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viernes, abril 26, 2024

Agua de limón

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En algún viaje a CDMX vi una puesta teatral sobre un padre recién divorciado que trata de encontrar motivos para ver el brillo de la existencia. A lo largo de la trama sus hijos pequeños le ayudan a hacer una lista de aquellas cosas por las que uno puede hallar la felicidad. La obra es una larga lista de motivos por los cuales vivir, entre los que nombra son:  los tamales de frijol serranos, los grillos que cantan, el olor a césped recién cortado, el sonido de las gotas de lluvia, la primera mirada electrificante de dos personas que se gustan, un cachorro jugando, el ronroneo de un gato que te quiere mientras duermes, volver a escuchar la canción que canturreabas mientras te enamorabas, el avistamiento de luciérnagas cuando llega el anochecer, el helado de menta, la humedad de dos cuerpos que tiemblan de deseo, mordisquear hielos, el pago generoso de un trabajo bien cumplido. Y es que el único requisito para observar lo que pueda darnos dopamina es estar presentes, como el latido del corazón que no se detiene en el recuerdo, o el perro que mira la pelota y está atento para correr tras ella.  

Como pastora y terapeuta he comprendido cuan intenso puede ser el sufrimiento que genera la culpa, la fantasía catastrófica, la vergüenza, el volver siempre a lo que falta, a aquello que no tenemos. Recuerdo el caso de un paciente adolescente que trató de suicidarse lanzándose de un tercer piso, cuando fui a verlo al hospital le pregunté cómo se sentía de haber sobrevivido y sólo tener algunos huesos rotos, me miró con sus ojos de ardilla asustada y respondió: me gusta el agua de limón. No entendí, y siguió: sí, mientras caía pensé en cuanto me gustaba la limonada, y si me hubiese muerto no habría vuelto a probarla. Nos conmovimos juntos y pensé en aquello que me ha dado patria en días obscuros, volví a aquel verso de Camus:  

 

“Ama la luz del día que escapa a la injusticia 

 y vuelve al combate con esa luz conquistada,  

para que en el invierno más duro sepas que, dentro de ti,  

hay un verano invencible”.  

 

Quizá, para mí, esa luz que escapa a la injusticia son los cantos por la mañana, la patadita que ya siento en mi vientre, el corazón duplicado que ya crece en mí.  

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