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sábado, mayo 18, 2024

El mesero ideal (retrato)

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El mesero ideal es el que se vuelve amigo y cómplice del comensal. A lo largo de mi vida en los restaurantes he tenido la suerte de tener varios así. Te ven llegar, te saludan por tu nombre, te ofrecen un vermú 2pm, te comentan algo del clima o de la situación política, o de las finanzas internacionales. 

Gracias a ellos sabes cómo está Andrés Roemero qué pasó con Alejandro Del Valle, el dueño de Interjet. Ambos, lo saben tú y el amigo que te atiende, están imputados en temas relacionados con el acoso, la violación o el abuso sexual. ¿Por qué la denominada gente bien termina involucrándose en esos temas?, te pregunta el hombre de delantal con peto. No sabes qué responderle. Balbuceas algo mientras le das el primer sorbo a ese extraordinario vermú rojo de alta gama que tiene ecos de hierbas aperitivas y aromáticas. Su dulzor es tenue con un ligero toque amargo, sedoso, de paso fácil y buen retrogusto. 

Tu amigo responde a su propia pregunta: “Se vuelven así porque ya nada los satisface. Han tenido todos los placeres a su alcance. Por eso se tuercen”. 

Dicen los expertos que el 2pm sigue la receta original del vermú, que data de 1786, cuando un licorista de Turín, Italia —Benedetto Carpano—, lo regaló al mundo. 

En su aroma se perciben notas dulces marcadas de especias mediterráneas. Es sedoso, con un dulzor tenue, un buen cuerpo y un toque amargo. 

“Se distinguen notas de manzanilla, canela, clavo y aceituna”, te dices al tiempo que el hombre de la filipina blanca pone algunos ejemplos de diletantes que extraviaron sus caminos. “¿En qué momento pasas a la otra orilla y te conviertes en un depredador sexual?”, te preguntas ahora tú, mientras lo que queda de tu primer vermú descansa en un vaso old fashioned con una rodaja de naranja y hielos. 

La charla puede continuar, pero tu amigo, cauto, no busca llenarte de dudas metafísicas y accede a tomarte la comanda. Qué feliz momento en el que se cruza la amistad con el servicio que dará pie a las viandas que llegarán a tu estómago como un primer paso hacia una eternidad quebrada. 

Una virtud más del mesero ideal: que sea discreto y de memoria corta. Y que cuando te atienda no le mande saludos a nadie.  

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