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viernes, abril 26, 2024

Bebidas de uso y de desuso

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El brandy Don Pedro, de la casa Domecq, me recuerda a mi tío Pepe, esposo de mi tía Martha, papá de Pepito y Marthita. Era el clásico español de Cholula y hasta seseaba. Es decir: pronunciaba el sonido de la s en lugar del de la z. 

Pepe Álvarez trabajaba en la Casa Pedro Domecq, por eso bebía lo que bebía, aunque en la intimidad prefería coñac. Cada vez que alguien cumplía años, Pepe Álvarez llegaba con dos de Don Pedro como regalo.

En los años sesenta y setenta, todo México era territorio Domecq. Ya después llegó el Viejo Vergel y enterró esa época. 

Mi tío Dago era adicto al ron Bacardí, cuyo creador se llamaba Facundo. Lo combinaba con poco hielo, un suspiro de Coca-Cola y un suspiro de tehuacán. Sabía a medicina. Sobre todo cuando se calentaba en sus manos llenas de venas. Mi tío Dago manejaba un cocodrilo o una cotorra, como se llamaban los taxis de la época. Padecía hemorroides de tanto viajar sentado. Sólo se levantaba para tomarse su Facundo. 

A mi tío Melchor lo recuerdo bebiendo sidra. Odiaba a los alcohólicos. Por eso bebía sidra de Zacatlán. Una prima suya le llevaba cajas de regalo. Era una sidra un poco insípida. Nada que ver con la sidra asturiana.

Mi tío Edgardo era buen bebedor de París de Noche, como se llama la combinación de coñac con Coca-Cola. Dos parises bastan para ponerse contentos. Grandes épocas aquéllas. 

Hoy nadie bebe Don Pedro. O cuando menos no conozco a nadie que lo haga. Menos aún sidra de Zacatlán. Y qué decir del París de Noche. La única bebida que sobrevive de esos años es el Bacardí. Incluso podría decir que se ha vuelto una bebida de culto. No se puede concebir la Cuba Libre sin el alcohol que creó don Facundo una noche habanera. 

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