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viernes, abril 26, 2024

Princesa Hernández. Estamos de pie

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Princesa Hernández. Estamos de pie

Íncipit

Que viva la ciencia, que viva la poesía. Es cierto que no hay arte sin emoción y que no hay precisión sin artesanía, como tampoco hay guitarras sin tecnología.

J. Drexler

La ciencia es el método de conocimiento verificable que nos ha llevado a este mundo interconectado, luminicente y tecnológico, donde los botones, la medicina, el Tafil y las vacunas nos invitan a creer y encarnar la experiencia más cómoda de la historia humana.

Un virus nos confinó, la ciencia nos da la esperanza de la liberación y nosotros enfrentamos nuestra fragilidad humana donde estamos condenados a la soledad y la búsqueda de algo más luminoso que la promesa de nuestra primera luz –que es morir– para seguir caminando. Y justo ahí está el arte, los juglares, las sherezadas que cuentan y entrelazan sus historias, los malabaristas, los poetas, los músicos, todos aquellos seres mitológicos que saltan al vacío como trapecistas sin red en la apuesta más suicida de este mundo empantallado: encarnar las emociones, no temerles y arder en las tarimas. Quizá en ese nadar como el salmón –contracorriente– ha estado el secreto de la sobrevivencia en este tiempo pandémico, donde las artes escénicas fueron casi masacradas, donde los artistas tuvimos que reinventarnos, vender comida, cantar en las calles, ser burócratas, lanzar contenidos en la pantalla que quizá nadie vio, ampararnos en la esperanza del salmista que ofrenda su canto para recibir la misericordia, resistir, resistir, resistir… resistir en los límites estrictos de la dignidad y la belleza.

Una leyenda narra que el génesis del mundo se hizo porque el Creador comprendió que el universo no está hecho de gases ni partículas, sino de historias, y dijo: hágase la luz para dejar de sentirse en soledad, después creó la semilla de mostaza, la ballena y su chorro de agua, los perros rascándose a placer echados en las lomas de sol, los jaguares y los colibríes, las hormigas y su trabajo insobornable… pero Dios seguía sintiéndose solo, por eso tomó tierra y la hizo barro, insufló el aliento divino y creó a la mujer y al hombre y les dio el don de nombrar el mundo, y al narrarlo, Dios dejó de sentirse solo. Por ello, entre todas la criaturas, el contador emotivo de historias, el juglar, el malabarista, el trapecista, el cantor, las sherezadas, al estar haciendo la voluntad divina tienen el cobijo y el respaldo del Eterno.

Bajo esta promesa de gracia, todos estos días agolpados ya en meses y casi años, los que vivimos del fuego prometeico no sólo redoblamos nuestra fe en las musas y la belleza, sino que en ese rizo de luz fuimos lo suficientemente necias y necios para gritar hoy diciembre de dos mil siempre, persistimos, ESTAMOS DE PIE.

 

Princesa Hernández. *Escritora, poeta, activista cultural y editora. Amante y dueña de una parte de la escena poblana. Personaje diurno y nocturno que a veces baja los crepúsculos con una sonora carcajada.

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