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sábado, mayo 11, 2024

Capitalismo feroz: viva lo feo y lo exagerado

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En esta nuestra era de capitalismo feroz, la estética se ha convertido en una herramienta poderosa para controlar a la sociedad contemporánea y hacerla consumir un tipo de producto. A menudo, se asocia la belleza con la excelencia y el éxito, pero en un mundo hiperconsumista, se ha forjado una nueva tendencia: la estética de lo feo y lo exagerado. Este concepto se manifiesta no solo en la cultura popular, sino también en la política y la economía, donde el mal gusto ha encontrado un lugar destacado.

Gilles Lipovetsky, en su obra “El Lujo Eterno”, señala cómo las marcas de moda de lujo han abrazado la estética de lo feo y lo exagerado como una estrategia para destacar en un mercado altamente competitivo. Ejemplos notables incluyen las zapatillas “Dad Shoes” con suelas gruesas y diseños llamativos que se venden a precios exorbitantes. Estos productos desafían las convenciones de la belleza y se convierten en objetos de deseo precisamente por su extravagancia.

En el mundo de la moda, diseñadores como Jeremy Scott han abrazado la estética kitsch y vulgar en sus creaciones. Sus diseños incorporan elementos extravagantes y colores llamativos que desafían las normas tradicionales de elegancia. Scott ha defendido esta estética como una forma de celebrar la excentricidad y la individualidad en un mundo obsesionado con la perfección.

En la arquitectura, el renacimiento del estilo brutalista es un ejemplo destacado de la estética de lo feo y lo exagerado. Edificios de hormigón con formas imponentes y aspecto áspero se han convertido en hitos arquitectónicos en todo el mundo. Ejemplos icónicos incluyen el Centro Nacional de las Artes en Ciudad de México y el Edificio Trellick en Londres. Estas estructuras desafían las convenciones de belleza arquitectónica y buscan transmitir una sensación de honestidad y autenticidad a través de lo masivo.

En la política, líderes populistas a menudo adoptan un estilo de comunicación y apariencia que podría considerarse de mal gusto por las élites políticas tradicionales. La elección de lenguaje directo y coloquial, así como la utilización de gestos y expresiones extravagantes, se convierte en una estrategia para conectar con las masas y proyectar una imagen de autenticidad. Donald Trump y su estilo de comunicación poco convencional utiliza este mismo recurso al apelar a sus masas.

Pierre Bourdieu, en su teoría de la “distinción,” argumenta que las elecciones estéticas de una persona están fuertemente influenciadas por su posición social y su deseo de distinguirse de otros grupos sociales. En el contexto de la estética de lo feo y lo exagerado, esta idea se convierte en un desafío a las normas tradicionales de distinción. Aquello que antes se consideraba vulgar o de mal gusto ahora se adopta como una forma de resistencia cultural.

Este fenómeno se puede observar claramente en la cultura del bling bling, donde figuras como las Kardashian y Kanye West han abrazado la extravagancia y la ostentación como una forma de expresión. Sus elecciones estéticas desafían las convenciones tradicionales de belleza y distinción, convirtiendo lo que podría considerarse de mal gusto en una declaración de identidad y poder. En última instancia, la estética de lo feo y lo exagerado representa una respuesta cultural a la voracidad del capitalismo feroz, donde la individualidad y la autenticidad se convierten en una moneda de gran valor en un mundo obsesionado con la apariencia y el consumo.

Toda esta reflexión me viene al leer el libro “Bad Taste” de Nathalie Olah es quien aborda de manera provocadora el concepto del mal gusto en la cultura contemporánea y su influencia en la sociedad actual. La autora nos sumerge en un análisis crítico de cómo lo que se considera “mal gusto” ha evolucionado y se ha convertido en un elemento definitorio de nuestra época. A través de su investigación y observaciones perspicaces, Olah nos invita a cuestionar nuestras percepciones estéticas y a explorar el poder subversivo de lo kitsch y lo vulgar en la cultura de masas.

 La obra critica la construcción del buen y mal gusto, examinando cómo estos conceptos están profundamente entrelazados con la dinámica de clase y la cultura de consumo. Olah sugiere que nuestras elecciones en cuanto al gusto, ya sea en la moda, la alimentación o el estilo de vida, nunca están libres de influencias sociales, desafiando la noción de individualidad en nuestro mundo impulsado por el consumismo.

“Mal gusto” aborda cómo el gusto sirve como una preocupación burguesa, afectando principalmente a aquellos que aspiran a ciertos estatus sociales, en lugar de las clases adineradas o aristocráticas establecidas. Este dinamismo se ejemplifica en el libro al discutir figuras como Donald Trump, cuyo estilo ostentoso se ve como un reflejo de su estatus de clase en lugar de una violación del buen gusto. Olah argumenta que el concepto de gusto a menudo opera de manera inversa para aquellos cuya riqueza y posición social están aseguradas, permitiéndoles ser más flagrantes en su estilo de vida y presentación.

Olah utiliza referencias de la cultura popular, como una escena de “Los Soprano”, para ilustrar cómo se entrecruzan el gusto y la clase. Esta escena en particular destaca la lucha de clases experimentada por los inmigrantes de primera generación y la realización de que el gusto es una forma de conocimiento intangible transmitido a través de generaciones, que puede incluir o excluir a individuos de ciertos círculos sociales.

Además, el libro discute las dimensiones políticas del gusto. Olah emplea conceptos de pensadores como Gramsci y Freud para analizar cómo el gusto da forma a nuestras identidades y comportamientos en diversos contextos sociales, desde los lugares de trabajo hasta las relaciones personales. Este análisis subraya el alcance limitado del comportamiento sancionado por las normas predominantes de la sociedad, enfatizando cómo el gusto juega un papel en el refuerzo de la hegemonía cultural.

“Mal gusto” también examina la división generacional en la obtención de autoestima y orgullo. Olah observa que mientras las generaciones mayores podrían haber buscado estos a través de la riqueza material y la propiedad, las generaciones más jóvenes, enfrentando una movilidad social descendente, tienen más probabilidades de encontrar valor en las actividades culturales y experienciales. El libro cuestiona el impacto de este cambio en nuestro sentido del yo y el compromiso político, sugiriendo que la preocupación por el gusto y la percepción podría ser una barrera para un cambio social más amplio.

Como sus lectores nos obliga a reflexionar sobre sus propias decisiones y las fuerzas sociales que nos moldean.

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