CAPÍTULO 16
Festín en Valle de los Ángeles
A las 7 de la noche la sala principal de Valle de los Ángeles estaba llena de conocidos de Fernando.
Los grupos eran variopintos: cerca de doña Lupe, los familiares: primos, hermanos y cuñados del muerto.
Con Anais estaban solo tres amigos íntimos, los empleados del despacho de arquitectura y algunos colegas suyos.
A pesar de que la viuda había pedido vehementemente a los encargados de la funeraria que todo lo relacionado con el velatorio y sus tiempos lo vieran directamente con ella, se percató de algo: la suegra llevaba mano y batuta.
Seguramente, pensó, la señora llegó y repartió propinas e hizo su drama para que fuera a ella a quien se le notificara cada uno de los procedimientos.
Anais no era católica ni creyente siquiera, cosa que le molestaba sobremanera a sus suegros ya que en tantos años de convivencia logró que Fernando también renegara de la religión y se alejara por completo de los cultos.
Cada cinco minutos, con el arribo de un político o empresario conocido, doña Lupe se levantaba de su asiento en primera fila para ir a recibirlos y así marcar territorio.
Don Fernando, en cambio, se guarecía en una especie de trance silencioso, agazapado en una esquina próxima a la caja. Respirando e intentando huir de la ceremonia de los pésames.
La gente vestida de negro permanecía un momento dentro de la sala y luego se salía al área de la fuente para fumar, tomar café y vociferar a gusto.
Llegaron diputados, regidores, textileros, restauranteros y una buena camada de miembros de la comunidad libanesa.
La mayoría se quedaban unos minutos consolando a la madre, a quien parecían haberle abierto un grifo de lágrimas. De repente, cuando se presentaba un amigo cercanísimo del difundo, la señora se aferraba a él en un abrazo sobrecogedor dando alaridos estridentes que hacían que todos los presentes voltearan a verla.
Anais soportaba la escena desde su posición mientras la concurrencia que iba y venía para rendirle su apoyo moral, se retiraba con un unánime pensamiento: ¿por qué está entera? No llora, no se lamenta…
Durante las largas horas de velación, llegaron a escucharse algunas risas por ahí, fuera, en los corrillos que ya habían cumplido dentro y no se retiraban de inmediato. Más bien lo bueno estaba en las bancas del exterior y en la fuente.
Fabio, el pintor y consejero de Anais, apareció en escena un poco antes de que el cura llegara para realizar una misa de cuerpo presente. En cuanto divisó a su amiga, se escabulló entre los cuerpos ataviados de finas prendas fúnebres y llegó a su auxilio.
–Querida, cómo estás.
–Jodida. Cansada. Harta. Molesta. Asqueada. Ya me quiero ir, pero falta que venga el sustituto del padre Chanclas de Oro a complacer los caprichos de la bruja esa.
–Normal, es la madre. Es la última vez que vas a tener que fingir que la soportas.
–Sí, pero es demasiado esfuerzo. Hace rato se me fue a instalar al departamento y hasta me dejó una nota muy amenazante.
–Ya. Afilando el diente.
–Sí, pero yo ya me blindé. Le hablé a Senderos.
–Uy… seguro gana el pleito si es que llegan a eso, pero te va a sacar los ojos. Prepara tus centavitos para pagarle.
–No me importa que me cobre lo que me cobre, y si no me alcanza, le pago con cuerpomatic, pero esta vieja no me va a chingar.
–Mmmm, a ver si acepta cuerpomatic. Yo también se lo daría, es como todo salvaje, todo rudo el licenciado. Me encanta.
–A mí no me encanta, me cae bien, y no creo que vaya a abusar con sus honorarios. Es un buen hombre, sólo que es abogado, y un abogado blandito no sirve, mejor que se dediquen a otra cosa, como mi hermano, que nunca litigó y ahora da conferencias de coaching. Patético.
–¿Quieres ir a fumar afuera?
–Uta. Sí, me muero por fumar, aunque no he salido porque el patio parece un cesto de anacondas.
–Ven, dame la mano.
–Para que sea un escándalo y digan que todavía no lo entierro y ya empecé a putear de nuevo. Ja.
–Querida, nadie va a decir eso porque medio funeral sabe que soy más joto que pegarle a Dios.
–Y la otra mitad no lo sabe. Vi cómo las voluntarias de la Casa del Sol se te quedaron viendo cuando entraste.
–Y al resto, que se creen muy machines, me los topo seguido en los tugurios gays.
–Qué chula es Puebla. Vamos pues.
Anais le tomó la mano a Fabio. A doña Lupe se le desorbitaron los ojos cuando vio ese desfiguro. Don Fernando continuaba afantasmándose en su rincón.
Fueron solo unos pasos para llegar a la fuente. Anais caminó segura entre el respetable público que le lanzaban miradas con una mezcla de conmiseración y espanto.
Pasó junto a las primas Pili y Charito Amaro, que nunca la quisieron. Las oyó murmurar algo así como, “qué poca madre de esta vieja que va de la mano de un tipo”, y una tercera desconocida añadió: “Ay, pero si Fernando siempre fue su principal alcahuete”
El borde de la fuente parecía una de esas bancas corridas de acuabar, sólo faltaba un barman y animadoras para que aquello pareciera un hotel all inclusive.
Anais se fumó dos cigarros, con la colilla del primero encendió el segundo, y en tanto hacía como se escuchaba a Fabio, recibió un mensaje en su celular que le hizo gruñir de coraje. Era Pedro disculpándose por haberla insultado en la mañana. El mensaje, que era bastante largo, casi un desplegado, terminaba así: “sé que no es el momento, sin embargo, coincido contigo: necesitamos hablar de lo que viste. Y sí, yo planee que llegaras y me encontraras en esas condiciones, no para ahuyentarte, al contrario, eres la única mujer que conozco capaz de aceptar a un amante bisexual. Ya hablaremos. Y no, nunca he pensado que esto tenga fecha de caducidad, lo dije por imbécil, porque te estabas poniendo en el plan de todas las tóxicas poblanuchas que conozco y a las que les huyo. Te quiero”.
Anais apagó el cigarro con un pisotón y le pasó el celular a Fabio.
–Lee esto. Ya no tuve tiempo para contarte, pero descubrí que Pedro le pedalea de ambos lados.
–Ya lo sabía.
–¿Cómo, por qué?
–No sabría explicarte, pero los jotos tenemos un sexto sentido que nos hace reconocernos a primera vista.
–Pero es bi.
–Sí, sí. Como sea. Sólo te digo algo: el bisexual es siempre más homosexual que buga. Generalmente mantiene una velita encendida del “lado correcto de la historia” para no asumir su propia oscuridad.
–¿Qué haré?
–No sé, querida. Por ahora levantarte y dejar de pensar en puterías porque ya llegó el Chanclas de oro 2.1, ¡ah!, y ahí viene también tu flamante defensor. A ese, y no a esta loca reprimida de Pedro, es a quien deberías de compartirle de tu energía vital. Si vino es por algo. Conocemos a Manuel Senderos: es antisocial, no se para en restaurantes y le cagan los tumultos, sin embargo, está aquí.
¿Por quién?
Por ti…