El candidato de la coalición Mejor Rumbo para Puebla (PSI, PAN, PRI, PRD que es el orden de importancia) anda fúrico. Desde que dejó la alcaldía de Puebla para cumplir su sueño guajiro rumbo a la gubernatura ha ido de fracaso en fracaso. Sin el manto protector de la estructura municipal ha tenido que enfrentar la triste realidad: Está en una guerra armado con pistolas viejas, pólvora mojada y un ejército de buenos para nada.
El mejor armamento que el exedil posee es una rancia forma de hacer política que lo mismo incluye la imposición de sus cuates, olvidarse de la base militante que por décadas ha mantenido la marca allí donde los dirigentes nunca llegan, beneficiar a las viejas familias de la derecha y pactar con partidos y políticos con posibles vínculos con el huachicol.
En los planes del derechista no estaba ser candidato en el caso de que alguien como Alejandro Armenta Mier fuera su oponente, pero desde el Comité Ejecutivo Nacional, con el apoyo de los jefazos de la Organización Nacional del Yunque, lo obligaron a ser el abanderado sí o sí. Hasta un documento le hicieron firmar y, a cambio, pidió espacios para los suyos que terminaron reventándole en la cara por el desastroso mensaje que permeó entre la militancia: La negociación de premios de consolación porque sabe que va a perder.
Sus giras por el interior del estado, la poca afluencia de simpatizantes, la ausencia de liderazgos, la inexistente estructura panista o priista que le dijeron que existía a su favor, su poca penetración y desconocimiento de la población, llevaron a Eduardo Rivera Pérez a la preocupación. Comprobó, además, que todo el dinero que tiró a la basura en la promoción de su imagen sencillamente fue inútil porque la gente no lo conoce fuera de la capital y la zona conurbada.
Luego comenzaron a estallar escándalos de corrupción, componendas, la rebelión de la base y otras tantas lindezas que provocaron la ira de Eduardo Rivera. Pero, en lugar de sentarse reflexionar sobre la situación que lo envuelve, prefirió buscar culpables. Nada dijo sobre la profunda ineptitud de su operador político, Pablo Montiel Solana, quien debió tener un plan de contención ante el veto que su jefe impulsó contra Jorge Estefan Chidiac.
Tampoco quiso llamar a cuentas a Augusta Valentina Díaz de Rivera Hernández y Marcos Castro Martínez por su evidente fracaso en el fortalecimiento de las estructuras del PAN a causa de la desidia y las grillas palaciegas por el control del partido.
Mucho menos exigió a sus aliados priistas y perredistas hacer un análisis frío y realista sobre su competitividad.
Lo que sí hizo fue mandar mensajes llenos de rabia en contra de sus opositores o antiguos adversarios, a quienes -por cierto- les atribuye capacidades casi mágicas como torcer los tiempos políticos, ser omnipresentes y omnipotentes, así como de todas las desgracias que le pasan a él o a su equipo.
Aparte de la amenaza de persecución contra sus enemigos, Eduardo Rivera ya desempolvó a sus viejos aliados. Por ejemplo, ya mandó a decir que Juan Carlos Mondragón, el otrora dirigente estatal del PAN y defenestrado por el morenovallismo, estará de vuelta en Puebla para organizar al ejército de la oposición.
El problema es que Eduardo Rivera tiene al enemigo en su propia casa y no debe olvidar que el principal responsable de su campaña en este momento es el jefe político nacional del Yunque, Marco Antonio Adame, a quien designó como su coordinador.
Si la campaña va mal, no hay otro responsable, aunque el por qué es lo más importante. Puede ser a que está sufriendo un boicot, que su coordinador esté rebasado en la operatividad, que a nadie le interesa obedecerlo, que hace lo que puede con lo poco que tiene o simplemente porque es un inepto.
Es irónico que lema del gobierno de Eduardo Rivera fuera corregir el rumbo, porque eso es precisamente lo que necesita hacer urgentemente en su campaña. Y la mejor forma no es con amenazas ni trayendo a radicales y sectarios iguales a él.
