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jueves, marzo 28, 2024

Monte de Chila: a los verdes se les respeta

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|Miguel Ángel Andrade Rivera

 

El pasado 29 de enero, en la comunidad de Patla, del municipio de Jopala, se reunieron varios integrantes de organizaciones y colectivos, para conmemorar la masacre de Monte de Chila, ocurrida en 1970.

A 53 años de la masacre, en la conmemoración de este hecho estuvieron presentes Gerardo Pérez Muñoz, José Camacho, Guillermo Garrido, Abel Barrera, Pedro Hernández, Jorge Armando Hernández Cabrera, Osvaldo Cortés, Heriberto Hernández, Edmundo Fosado, junto con otros activistas y luchadores sociales.

Ahí, en Patla, se escucharon varios testimonios de la lucha de los ejidatarios en otras regiones del estado y del país; se habló de los malos gobiernos y de la brutal represión del ejército contra los ciudadanos, además analizaron una propuesta para una reparación moral del daño a los agraviados y una investigación para recuperar sus nombres y, de ser posible, las tumbas donde se tiraron los cuerpos masacrados.

—¿Alguien conoce los nombres de los campesinos que fueron masacrados en Monte de Chila en 1970?— preguntó Gerardo Pérez Muñoz.

—¡Nadie!— fue la respuesta contundente de los presentes.

En esa época, yo tenía 10 años, había quedado huérfano de padre y estudiaba en la escuela primaria Venustiano Carranza de Chicontla. Mi profesor de quinto grado era Adán Bonilla Domínguez, quien me inculcó el gusto por la historia. Un día de enero que no recuerdo, pero de 1970, yo montando una yegua colorada que mi padre había bautizado como La Milanesa, regresaba con mi tío Raúl Valderrábano y otros vaqueros de un potrero conocido como Rinconada.

Eran las tres de la tarde cuando vimos a lo lejos una columna de personas y caballos que bajaban de Monte de Chila. Alguien hizo un comentario pero no le dimos importancia, porque era muy frecuente ver las grandes recuas que utilizaban los arrieros para transportar café de Bienvenido para Chicontla, así que proseguimos nuestro camino hacia San Pedro Tlaolantongo.

En el pueblo comimos en la casa de doña Tina, quien ya había preparado un caldo de gallina. Recuerdo que pedí un Jarrito de grosella. Luego escuchamos los ladridos de los perros y el transitar de cascos de caballos. Fui el primero en salir corriendo de la fonda. La escena que vi no se me olvida: arrastrando las piernas caminaba un grupo de soldados, se veían cansados y con una sensación de asombro en los ojos; no saludaron a nadie, solo caminaban como almas en pena. Atrás, cerrando la comitiva, alguien jalaba dos mulas que llevaban atravesados sobre los avíos, dos cuerpos inertes de soldados muertos.

Cuando volvimos a Chicontla me enteré de algunos comentarios confusos sobre lo que estaba pasando en el Monte de Chila. Ya sabíamos que algunos ejidatarios se habían apropiado de las tierras, ya sabíamos que en esa zona asaltaban a los arrieros, ya sabíamos que habían matado a un arriero de nombre Leonel, ya conocíamos, como chismes, que esos agraristas estaban armados, pero nunca se pensó que pudieran causarle bajas al ejército. Ahora, en el mercado de Chicontla, estaban velando los cuerpos de dos soldados y se sentía en el aire un ambiente de miedo.

Dos o tres días más tarde, llegaron a Chicontla cientos de soldados en grandes camiones verdes. Se posesionaron del mercado e instalaron ametralladoras en la torre de la iglesia, en la salida del camino a San Pedro, en los muros del puente sobre el río Necaxa de la antigua presidencia. Estuvieron en el pueblo varios días, organizando, planeando un ataque sobre Monte de Chila. Hubo vuelos de avioneta, algunos pensamos que eran vuelos de reconocimiento; luego se corrió el rumor de que habían bombardeado la zona. Enseguida marchó la tropa y regresaron con algunos detenidos. Venían atados con las manos en la espalda. Algunos fueron llevados a México a la Zona Militar número Uno, otros a Puebla. A otros, quizá, les aplicaron la ley fuga. Ya no se supo de ellos.

