a la escuela. 

Por un amigo supe que sus padres se resignaron a ser abuelos muy jóvenes, aunque a Patricia la enviaron a vivir lejos de su hijo con unos parientes que vivían en Dallas, Texas. 

Roberto terminó trabajando en Coto y Compañía, cerca de su pobre vivienda de la Candelaria de los Patos. No volvió a tener hijos gracias a la patiza que le propinaron en las partes blandas los guaruras del mentado Caca Grande. 

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