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viernes, mayo 10, 2024

La Tercera Voz 10

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Lunes

Ella comienza la semana más ansiosa que de costumbre por el prometido viaje. Corre todos los días cincuenta minutos y disfruta el clima cálido que abraza la pista de atletismo de la universidad. Corre Ella corre. La invitan a comer aquellos entrañables amigos de una isla del Caribe. El menú consiste en un delicioso arroz a la cerveza, un pollo fricasé con garbanzos, hojuelas de boniato morado frito y bolitas de plátano verde rellenas de picadillo de carne. A la hora del almuerzo Ella presencia una gran algarabía en torno a un tema delicado; el baño de Fedro  Ernesto. Resulta que el can lleva 4 años sin tocar el agua, desde que pisó por vez primera tierras mexicanas. Ari, la dueña del hermoso dálmata, teme que pierda alguna de sus manchas en el acto. Más aún, supersticiosa que es, pronostica un final fatídico para el perro si llegaren a asearlo: –A estas alturas– comenta enfática –Fedro Ernesto no debe, bajo ninguna circunstancia, someterse a ningún tipo de contacto con el agua, mis santos africanos me han dado ya las señales del mal agüero– finaliza con certeza.

 

Martes

Llega a sus manos un periódico en cuyas páginas de cultura se ventilan los recientes pleitos de dos periodistas que días antes fueran mega-brothers: “El desolladero, la nota roja del periodismo cultural”, piensa Ella. Que no quepa la menor duda, los periodistas se espantan unos a otros las moscas a periodicazos. –No hay uno que se salve de esto. Las batallas de los egos, ¡qué pena!– musita.

 

Miércoles

Ella llega a la villa y sorpresivamente encuentra que ese “amor secreto” la espera sentado en el jardín. Él está tomando fotos con el celular de las ventanas atiborradas de flores.

Él le comenta:

–Basta mirar esas flores para enamorarse de ti.

Y es que Ella tiene manos agraciadas para la jardinería.

–Son un regalo a la mirada, una delicia – hace hincapié.

Ella lo invita a pasar y toman un exquisito café de Costa Rica y ella que a veces es verborreíca hasta el cansancio, le cuenta la historia de su gatita blanca Macabea: –Amo los gatos– dice –he tenido tantos en mis haberes que cuando han partido un poco de mí ha muerto también con ellos. Una vez me regalaron una gatita blanca que bauticé con el nombre de Macabea. Era aún pequeña cuando se salió de la casa y unos perros del terreno baldío la mataron despiadadamente. Mi amiga Maribel me dijo entonces: “no les pongas nombres trágicos a tus mascotas porque terminan igual”. Luego adopté a otro de los tantos gatitos de la calle, sin rumbo. Lo nombré Olímpico de Jesús Moreira Chávez, y se fugó, enamorado que era, con otra o con otras. Extraviado en las riñas de la noche y peleas del amor. Jamás volvió.

Él sólo la mira y la escucha atentamente, don que se le da bien, escuchar.

 

Jueves, el viaje de las mil y una noches…

Por fin llega el viaje a Dallas y también a lo mismo. Ese “amor secreto” habla tan poco que casi es nada. No dice ni mú. Escucha. Casi siempre escucha. Habla lo estrictamente necesario. Tiene el porte seguro de aquellos hombres para quienes la vida está resuelta y no se asoman las carencias. Al menos no todavía. Es espontáneamente elegante y sobrio.

Él saca un libro: Beautiful loosers de Leonard Cohen.

Ella lee a la par La mujer Rota de Simone de Beauvoir.

El cielo se está cayendo en Dallas, Ella sólo empacó ropa ligera y harto primaveral. Llegan al Hotel, “The New York Loft”, en Plano, Legacy Village al norte de Dallas. Moderno, ecléctico, ad-hoc para el viaje. En la noche van a ver la película Milk del director Gus Van Sant, trata sobre la vida real de Harvey Milk, activista de los derechos humanos de los homosexuales en los años 70. Excelente actuación la de Seann Penn, excelsa.

En la noche, de regreso al hotel él pide una botella de vino a la habitación. –Con un trago se nos va a hacer menos repugnante el juego de la seducción– le susurra a Ella. Y comienza la historia. Ella, en más de una ocasión le sugiere: –pellízcame para que sienta que esto no es un sueño, anda, hazlo– le pide –¿no eres imaginario verdad?– insiste Ella. Contrario a lo que le ha sucedido otras veces a Ella, en esta ocasión no siente la zozobra del peligro que se asoma, la acecha y le reclama. Ella intuye que “este amor secreto” habla con la verdad. Parece, hasta el momento, no saber mentir.

 

Viernes

Ese amor secreto es lo máximo que han pronunciado sus labios desde el año pasado. A ese amor secreto lo abriga el silencio y el misterio. Ella entonces lo atisba, lo intuye y lo adivina. Se fascina en la especulación y sueña que es también un amor eterno o más eterno que otros. Pero siempre recuerda aquella rola de Sabina que dice “qué poco dura la vida eterna”…

 

Sábado

–¿A dónde vamos?–pregunta Ella –para saber qué ponerme–.

A Ella todavía le causa placer vestirse. Él la invita a bailar country music al Billy Bobs, en Forth Worth pero él no baila. Sólo la mira. Ella baila. El sólo la mira. Ella baila y baila y baila. También toma cerveza, mucha. La euforia la toma por control. Comen en el Riata Restaurant. Es la primera vez que Ella prueba el búfalo asado por sugerencia de su acompañante.

A este amor secreto le gusta mucho caminar. Largas horas. Eternos trayectos. Caminan entonces casi siempre acompañados de silencio, por el Texoma Lake, la mirada no lo alcanza, al lago. De pronto y con frecuencia él interrumpe y le pregunta a Ella:

–¿Cuántas letras tiene la palabra Lewisville? …rápido, rápido, piensa rápido.

–¿Ocho, nueve? …no sé.

–Diez– precisa seguro.

Ella no sólo se demora en el conteo sino que además nunca atina al número exacto. Él, con singular rapidez atina siempre. “Este hombre es esencialmente solitario”, define Ella.

 

Domingo

Él la invita al bar “The Crú” en Legacy Village, Plano. En el trayecto ella medita “la vida no podría estar mejor en estos momentos, podría incluso morirme ahorita”.

Cinco días de viaje juntos para descubrir que ese amor secreto es totalmente desconocido. Él no sabe decir “te amo” y Ella menos. Él le obsequia dos discos de Johnny Cash de la serie American “A Hundred Highways y Solitary Man” y el sountrack de la película “Eternal Sunshine of the Spotless Mind”. Ella antes de entregarse a un sosegado sueño escucha “Would you lay with me in a field of stone” del maestro Cash:

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