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viernes, noviembre 22, 2024

Viviendo bajo el volcán

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El cónsul Firmin,

descalzo,

descamisado,

con pantalón de lino,

con sus delgadas piernas,

hace ochos en su habitación del hotel Bella Vista.

No ceja en su intento de dibujar el infinito

en el piso barato de ese

hotel de Cuernavaca.

Camina sobre su propio eje como una hormiga laboriosa.

Teje su mansedumbre

y se guarda las ganas de orinar.

“Para, Firmin, maldita sea!”,

le pide su mujer,

pero él sigue en esa tarea de perros

que es la tarea de los que sólo

quieren un trago de alcohol.

“¡Flores, flores para los muertos!”,

grita una vendedora desde la calle.

Es Día de Muertos en Cuernavaca, Día de Todos los Santos.

Firmin no lo sabe todavía,

pero ese ir y venir haciendo ochos sobre el piso barato del hotel

es la señal que hacen los difuntos

cuando la tierra reclama lo que es suyo.

 

*

 

Malcom Lowry supo entender el espíritu del mezcal

y se volvió un alcohólico como su personaje.

El cónsul Firmin tomaba estricnina

para matar los pájaros que vivían en él,

para acabar con las ratas que lo carcomían.

Usaba pesticidas para cebar su suerte.

William Burroughs se inyectaba insecticidas baratos

junto con su mujer.

El polvo los volvía cucarachas

que rondaban su almuerzo desnudo:

ese instante helado en el que todos ven (decía Kerouac)

lo que hay en la punta de sus tenedores.

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