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sábado, mayo 4, 2024

Historias de la vida real

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La tía de Lucero se llamaba Lupe y era prostituta. 

Todos los días se levantaba a la una de la tarde. Lupe tenía un hijo llamado Héctor. Hectorín. Éste creía que su mamá era telefonista y que cubría el turno nocturno. La veía irse muy guapa todas las noches y se iba a dormir pensando que su mamá trabajaba contestando llamadas en una importante empresa. 

Lupe vivía con su mamá —la abuelita de Lucero— y con una hermana suya que era enfermera —doña Licha—, quien siempre estaba de mal humor. En ese departamento vivían también las tres hijas de la enfermera. A veces llegaba a pernoctar su amante: un señor que trabajaba de tablajero y que no pronunciaba palabra. Este señor veía a Lucero con mucha procacidad. La desnudaba con la mirada. Doña Licha se dio cuenta y por defender a su hombre la tomó contra Lucero. De puta no la bajaba. 

Lupe trabajaba en un cabaret llamado Club Quinto Patio. Ahí bailaba y fichaba, y hacía salidas. Sus salidas iban de los cincuenta a los cien pesos. En el México de 1973 eso significaba una entrada regular. No era tan mala, pero no era tan buena. 

Por 50 pesos, Lupe hacía oral sin condón. Por 70: oral y vaginal. Por 100: oral, vaginal y anal. 

Lupe tenía 30 años de edad, pero cuando despertaba —ya sin maquillaje y con los rastros notables de una señora cruda— se veía de cincuenta. Alguna vez fue guapa, pero un primo hermano suyo la llevó por los caminos del pecado. Él —llamado Tony—, la sedujo pese a estar casado. Luego empezó a usarla. Al final, la tiró a un charco de agua sucia. Ella sólo sabía taquimecanografía gracias a sus estudios en la Academia Patrulla. Entró a trabajar ya embarazada por Tony, pero dejó de hacerlo para tener a Héctor. Hectorín. Cuando ya estuvo buena, le dio flojera regresar a trabajar y se metió de puta gracias a una vecina suya.  

Un día, en un pueblito del Estado de México, acompañé a Lucero a ver a la hermana de su abuelita. Fuimos todos: Lupe, Hectorín, la enfermera, sus hijas, su amante y Chata, hermana de Lucero. Hubo mole de guajolote y pulque. Nos quedamos todo el fin de semana. Ahí se desataron las pasiones. A la fiesta llegó Tony, y volvió a seducir a su prima. (A las nueve semanas supimos que la embarazó de nuevo). En esas cumbres borrascosas ocurrió algo muy desagradable: el tablajero bebió tanto que la segunda madrugada quiso violar a Lucero. Doña Licha se le fue encima a los golpes a su sobrina y de puta no la bajó. A mí me consta que Lucero no fue la culpable. El tablajero tuvo la culpa todo el tiempo.  

En ese contexto fragoroso, la Chata y yo nos perdimos en el río. Lupe y Lucero (y Tony) nos fueron a buscar. Lo que hallaron puso de malas a Lucero. Todo el viaje me dejó de hablar. 

A nuestro regreso, Lucero y yo terminamos para siempre. No volví a saber nada de ella. De Lupe, la tía, sí supe cosas: tuvo otro hijo con Tony, regresó al Club Quinto Patio, Hectorín terminó por descubrir su oficio, y ella ahora trabaja en las calles: por Coto y Compañía, cerca de la avenida Francisco Morazán, en pleno corazón de Balbuena. 

También supe que un día que la ebriedad le ganó, el tablajero mató a golpes a doña Licha, la enfermera.

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