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jueves, abril 18, 2024

Los dichos de mi padre

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“Prefiero ser cabeza de ratón que cola de león”… Hacía unos días pensaba en esta frase que mi papá cada día, muy temprano repetía. Hacía sus ejercicios de mañana, se bañaba, perfumaba y salía a conquistar su reino en la carpintería que tuvo en la 3 oriente del barrio de Analco durante muchos años. Quizás retumban en mi mente tales recuerdos porque estoy en esos años donde uno encara la vida en términos de ineludiblemente pagar las cuentas, pararte en tus dos pies, hacer lista de pendientes, tener el motor encendido, el

volante en las manos y el tanque lleno para volar el mundo, y todo esto desde un lugar donde el espíritu no se rompa, y para mí, ese lugar sagrado de ganarme la vida, es que la renta la pague el fruto de mi amor por la poesía.

Sin embargo, también recuerdo un dicho que me ha dado patria en los inviernos y fue aquel que acuñó después de sus años más impetuosos, donde la radicalidad fue su timón y el orgullo el fuego que animó sus pasos, supongo que al encontrarse que la vida no es una fórmula y que la columna vertebral que sostiene al orgullo es el rencor, comenzó con el evangelio de “Pégale al balón como venga”, y ahí no había mayor artificio que estar presente en la jugada, por supuesto, con el implícito de no estar en la banca, sino envalentonada y dispuesta a meter el gol o dar el pase, correr despavorida, meter el pecho, jugarte las espinillas, dar la marometa si la espectacularidad lo permite, tener preparado el baile y el abrazo grupal si lo logras,  pero como consigna última, no volar el balón, porque siempre estará la mafia italiana acechando si es que fallaste en el Maracanã. La mafia es ese tú del futuro recriminándote fallar, que todo entrenamiento, práctica, horas de vuelo, anhelos del corazón, se van al inframundo de los sueños fallidos por una mente aún débil, miedosa, que prefiere perder y así asegurar una próxima oportunidad a ganar y arder aunque después no haya nada.

Podría decirle a mi papá que he visto la zarza arder, he metido gol y le he pegado al balón como ha llegado a mis pies, en eso no tengo duda ni reproche de que ya salí de la banca y he sudado la camiseta de mi canto y he perdido la voz por gritar mi fuego de fe. Y sin embargo, después de la iluminación sigues lavando tus calzones decía el poeta.

En sus últimos años mi padre tiró todo “triqui” es decir, objeto innecesario que estuviera en su casa, construyó un hogar lleno de luz con cortinas color oro y acabados de cedro con un piano de cola para las fiestas, y su último dicho con el que se enfiló hacia su muerte fue “Volar ligero”, y claro, no tenemos pertenencias sino equipaje dice otro poeta. El vuelo con mochilas tan pesadas no permite el despegue, el miedo, quizá es el mayor “triqui”, la pereza, el rencor, los juicios, la comparación, la careta de tratar de embonar en una sociedad ya de suyo enferma. Y aquí me tienen, pintando paredes, tirando objetos y montañas de ropa donde me escondía, abriendo las ventanas, ya casi en una casa vacía sentada junto a mi gata, tomando el sol y mirando a los volcanes en donde, estoy segura,  todos los fuegos de mi padre resplandecen.

 

Adenda: Sí, cabeza de minina y ronroneo de leona

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