Ya la semana pasada tuvimos un encuentro fraterno con David Hume, y para los que se perdieron, los invito a leerlo para poder seguir el hilo de esta entrega.
Las cuestiones relativas a la ética y la estética se tratan en la filosofía de Hume desde la perspectiva del emotivismo. Es decir, que las acciones y las obras de los seres humanos pueden generar en nosotros determinadas sensaciones y emociones. Si dichas emociones son positivas y crean en nosotros un sentimiento de aprobación y placer, significa que la acción en cuestión era buena o que la obra en cuestión era bella. Del mismo modo sucede si las emociones son de signo negativo y crean en nosotros un sentimiento de desaprobación y de displacer o dolor, querrá decir que la acción era mala o la obra era fea.
El riesgo que se corre de que el bien y la belleza dependan esencialmente de las emociones y los sentimientos es situar a la ética y la estética de Hume cerca del relativismo. Entiéndase que para el relativista el bien y la belleza dependerían de cada persona y no habría unos criterios universales para saber lo que es bueno y malo, o bello y feo.
Para solucionar este problema del relativismo en Hume, se desarrolla la teoría del gusto.
Dicha teoría del gusto se sustenta en que a pesar de que el bien y la belleza dependan esencialmente de emociones y sentimientos subjetivos, hay ciertos factores que pueden ayudar a encontrar la norma del gusto. Estos elementos permitirían tener algunos criterios objetivos para identificar lo que es el bien, la belleza y el placer, en contraposición con lo que es el mal, la fealdad y el dolor.
Nuestro gusto (o nuestra capacidad de ser sensibles al bien y la belleza) depende de una serie de factores como:
- La naturaleza humana: la esencia del ser humano hace que existan cosas que necesariamente son agradables, buenas y placenteras para todos y cada uno de los individuos.
- Las costumbres y los hábitos sociales, culturales e históricos, ya que cada cultura y época tiene sus valores diferenciados sobre lo que es bueno y lo que es bello.
- Los intereses singulares de los individuos, porque cada persona elige qué es lo que le gusta, qué es lo que se le da bien, qué es lo que lo motiva, qué es lo que quiere…
En este orden de las cosas, el gusto, entonces, es nuestra capacidad de ser sensibles al bien y a la belleza. Como acabamos de ver, esta capacidad está determinada por factores naturales, culturales e individuales. A su vez, esta capacidad se puede desarrollar y entrenar, se puede ejercitar y refinar con la práctica.
Para desarrollar en gusto hay que poner en juego:
- La sensibilidad, la intuición y la imaginación
- La práctica, la vivencia y la experiencia.
- El conocimiento y la comparación.
- La claridad y la imparcialidad
Y es que a veces me espanto de ver a quienes quieren aprender a cocinar, sin la más mínima disposición de los elementos arriba señalados; y observe que dije cocinar, que se podrá esperar de ellos a la hora de intentar desarrollar el gusto.