Mari Lú, debió regresar a la ciudad tras dos ciclos y medio escolares, las incomodidades que trajo consigo el embarazo de Raúl, el hijo que nunca soñó, fue un peso que la empujó a un colapso emocional del que no pudo salir, lo que la llevó a renunciar a la escuela rural en la sierra norte, donde la lejanía de la civilización, la monotonía de un pueblo decadente y la soledad de su habitación la mantenían contenida. Sus alumnos siempre la buscaban, ya sea para invitarla al baile del pueblo, “por unas chelas”, o para que fuera alguna especie de consejera en sus pequeñas tragedias, nunca aceptó las dos primeras invitaciones, pero escuchar los problemas de otros la distraían, hace mucho no daba consultas.
No disfrutaba estar en el pueblo, pues la única actividad que se podía hacer era ir a la cantina, o a algún tugurio de mala muerte.
Prefería caminar para ir a la escuela, y también de regreso, era su distractor, llegaba al cuarto que le alquilaba a Doña Rosi, reposaba un rato sobre su colchón medio desinflado, iba a comer unas quesadillas de alberjón al puesto de doña Efi, y regresaba, sólo a escuchar la lluvia, pues al parecer llovía la mayor parte del año, lo que en ocasionaba apagones, así que sólo eran la oscuridad y sus pensamientos lanzados al techo.
Se preguntaba ¿Cómo estaba Agustín?, se recriminaba haber huido cobardemente, y peor aún, haberlo herido casi a muerte.
No me respondía las llamadas, así que dejé de buscarla, supuse de su colapso, le di tiempo y espacio.
Agustín y yo nos frecuentamos en algunas ocasiones, ambos desconcertados y un poco consternados, recordábamos como disfrutábamos de risas y pláticas que nos llenaban intelectual y anímicamente, éramos un trío perfecto, ésas tardes en musa quedaron indelebles en nuestras memorias, en ocasiones acampábamos en la casa de mis padres a las orillas de Cuernavaca, el cielo era estrellado y el ambiente tranquilo.
Llegó el día del parto, todo se complicó, el emperador Raúl debió llegar por medio de una cesárea, un 24 de septiembre del 2019, alrededor de las cinco de la tarde, Pepe, su padre rebosaba de emoción, mientras que Mari Lú, cansada, adolorida y profundamente triste veía la sentencia de lo que sería su vida al lado de Pepe, Raúl y la fastidiosa madre de Pepe, quién pareciera que, si por ella fuera, desplazaría a Mari Lú, para que pudiera educar a Raúl, como lo hizo con Pepe.
Mari Lú entró en una depresión post parto terrible, su cuerpo se vio deformado por el nacimiento de un niño al que tuvo, pues creyó que era el castigo divino que merecía y aceptaba como tal su penitencia, la presión de sus padres y los padres de Pepe, “la obligaron” a seguir con el embarazo, “ya eran grandes”, acompañado de la vieja frase de “un hijo siempre es una bendición”.
Cada día Mari Lú se hundía más, no comía, no salía, no hacía más que amamantar al niño cuando la leche no se le iba.
Raúl creció, cumplió 3 años y tenía a la madre modelo, su fiesta fue de su personaje favorito, Mari Lú, era la esposa perfectamente aplacada a las reglas de doña X, pues sí ella pudo sacar adelante a Pepe y su hermano después de que su esposo se fuera con una más joven, cómo no iba a hacerlo Mari Lú con todas las posibilidades que Pepe, un buen proveedor, le daba.
En febrero del 2023, con mi vida habiendo dado un giro de 360°, y con un par de meses de haber roto mi compromiso con Emmanuel, y estar enrolada en una relación fatídica, le llamé, encontré su contacto en busca de otro, para sorpresa mía respondió.
Viajé y nos vimos en Puebla, me dio un gusto enorme verla, supe dónde estaba trabajando y el viacrucis que estaba siendo la maternidad, pues siempre procura dar lo mejor de si misma, para que Raúl sea un ser humano con esa humanidad que este mundo ha ido perdiendo cada día.
Esa noche fue de una celebración exorbitante…