Por los topiles de la presidencia de Chicontla, quienes tenían la encomienda de llevar alimentos y tortillas a los soldados, supimos que la zona estaba acordonada; no permitían la entrada ni salida de ninguna persona. Por ellos supimos también que hubo varios muertos, nunca se supo el número exacto, pero sí supimos que los dejaron a la intemperie para que se los comieran los zopilotes.

Don José Soto, arriero de esa época, que transitaba de Chicontla a Bienvenido llevando cerveza y refresco, y trayendo café pergamino, cuenta que encontró muchas calaveras y huesos humanos esparcidos en la tierra, la misma que había sido sembrada con maíz, chile y frijol, donde encontraron casquillos de bala con su herencia de muerte.

Muchos años después, en la ciudad de Puebla, Alfonso Galicia me permitió entrevistarlo. Él perteneció al ejército, estuvo en Chicontla, su trabajo era conducir un vehículo, no estuvo en Monte de Chila, pero me aseguraba que “la orden vino desde la Defensa Nacional, en ese momento el secretario era Marcelino García Barragán”; porque había que dejar claro que “a los verdes se les respeta”. Gracias al testimonio de Alfonso supe que el 26 batallón de infantería, el 7º de Infantería que tenía su base en Poza Rica, entre otros, habían sido enviados a Monte de Chila. Él y otros soldados fueron encargados de cuidar el parque de vehículos, por eso no entró en batalla.

¿Pero acaso hubo alguna batalla? Por la cantidad de soldados que llegaron a esos rumbos eso se suponía, pero en realidad, después de las bajas militares, lo que sucedió fue una masacre. A los ejidatarios los cercaron por varios flancos: por San Pedro Tlaolantongo, por Tlapacoya, por Bienvenido de Galeana y por Coyutla. Fue un movimiento envolvente, certero y mortal. No querían que nadie escapara. El mensaje debía ser claro: a los soldados se les respeta. El antecedente cercano había sido la matanza de estudiantes en Tlatelolco, en 1968, y una masacre similar en Huehuetlán el Chico, en enero de 1969. Dos nombres se quedarán grabados para siempre en la historia de las guerras sucias: Gustavo Díaz Ordaz, presidente de México, y el general Rafael Moreno Valle, gobernador de Puebla en esa época.

¿Cuántos muertos hubo? No se sabe y creo que no se sabrán cifras exactas. Pero sabemos que entre las bajas hubo mujeres y niños.  El padre Javier Diego dejó un testimonio por escrito en un libro de la parroquia de Chicontla. Hay otro testimonio del padre Gustavo Rodríguez Zárate. Existe una tesis de una investigadora de la BUAP, de apellido Olivo, por este hecho. Todos los demás indicios han desaparecido: nada en los archivos judiciales, nada en los tribunales agrarios, nada en los periódicos de la época. Es tiempo ya, como lo dijo Gerardo Pérez Muñoz, en la reunión de Patla, de que se instale una comisión para conocer la verdad sobre la masacre de Monte de Chila.

Tengo otros datos y otros testimonios de este lamentable hecho y espero recabar más, pero esos son datos para una futura novela, con el estilo del realismo mágico. Mientras tanto, les dejo una muestra del testimonio de Miguel Rodríguez Vargas, vecino de Chicontla, policía auxiliar de esa época, quien tenía 86 años cuando lo entrevisté:

“Yo me acuerdo la primera vez que fueron los soldados a Chila. Esa ocasión mataron un teniente, un cabo y un judicial. Después lo mandaron más federación, vinieron 37 batallón y 26 batallón; cuando nosotros fuimos ya estaban muertos los difuntos, hartos muertos, hartos muertos que estaban tirados, mujeres, hombres, niños, son cincuenta personas que lo mataron allá en Chila. A los familiares no les dejaron recoger a los muertos. No los levantaron los difuntos, pobrecitos, nomás los comieron los zopilotes, así pasó…”.

 

LA MASACRE

El 28 de enero de 1970, cientos de campesinos, indígenas totonacas, fueron asesinados por el Ejército en Monte de Chila, el municipio de Jopala, ubicado en la Sierra Norte de Puebla, durante el gobierno del general Rafael Moreno Valle. La cifra que se maneja de manera extraoficial es que el número de víctimas fue de 324 entre niños, mujeres y ancianos.

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