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sábado, mayo 18, 2024

El turismo: Un hilo muy delgado

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La comunidad de los Uros en el Lago Titikaka 

A mi mente llegan dos recuerdos: la silueta de un hombre que remó desde Puno, Perú, para transportarnos a las Islas flotantes de los Uros con la brisa congelada chocando las mejillas; y ver un autobús flotando con mis pertenecías en un catamarán de madera que cruzó de Perú a la Isla del Sol en Bolivia.  

Viví en la amarillenta totora del Lago Titikaka hace algunos años.  

Los nativos hablan la lengua pukina, que es una lengua considerada anterior al aymara. Incluso, lingüistas del siglo XX han categorizado el proto-pukina como lengua madre y emparentada con las actuales y vigentes lenguas andinas. 

Cada mañana la brisa y las ondas de navegación movían la isla completa donde pasé la noche varias semanas.  

La isla se movía si caminaba de prisa o si intentaba correr. Parecía tan frágil que se sentía como vivir en una canasta de carrizo.  

Desde mi cuarto podía ver las balsas que con el sol parecían doradas y tenían formas de dragones gigantes.   

No pude evitar pensar que estaba en El Dorado, y que, si los españoles llegaron y a cierta distancia miraron este sitio, pudieron haber confundido con oro la totora. Aunque para la comunidad, esta fibra tiene una connotación similar o incluso más valiosa.  

En la zona del lago que pertenece a Perú, para el año 2009, se encontraba una comunidad de aproximadamente 40 islas. Todas construidas con totora, fibra que nace del mismo lago y que los comuneros ocupan para tejer las balsas que rellenan con pet para reciclar. También la ocupan para hacer infusiones, para construir sus casas y, muy particularmente, para sostener las islas artificiales.  

Cada quince días se debe colocar una capa de totora seca en la superficie para que no se hunda.  

Las voces de los nativos platicaban que la etimología de la palabra Titikaka significa “Puma Gris”. La respuesta al nombre tiene mucho sentido.  

Aunque desde una mirada exterior se crea que este tipo de pueblos son triviales y fantasiosos. El nombre milenario Titikaka remite al mapa del lago. Tiene la forma de un puma comiendo un conejo.  

Cada mañana, al salir a tomar el sol, observaba que todos los días el hombre mayor de la familia tejía durante horas la fibra. La preparaba, organizaba y enredaba para la construcción de balsas, casas y artefactos.  

Sobre sus rodillas, con un sombrero colorido repleto de símbolos y elaborado en telar de cintura, manipulaba los pedazos de totora seca, separándolos y entrelazándolos.  

Los contrastes marrones de la totora combinaban con los pequeños cuartos de madera en el que habitaban las familias. Alguno de esos cuartos lo rentaban a turistas o viajeros, como era mi caso.  

Resulta curioso el contexto cultural ya turistificado que existe en espacios así.  

De ser pueblos milenarios y, seguir vigentes, se presentan con la historia como bandera cultural.  

Historia que repetirán a los visitantes, una y otra vez.  

Algunas de las prácticas culturales, como el uso de la lengua, sigue vigente. Pero la mayoría de los niños más pequeños, como consecuencia del turismo, tienen como primera lengua el español.  

Los nativos contaban que hace años sus ancestros vivían en las Islas de tierra más cercanas, que se ubican entre lo que actualmente es Perú y Bolivia. De estas islas de tierra salieron los primeros navegantes.  

Los hombres construyeron balsas para sacar a las mujeres de la isla y formar familias que se desarrollarían flotando, hasta construir islas artificiales que tejieron y anclaron al fondo. De donde, por cierto, sale una de las leyendas más descriptivas del origen incaico.  

A diferencia de un turismo convencional. Los Uros se presentaban con una carga cultural importante.  

La cuestión radica en los modos de turismo. Mientras sean organizados por la misma comunidad se puede tener un control cultural de contacto.  

En el año 2019, la revista Proceedings of the Natural Academy of Science publicó el supuesto hallazgo de comunidades anteriores a los Incas, con base a estudios arqueológicos en la zona. 

Muy cerca de la Isla del Sol fueron encontrados artefactos que evidencian prácticas religiosas y ofrendas de por lo menos 1500 años A.C. 

Se encontraron alrededor de 2000 objetos perteneciente a la cultura Tiahuanacota, entre artefactos de oro, huesos, cerámicas, piezas en forma de puma, ductos de piedra y los muy nombrados caminos empedrados.  

Los mismos que las leyendas de los comuneros contaban en la Isla del Sol.  

Los días que viví en este sitio, entrevisté a varios nativos y todos coincidían narrando mitos sobre los ductos por donde se oía pasar al titi (puma) por las noches.  

Pero, la pregunta rectora, desde donde deseo problematizar esta anécdota y contrastarla con los datos de las investigaciones arqueológicas Internacionales y con el tan aclamado impulso del turismo. Es, ¿qué tan probable es admitir que los pueblos originarios representan un legado histórico y protector de conocimiento y de actividades de valor?  

Como se entiende desde la comunidad a los modernos modos de intercambio, que desde afuera llamamos ‘comerciales’ y desde la mirada ‘Emic’ (o desde el pueblo) son entendidos como -no comerciales-, sino de relaciones sociales y de prácticas culturales que vuelven dinámico un sistema, como es la comunidad.  

¿Qué tan descabellado resulta para cualquier persona entender que lo que se vive internamente en las comunidades no podría llamarse ‘economía’? 

Qué repercusiones tendría la entrada del turismo que no radica en lo cultural y desconoce los enfoques colectivos de las comunidades que únicamente se dedican, como decía el lingüista Noam Chomsky, a cuidar verdaderamente el ecosistema y a perpetuar el conocimiento de la tierra por medio de las manifestaciones culturales.  

¿Qué pasará con los influencers (friendly) que únicamente manifiestan la decadencia de su sistema económico proclamando que la protección del planeta se logra consumiendo y comprando?  

Y acerca del desprecio profundo que tiene la mayoría de mexicanos sobre su cultura de origen, mientras consumen de otras personas que ‘colaboran’ con mujeres indígenas para explotar la producción de textiles y regalar la imagen a empresas trasnacionales.  

Quizás, en muchos años será recordada aquella historia donde las balsas de totora fueron construidas para formar núcleos familiares. Donde el hombre mayor de la casa tejía la isla, un engrane de muchas islas que protegen la cultura que está sumergida al fondo del lago y que está por extinguirse todo el invaluable conocimiento sobre la tierra.  

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